La ciudad sin autoridad

POR CARLOS HERRERA DELGÁNS
carlosdelgans@yahoo.com (*)

La tarde era solemne. Y lo menos que podía hacer era observar la majestuosidad de la basílica de San Nicolás de Tolentino que al desparramarse el sol del mediodía desvelaba su verdadera identidad de estilo neogótico. Los transeúntes al pasar por la puerta principal se hacían la señal de la cruz tres veces: una en la frente, una en la boca y otra en el pecho para santiguarse de un maleficio o manifestar su fe en Cristo redentor. Entendí de golpe que eran católicos como yo al cumplir sagradamente el ritual religioso.

Al caminar varios metros donde me encontraba empezó a desnudarse la enfermedad degenerativa que padece la ciudad. No por falta de un antídoto para curarla sino por la negligencia de las autoridades al permitir que hiciera metástasis. Pensaría uno que son los vacíos que arrastra la ley, pero no, más bien es el mal que se incuba ante la falta de autoridad por quienes gobiernan la ciudad al no importarles un comino construir una sociedad con derechos y deberes ciudadanos en el que prevalezca un principio elemental: donde terminan mis derechos empiezan los de los demás.

Media hora después me desplacé a otro sector de la ciudad, universidad del Atlántico sede de la carrera 43 con la calle 51, donde los almendros de frutos amargos estaban impávidos por el calor abrazador del mediodía al no soplar las brisas otoñales que los refrescaran. Al instante un chorro de sudor corría por mi frente y al carecer de un pañuelo de bolsillo recurrí a una vieja costumbre caribeña de pasar el dedo pulgar de mi mano para escurrirla y contemplar de esta manera el otro rostro de la ciudad que se desarrolla en las convulsionadas calles sin ley: carretilleros arriando sus carretillas atestadas de productos desechables en dirección opuesta; talleres callejeros con una recua de trabajadores: mecánicos vertiendo el aceite quemado de carro al pavimento; herramientas regadas en la vía; pintores pintando vehículos al aire libre sin la mínima protección; equipos de soldadura autógena y eléctrica disponible para remendar carros desahuciados; llantero desmontando llantas pinchadas de vehículos y electricistas conectados fraudulentamente a la red de distribución de energía eléctrica de la empresa prestadora para realizar su labor.

Mototaxistas, taxistas, buses urbanos pasando el semáforo en rojo o conduciendo a altas velocidades sin respetar las señales de tránsito; buses de servicio urbano estacionando en cualquier lugar de la vía para recoger pasajeros; carros de tracción animal desplazándose por la vía a cualquier hora del día; motorizados de la policía montando retenes en calles pocas transitables para exigir papeles en regla a taxistas y mototaxistas, generando el comentario de la gente: “los uniformados están ‘platillando’”; telarañas de cables aéreos de las empresas de tvcable lo cual contamina el medio ambiente y afean el entorno de los ciudadanos al exponerlos a una inminente tragedia por las toneladas de cables aéreos que cuelgan sobre sus viviendas; lavaderos de carros callejeros inundando las vías por el vertimiento de aguas sucias; contaminación sonora de estaderos y cantinas al encender los equipos de sonidos a altos decibeles; tenderos aumentando los precios de los productos de la canasta familiar sin control alguno; carretilleros con parlantes de bocina a alto volumen promoviendo sus productos perecederos e imperecederos, etcétera, etcétera, etcétera. La lista es interminable.

A pesar que la ley establece los mecanismos para sancionar a los infractores las autoridades del distrito pasan bartolas ante el caos que estrangula la ciudad. Por mucho que la administración distrital pretenda embellecerla los factores endógenos irrumpen para frustrar el deseo, al convertirse la anarquía en costumbre, difícil de erradicar por el momento, no por falta de normatividad sino de autoridad para hacerla cumplir. Es de voluntad, no de disposición.

Cuando me disponía a abandonar el lugar empezó a circular por las redes sociales imágenes del alcalde Alex Char, a bordo de un bus de dos niveles de color amarillo pollito, en el que anunciaba la primera ruta turística distrital, que saldrá del Gran Malecón para recorrer varios lugares de la ciudad. Recorrido, según el burgomaestre, será completamente gratis. Por el momento.

Camino a casa hice el pare obligatorio en el semáforo de la calle 54 con carrera 41 por el cambio de luces de verde a roja cuando dos carretillas atestadas hasta las banderillas de productos desechables y conducidas por venezolanos, descendían a toda velocidad por la pendiente como si estuvieran compitiendo por el primer lugar en una carrera de carros. Una vez el semáforo hizo el cambio de luces continúe mi ruta para llegar a mi destino.

–Todos los días es el mismo espectáculo –dijo uno de los limpia vidrios en el semáforo.

La ciudad sin autoridad.