Mecanógrafas de ayer

Walter Pimienta.

(Memoria retro) 

Siempre hay días buenos  y días  malos, las secretarias de  todos los tiempos lo  saben

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Aquellas  mujeres,  jóvenes  todas,   sacaban  sones (como decía  mi  madre) ,  sobre  el  teclado de una Remington, de una  Olivetti o   una Underwood joyas de un  tiempo. Corrían  los  maravillosos  y  tranquilos años 60s. Ellas eran las” bateristas de las  orquestas  de  las oficinas” tan  pronto  conseguían  empleo. Todas, en  el  caso local,  egresadas del recordado   Técnico de Comercio,  carrera 43 con  calle 47, que  a  la  sazón dirigía la connotada  Seño  Anita Sourdis de  Cova,  volviéndolas  expertas en  escribir  30  palabras por  minuto con  los  ojos  vendados como prueba reina,   con  jurados presentes  y  así  alcanzar el  título.  A decir verdad,  pasaron aquellas  el  duro  examen  final y,  con  sobrados méritos,  se graduaron  de Secretaria Comercial  en  tiempos en  que media Barranquilla, a mediados  de los  ventoleros diciembres,  se  volcaba a  las vitrinas de  la  Foto Tepedino y,  de toga  y  birrete,  las  veían en el mosaico de  la afamada  institución cual prueba  fehaciente del  logro  conseguido para orgullo de  la familia.-

De las  artistas de las máquinas de escribir,  desplazadas  tiempo  después  por  la  frías computadoras, dirá la  historia,  tenían  el  encanto  laboral de  ejercer  un oficio  ruidoso en  el palpable  mundo visual de la  cinta  de dos colores,  negro  y  rojo,  y del  papel carbón como  elemento  de  copia todo  en  el  plano horizontal  de un  rodillo con  campanita para  dejar sangría…Qué  encanto  era  aquello…Qué momentos más  gratos   nos regaló  la  vida con  el sonido  del  tic…tictac..tictituc…tictititc… tic…tictic..tictitictititi  salido  de  sus  teclas desde la “Q” hasta  la “M”, incluyendo  signos y  números,  ambientando las  horas de  oficina cuando  la palabra  escrita y  dictada  por  el jefe,   pasaba  a  la máquina en el  snob de artilugios que, a  punta  de  tecla, subían las letras a mayúsculas o  minúsculas cautivando  todas las  profesiones.

Qué encanto musical,  repito,   el  que se desprendía de  las oficinas de antes cuando la  señorita  secretaria de agiles  manos, en  su  Remington  ,  en  su  Olivetti o  en  su Underwood, con la delicadeza  y  la  destreza  del  caso, escribía  una carta poniendo,  en  alto,  con  su  impecable ortografía y  redacción,  su profesión y  estilo.

Veintiséis piezas interiores y articuladas tenían (tienen), “la bestia de letras”,  como llamó Hemingway a  la máquina de escribir en  las  que,  tanto  las secretarias de modales finos  como los escritores  de novelas, picoteando  y  picoteando letras, hasta ganaron  el  Premio  Nóbel y  con  ellas la gloria que el  mismo Hemingway  después,  escribiendo  así,   a máquina, alcanzara.

La mecanografía en  Barranquilla,  vinculada a la coordinación  de manos  y  ojos,  tiene una historia  propia,  el  Instituto Técnico  de  Comercio, la  Escuela de  Comercio  Moderno  del  profesor  Modesto  Gómez,  el Sena,  el  Instituto  Anita,  el  Colegio León  XIII y  otros, atestiguan una historia  que  cobra  vida a través de los ojos de las usuarias  que buscando  los  avisos  clasificados de  la prensa  de  aquel tiempo, esto  leían: “Se busca secretaria mecanógrafa que  además tenga  conocimientos de taquigrafía y  de excelente  ortografía y  redacción”… De  modo que en la  resonancia de  aquellos años, dando en las  teclas al  sonido de una  “batería de música”,  las más   avezadas se llevaban  el  puesto al  escribir  de  manera  irrefrenable:  cartas,  actas,  largos discursos  y comunicados, al  rigor  de un adusto   jefe de lentes  caídos  hasta  la  punta  de  la  nariz  que les dictaba con  la severidad del “vuelva  y  relea,  por  favor”, domando con  precisión  los 100 errores ortográficos más frecuentes del  idioma  español sin  consultar  el  diccionario.

…Y  fue  así como, gracias  al  ritmo musical   de las  44 teclas de las  máquinas de escribir de  ayer, al  periodismo, a  las  notarías,  a  las aseguradoras, a las  oficinas gubernamentales, a  las  empresas,   a los bancos, a los juzgados y  más, llegaron las  secretarias trasformando el  espacio con el   sonido ambiental  de laborar  al  son  de  las  Remington,  de  las Olivetti    y  las   Underwood convirtiendo  el adusto  paisaje  de oficinas en un  sitio del  que los varones después   no  nos queríamos  ir si el liberado  jefe o  gerente   le permitía a su empleada el uso  de graduadas  minifaldas  sugestivas y  a  la moda. Con todo,  trabajar de  mecanógrafa era por  esas memorables   calendas un  oficio decente y  respetable y, por  demás,   un clásico trabajo  femenino para  las chicas bien presentadas…

Hoy,  el  eco  artístico de estos aparatos ahora piezas de  museos, ya  no  reverbera  en  las oficinas; habrá,  si  acaso,    por  ahí, para el   refresco y la  fascinación de   la  memoria, alguien con una  que  otra foto amarillenta en  blanco   de  una secretaria fijos los  ojos  sobre e l  teclado de su  máquina de escribir  y,  en  el  espacio aromado,   entre  su escritorio  y  el  piso, la exhibición  de  unas torneadas  piernas cruzadas de mujer bonita  para observar e  imaginar con  ella hasta  una  inédita  novela… haciéndola  tangible  al  lado de una resma  de  papel,  de  un  teléfono  negro de disco…Secretarias A, B, C de  melancolía,  máquina de escribir fiel piano de  tocar poesías… Secretarias  de ayer, reinas de los paréntesis,  de la  raya,  el  asterisco y  el  guion;  del  espacio, del  acento  en  la  palabra  y de  la  cinta colorada que se salía  del carrete y   abierta la  ventana, rodeada de  cartas en  el encanto de musicales  teclas  saltarinas en  vuelo…

Memoria retro…

Para hacer más  real la lectura, música de  la máquina  de escribir pulsando