Pese a operativos y esfuerzos en seguridad, la violencia en el departamento sigue imparable, con cifras alarmantes y un aumento en los crímenes contra mujeres y masacres. La ciudadanía clama por soluciones urgentes.
El mes de octubre de 2024 cerró con un escenario desalentador para el departamento del Atlántico, al ver frustradas las esperanzas de una disminución en el homicidio, uno de los delitos que más golpea a la sociedad. A pesar de operativos y foros académicos sobre seguridad, las cifras de muertes violentas siguen sin ceder: en este último mes, 86 personas fueron asesinadas, en su mayoría mediante sicariato, un método de ajuste de cuentas que ha cobrado la vida de 65 personas en diversos puntos del departamento. La crueldad de estos crímenes se refleja no solo en las víctimas, sino en las desgarradoras escenas de familiares que, entre gritos y lágrimas, enfrentan la tragedia de ver caer a sus seres queridos.
La situación de inseguridad en el Atlántico también se torna más compleja con la violencia contra las mujeres, que mantiene una tendencia al alza. Durante octubre, siete mujeres fueron asesinadas, en sectores como Valle, Caribe Verde, y Rebolo en Barranquilla, además de El Manantial y Normandía. Los municipios de Sabana Grande y Repelón también registraron homicidios de mujeres, sumando un total de 63 muertes femeninas en lo que va del año, un número alarmante que hace urgente una respuesta integral de las autoridades.
Además de los homicidios individuales, octubre también trajo consigo nuevas masacres que impactaron a la comunidad. Una de las más significativas ocurrió en Soledad, específicamente en el barrio Soledad 2000, donde tres hombres fueron asesinados en plena luz del día. Este ataque, con toda su brutalidad y a plena vista, envió un mensaje de temor y vulnerabilidad a los residentes, quienes, día a día, deben enfrentar la violencia como un riesgo cotidiano.
Las estadísticas de este trágico mes muestran un notable incremento en la violencia en Barranquilla, que sumó 41 casos distribuidos en 22 barrios, destacándose Rebolo con siete asesinatos y San Roque con cinco. La situación en Soledad no es menos alarmante, ya que se contabilizan 29 homicidios, el mayor número registrado hasta ahora en el municipio, especialmente en barrios como Las Marinas, Ferrocarril, y La Central. En el resto del departamento, municipios como Malambo, con siete muertes, Galapa con dos, y Puerto Colombia con uno, siguen mostrando que la violencia se extiende a todo el territorio. Otros municipios, como Polonuevo, Campo de la Cruz, y Luruaco, sumaron un caso de homicidio cada uno.
La ola de violencia parece también estar alimentada por mensajes de intimidación y venganza. Durante el mes, circularon pasquines en varias zonas de Barranquilla y Soledad, en los que se anunciaban retaliaciones y la disputa por el control territorial entre grupos criminales. Esta difusión de amenazas solo aumenta la sensación de miedo en los residentes, quienes se ven impotentes ante la incapacidad de las autoridades para detener la expansión de estas estructuras.
Pese a los esfuerzos policiales, con al menos seis operativos de intervención territorial y la captura de más de 55 personas presuntamente vinculadas a bandas, la efectividad de estas acciones parece ser limitada frente a la magnitud de la problemática. Estos operativos buscan responder a las inquietudes de la población y disminuir los índices de violencia, pero los resultados aún están lejos de satisfacer las expectativas de la ciudadanía.
En este contexto de miedo y tristeza, se ha convocado a foros académicos sobre seguridad para analizar el fenómeno y proponer estrategias efectivas. Los expertos sostienen que se necesitan políticas integrales, que incluyan prevención, inversión social, y una coordinación interinstitucional para enfrentar las causas profundas de la violencia. Sin embargo, mientras estos debates se desarrollan, los residentes del Atlántico viven con incertidumbre, preguntándose, como lo expresó un ciudadano, “¿hasta cuándo tanto horror, tanto dolor?”.
La falta de soluciones contundentes y permanentes crea una sensación de desamparo entre los ciudadanos, que, sin más opción que la esperanza, siguen esperando un cambio real. La situación parece ser una espiral de violencia que no se detiene, y la pregunta sigue latente en cada rincón del Atlántico: ¿cuánto tiempo más deberán vivir en este clima de inseguridad antes de ver un verdadero cambio?