Sus principales tipos son la colitis ulcerativa y la enfermedad de Crohn. Un diagnóstico tardío incrementa el riesgo de complicaciones como el cáncer de colon.
Redacción Sociales
LA LIBERTAD
La diarrea, la fatiga, el dolor y los cólicos abdominales, son síntomas que muchas personas han experimentado en algún momento de sus vidas. Sin embargo, si estos signos se presentan de manera persistente también pueden ser indicativos de una afección realmente peligrosa: la enfermedad inflamatoria intestinal (EII), que se caracteriza por causar inflamación en el tracto digestivo, pero que además, podría afectar otras áreas del cuerpo.
Los dos principales tipos de la EII, son la colitis ulcerativa, que inflama y genera úlceras en el colon y recto, y la enfermedad de Crohn, que impacta mayormente el intestino delgado, pero puede tener impacto en diferentes zonas digestivas.
De acuerdo con el Sistema Integral de Información de la Protección Social, en Colombia, se diagnostican más de 42 mil casos con EII en un periodo de 4 años, de estos la prevalencia de la enfermedad de Crohn es de 17 por 100.000 habitantes y de colitis ulcerativa de 113 por 100.000 habitantes, siendo más frecuente en las mujeres.
Sobre el diagnóstico, los expertos señalan que el tiempo promedio es de aproximadamente dos años desde el inicio de los síntomas, lo que incrementa el riesgo de complicaciones como el cáncer de colon, además de inflamaciones en las articulaciones, los ojos y la piel, agravando el sufrimiento de los pacientes, tal y como lo sostiene la directora Médica de Takeda, Ana Cristina Ochoa.

Claves para una mejor calidad de vida
Teniendo en cuenta que la prevención es la clave para atender cualquier diagnóstico, es importante saber que otros de los síntomas asociados con esta enfermedad son el sangrado en las heces, la pérdida del apetito y la pérdida de peso sin razón aparente, lo que indica que se requiere atención médica inmediata.
Muchas veces, se llega tardíamente al diagnóstico, sobre todo en los casos en los que la enfermedad no es muy severa o los síntomas son inespecíficos y las personas se acostumbran a vivir con determinados signos, sin prestarles mucha atención ni acudir a la consulta médica.
La mayoría de casos suelen ser diagnosticados entre los 15 y los 30 años, por lo que sus síntomas causan un gran impacto en la vida personal y social de las personas, generando una montaña rusa de emociones y hasta ausentismo laboral o escolar.
El diagnóstico de la EII no es un proceso sencillo, pero lo cierto es que cuanto antes se detecte, mejor, pues de esta manera se permite determinar qué tan avanzada está la enfermedad y en qué parte del sistema digestivo se encuentra, ayudando a elegir el tratamiento más efectivo.
Entre las pruebas médicas que ayudan a detectarlo se destaca un examen físico acompañado de análisis de sangre y heces. Si estos no son concluyentes, se recurre a exámenes de imagen y endoscopias, fundamentales para observar de cerca el tracto gastrointestinal.
En particular, las colonoscopias y endoscopias permiten tomar biopsias, es decir, muestras de tejido que confirman o descartan la EII.
“Un control efectivo de la Enfermedad Inflamatoria Intestinal comienza con un diagnóstico preciso. Las pruebas diagnósticas no solo salvan vidas, sino que son esenciales en momentos críticos”, agregó la profesional.
Una posible causa de la EII es un mal funcionamiento del sistema inmunitario. Cuando el sistema inmunitario intenta combatir un virus o bacteria invasora, una respuesta inmunitaria atípica hace que el sistema inmunitario ataque también las células del tracto digestivo.
La herencia también parece desempeñar un rol, ya que la EII es más común en personas que tienen familiares con la enfermedad.
Si bien, esta es una enfermedad que no tiene cura hasta el momento, el tratamiento implica dos momentos, uno durante los brotes, cuyo objetivo es controlar los síntomas y evitar la aparición de complicaciones, y otro de mantenimiento, para mantener la enfermedad inactiva y evitar que sucedan nuevos brotes.
Además del tratamiento médico, también es fundamental la forma en la que el paciente se relaciona con la enfermedad, ya que incluso el estrés o la ansiedad favorecen la aparición de los propios brotes.