Reinaldo Spitaletta expone en su columna cómo la riqueza natural de Colombia ha sido causa de saqueo, expoliación y sometimiento por parte de potencias extranjeras, mientras las resistencias internas buscan una salida.
En su más reciente columna de opinión, Reinaldo Spitaletta reflexiona sobre un tema que ha sido recurrente en la historia de Colombia: el saqueo de sus recursos naturales. Inspirado por el centenario de la publicación de La vorágine, obra que retrata el drama del país en medio de la explotación del caucho y las agresiones a los indígenas, Spitaletta señala que Colombia, como Clemente Silva, ha tenido el «monopolio de la desventura» debido a su inmensa biodiversidad. Este «monopolio», lejos de ser una ventaja, ha traído consigo décadas de asaltos, despojos y explotación irracional por parte de multinacionales, gobiernos extranjeros y el propio imperialismo estadounidense.
En su texto, Spitaletta subraya cómo las agresiones que se relatan en la novela de Rivera siguen teniendo eco en el presente. Las tierras ricas en caucho que fueron el escenario de genocidios y otras barbaridades en la época de la Casa Arana, «una transnacional inglesa, colonialista y expoliadora», reflejan una constante histórica: la naturaleza colombiana ha sido un botín para las potencias extranjeras. En este contexto, el columnista evoca cómo la riqueza natural de Colombia ha sido, paradójicamente, una causal de agresiones y saqueo. «Ha sido como una suerte de fatalidad ser tan ricos y tener gobiernos postrados a los intereses foráneos», apunta con tono crítico.
La reflexión de Spitaletta no se detiene en el pasado, sino que avanza hacia el presente. Hoy en día, la depredación de los recursos del país no ha cesado. El petróleo es otro ejemplo de cómo las concesiones de gobiernos entreguistas facilitaron el saqueo a principios del siglo XX, cuando Estados Unidos, con el apoyo de Roosevelt, impulsó la separación de Panamá y comenzó a apropiarse de los hidrocarburos colombianos. Según Spitaletta, en aquella época, los mandatarios nacionales se arrodillaron ante los intereses gringos, y esa postura sumisa sigue vigente hasta hoy.
El saqueo continúa de distintas formas, señala el columnista, bajo la fachada de «ayudas humanitarias» o planes «antinarcóticos» que no son más que pretextos para seguir explotando los recursos del país. «Ha habido levantamientos de comunidades indígenas, o de pueblos enteros que se oponen al arrasamiento de páramos o a las acciones depredadoras de transnacionales mineras», menciona Spitaletta, haciendo referencia a las resistencias que han surgido en defensa de la tierra. Sin embargo, estas resistencias, aunque valientes, no siempre logran detener el avance del saqueo.
Uno de los casos recientes que expone Spitaletta es el intento de convertir el parque nacional Gorgona en una base militar, en el que se ha evidenciado la intromisión de Estados Unidos. Este ejemplo pone de manifiesto cómo los intereses extranjeros continúan incidiendo en la soberanía de Colombia, incluso en áreas protegidas. Además, en su columna crítica, el autor llama la atención sobre la reunión de la COP16 en Cali, que se lleva a cabo «con mucha alharaca», pero en la que difícilmente se resolverán problemas como la biopiratería o el acceso indiscriminado de empresas extranjeras a los recursos de países vulnerables como Colombia.
Spitaletta advierte que la conferencia está controlada por los poderosos, quienes, con discursos de «preservación del medio ambiente», buscan la superexplotación de las riquezas naturales bajo la excusa del ecologismo. El capitalismo y sus transnacionales, según el columnista, han convertido los recursos naturales en una mercancía, y los países en desarrollo siguen siendo proveedores de materias primas y mano de obra barata para los más ricos, en una relación de intercambio cada vez más desigual.
El autor también se detiene en la ironía de que, mientras se habla de conservación y sostenibilidad, los países más desarrollados son los que continúan marcando las reglas del juego. «Lo más probable es que sigan siendo los países más desarrollados en su capitalismo los que tracen las líneas en la conferencia», señala Spitaletta, aludiendo a la falta de autonomía de Colombia en estos foros internacionales. Sin embargo, confía en que las resistencias populares y las demandas por un país libre, democrático y próspero sigan fortaleciéndose.
La columna de Spitaletta es un recordatorio de que la riqueza natural de Colombia ha sido tanto una bendición como una maldición. Mientras sus recursos continúan atrayendo la atención de potencias extranjeras y multinacionales, el país lucha por encontrar una forma de proteger su patrimonio sin caer en la dependencia y el saqueo.
Aunque la historia ha estado marcada por gobiernos entreguistas y la explotación sin control, las resistencias que hoy se oponen a estas agresiones son una muestra de que, aunque el camino sea difícil, la lucha por la soberanía no está perdida. La COP16 y otras reuniones internacionales son solo escenarios más en una batalla histórica que aún está lejos de terminar.