Por Laureano Acuña Díaz
La reciente COP16 celebrada en Cali, Colombia, marca un punto crucial en la historia de los esfuerzos globales para enfrentar la crisis ambiental. En este evento se abordaron problemáticas de alcance mundial, como la deforestación, el calentamiento global, transición energética y la seguridad alimentaria. A la vez, se plantearon desafíos que ponen en evidencia la necesidad de un cambio urgente en la manera en que los gobiernos y líderes abordan estos temas. La naturaleza de los retos actuales exige más que compromisos verbales; demanda acciones firmes y colaborativas, especialmente de aquellos países super desarrollados, que históricamente han tenido la mayor responsabilidad en el deterioro del planeta.
Durante décadas, la crisis ambiental fue relegada a los márgenes de la agenda política. Los países más poderosos estaban enfocados en impulsar el crecimiento de sus economías, guiados por la industrialización, el extra activismo y el auge del consumo masivo, que trajeron prosperidad material a corto plazo, pero a costa de recursos naturales fundamentales. La historia demuestra que estos países estaban tan concentrados en la expansión de sus industrias y en el deseo de poder que se volvieron ciegos y faltos de previsión. Su motivación principal era el crecimiento de sus economías a cualquier precio, soportaron su crecimiento en los hidrocarburos fósiles que son la principal fuente de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), responsables del cambio climático, sin considerar que estaban matando al planeta mismo. Así, temas como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas quedaron fuera de sus prioridades.
Convenciones previas, como la histórica Cumbre de Río de Janeiro en 1992 y el Acuerdo de París de 2015, han buscado poner en el centro de la agenda la urgencia de combatir el calentamiento global. Sin embargo, aunque estos acuerdos fueron avances importantes, la falta de acción decisiva y de financiamiento concreto para los países en desarrollo sigue siendo uno de los mayores obstáculos. La COP16 en Cali reafirma la necesidad de transformar los compromisos en acciones efectivas, reales y concretas.
Uno de los temas más discutidos en la COP16 fue la deforestación, una problemática que no solo amenaza los ecosistemas, sino que también afecta la capacidad del planeta para absorber dióxido de carbono. La pérdida de bosques a nivel mundial contribuye directamente al calentamiento global, y sin una intervención drástica, las consecuencias serán irreversibles. En este sentido, es fundamental que los países desarrollados brinden apoyo financiero y tecnológico a aquellos en vías de desarrollo, donde muchas veces la necesidad económica impulsa la destrucción de áreas forestales.
La seguridad alimentaria fue otro de los puntos clave de dicho encuentro en Cali. Con un planeta que ya enfrenta dificultades para alimentar a la población actual, el cambio climático agrava esta situación al alterar patrones de lluvia, aumentar las temperaturas y hacer que los suelos se vuelvan cada vez menos fértiles. A medida que la crisis climática impacta la agricultura, las comunidades más vulnerables serán las primeras en sufrir. Es imprescindible que los países ricos aporten recursos para ayudar a las naciones en desarrollo a implementar sistemas agrícolas resilientes al clima, garantizando así una producción de alimentos sostenible.
En este contexto, resulta imperativo un compromiso global similar al que se impulsó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando las naciones desarrolladas establecieron planes de ayuda, como el Plan Marshall y el Programa de Reconstrucción de las Naciones Unidas, para asistir a las regiones devastadas y darles una oportunidad de recuperación. Hoy, enfrentamos una nueva crisis que amenaza el futuro de todos y requiere la misma escala de intervención y solidaridad. Más que un Plan Marshall, necesitamos un Plan de Vida para las Futuras Generaciones, una iniciativa que permita a los países en vías de desarrollo acceder a recursos financieros y tecnológicos para adoptar políticas sostenibles y enfrentar la crisis climática de manera efectiva y duradera.
Para que las futuras generaciones tengan un planeta habitable, es necesario un cambio en la mentalidad de quienes están en el poder. Este cambio se ha empezado a ver en algunos de los nuevos liderazgos, que muestran una genuina preocupación por los temas ambientales, una diferencia notable respecto a vigencias anteriores. Se hace imperativo diversificar las fuentes de los ingresos. Potencializar la agricultura, la manufactura, los servicios financieros, la tecnología, economía digital y la innovación entre otros.
La COP16 que se desarrolló en Cali envía un mensaje claro al mundo: el tiempo para actuar es ahora, y todos los países tienen un papel en la lucha por salvar el planeta. Sin un compromiso real y un apoyo tangible de las naciones más poderosas, cualquier esfuerzo quedará en el papel. La humanidad no puede darse el lujo de esperar más, la acción conjunta y responsable de los líderes mundiales. Sucesos como el huracán Katrina (2005, Nueva Orleans) donde murieron más de 1800 personas y los daños causados fueron superiores a los 100.000 millones de dólares o el huracán María (2017, Puerto Rico) donde murieron más de 3000 personas. La sequía de Cuerno en África (2011-2012), la sequía de California (2011-2017), las inundaciones de Pakistán (2010) y las de Alemania y Bélgica (2021), seguirán apareciendo, si los grandes contaminadores se hacen los de la vista gorda y no invierten en la conservación del planeta, ya que de ellos depende que podamos garantizarles a las futuras generaciones un planeta habitable.
¡INSISTO, EL TIEMPO ES AHORA!