Los días de un diluvio en Santa Marta

Por Álvaro Cotes Córdoba

En mil novecientos noventa y nueve, el río que atraviesa a la ciudad de Santa Marta, se desbordó e inundó a más de un centenar de barrios marginales y no marginales e incluso desenterró a varios esqueletos de difuntos sepultados en un cementerio de jardín camposanto ubicado cerca de ese río.

Era el 14 de diciembre exactamente. Yo me había quedado en la emisora Radio Galeón, donde laboraba como periodista del noticiero, después de la tercera emisión, la cual culminaba a las 7:00 pm, para preparar mi programa que empezaba a las 10:00. Durante la tarde de ese día había caído una llovizna pertinaz como casi todos los días después del primer semestre de ese mismo año. Es decir, no había llovido ni muy duro. Pero cuando no llevaba ni media hora de haber empezado el programa, comenzaron a sonar los dos teléfonos en el estudio. El operador en la mesa de sonido los atendió normalmente, mientras controlaba el programa radial desde ahí. Y en la medida en que iba transcurriendo mi programa, en el cual recuerdo ese día hablaba de que, por primera vez, no se había registrado en la ciudad un solo caso de muerte violenta ni un crimen ni siquiera el robo de una gallina, el operador de sonido me informó entonces lo que estaba sucediendo. Le dije que si otra persona volvía a llamar, me la pasara al aire, para entrevistarla. Y en efecto sucedió, entró otra llamada y comencé a hacerle preguntas a la persona al teléfono. Era una mujer que se sentía alterada, pidiendo auxilio, porque el río se le había metido en su casa y le había mojado hasta los colchones que ahora flotaban en sus habitaciones. No lo podía creer y como conozco la idiosincrasia de los habitantes de mi ciudad natal, sospeché que estaba exagerando. No obstante, en la medida en que me iba contando, más en serio se ponía el bejuco o la situación se pintaba grave o como una tragedia grande. Luego de esa última llamada, en donde la moradora de un sector residencial bastante marginal, pedía con llanto una pronta ayuda, porque prácticamente el agua del río le había destruido hasta los muebles en su sala comedor, vinieron muchas otras llamadas de los distintos barrios afectados por el desbordamiento del río Manzanares esa noche.

El operador de sonido, a quien le decíamos Condorito de cariño, se volvió un ocho atendiendo las decenas de llamadas que vinieron después. Fue una locura. Todos querían salir al aire y contar lo que les había pasado con el agua desbordada del río Manzanares. Condorito estaba que botaba el chupo. Nunca, en sus casi 15 años como operador en la emisora, había atendido tantas llamadas juntas. A las 12:00 de la noche, la gente siguía llamando y a manifestar sus situaciones calamitosas y lamentables. Mejor dicho, a quejarse.

Mi programa radial, el cual era solo de una hora, se había extendido una hora más, debido a las circunstancias o emergencia que también se había convertido en una urgencia sanitaria, no solo por los esqueletos que navegaban a la deriva y de barrios en barrios…