TEMA EDUCATIVO: EL CURRÍCULO: ROMPIENDO LAS CADENAS DE LA EVALUACIÓN ESTANDARIZADA

POR: RONDY DAVID NEGRETE ANTEQUERA  

El sistema educativo colombiano ha sido objeto de innumerables debates a lo largo de los años, especialmente en lo que se refiere a la estandarización del conocimiento a través de las pruebas de estado. Estas pruebas, diseñadas para medir el desempeño académico de los estudiantes, muchas veces parecen ignorar las realidades sociales, culturales y económicas que condicionan los procesos de aprendizaje. Como futuros educadores, esta situación genera una profunda reflexión: ¿estamos realmente educando para formar seres humanos integrales o solo estamos entrenando a los estudiantes para superar exámenes?

En el aula universitaria se nos insiste en la importancia de una educación contextualizada, que reconozca la singularidad de cada estudiante y promueva un aprendizaje significativo, enraizado en las experiencias y vivencias de su entorno. Sin embargo, esta noble aspiración se enfrenta a una realidad contundente: el sistema educativo aún está profundamente marcado por la medición estandarizada de logros, donde el éxito académico se reduce a un número, a un resultado, a una prueba que evalúa de manera homogénea a estudiantes que provienen de contextos profundamente dispares.

Esta tensión entre la educación integral y las pruebas estandarizadas genera una pregunta inevitable: ¿hasta qué punto estamos perpetuando un sistema que no reconoce la dignidad ni el potencial único de cada estudiante? 

Las pruebas estatales, lejos de ser una herramienta de justicia y equidad, muchas veces refuerzan las desigualdades ya existentes. En lugar de nivelar el terreno de juego, parecen acentuar las diferencias, castigando a aquellos estudiantes que, debido a su contexto socioeconómico o a la falta de recursos, no pueden alcanzar los estándares que estas pruebas imponen. ¿Cómo puede ser justo un sistema que evalúa a todos por igual, pero no ofrece a todos las mismas oportunidades?

Desde la educación primaria, muchos estudiantes son entrenados para afrontar estas pruebas, moldeando su aprendizaje y sus habilidades en función de lo que el examen va a medir. Este enfoque limita enormemente el potencial de la educación, reduciendo el proceso de enseñanza-aprendizaje a una carrera por obtener buenos resultados en una prueba, dejando de lado aspectos tan fundamentales como el desarrollo del pensamiento crítico, la creatividad, la empatía y la capacidad de resolver problemas de la vida real. 

La educación, en su esencia, debería ser mucho más que una serie de preguntas con respuestas correctas o incorrectas; debería ser un proceso de formación integral que ayude a los estudiantes a comprender el mundo en toda su complejidad y a desempeñar un papel activo en la transformación de la sociedad.

Esta realidad invita a una reflexión más profunda sobre el rol que debemos asumir como futuros docentes. No podemos conformarnos con ser meros transmisores de contenidos diseñados para cumplir con una evaluación estandarizada. Tenemos la responsabilidad de ser agentes de cambio, de desafiar las estructuras que perpetúan la exclusión y de construir currículos que respondan a las necesidades reales de nuestros estudiantes. La evaluación, bajo esta nueva óptica, no debería centrarse en la medición de habilidades académicas desconectadas de la realidad, sino en un proceso continuo y crítico que valore el desarrollo integral del estudiante.

En lugar de preparar a los estudiantes para rendir en pruebas estandarizadas, debemos prepararles para enfrentar los desafíos del mundo con autonomía, empatía y conciencia social. Un examen nunca puede captar el verdadero potencial de un ser humano, y mucho menos puede reflejar las complejidades de sus pensamientos, de sus vivencias o de su capacidad de contribuir al bienestar de su comunidad. El sistema educativo, en este sentido, necesita replantearse sus prioridades: ¿debe seguir centrado en la eficiencia y la competencia individual o debe orientarse hacia la formación de ciudadanos capaces de construir una sociedad más justa y equitativa?

La evaluación, lejos de ser un simple mecanismo de medición, debería convertirse en una herramienta para la reflexión y el aprendizaje. No se trata de eliminar las pruebas, sino de repensarlas. En lugar de medir únicamente lo que los estudiantes saben en un momento dado, deberíamos centrarnos en cómo aprenden, cómo piensan, cómo se relacionan con los demás y cómo pueden aplicar lo que han aprendido para mejorar su entorno. 

Esto implica un cambio profundo en la forma de concebir la educación, donde el estudiante deje de ser un receptor pasivo de conocimientos y se convierta en un protagonista activo de su propio proceso de aprendizaje.

Los educadores, en este sentido, tenemos un papel crucial. Si queremos que la educación sea un motor de transformación social, debemos comprometernos con una pedagogía que no se limite a preparar a los estudiantes para un examen, sino que les ayude a descubrir su propio potencial, a desarrollar un pensamiento crítico y a comprometerse con la realidad que les rodea. En lugar de perpetuar un sistema que muchas veces reproduce las desigualdades, tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de construir una educación que sea verdaderamente inclusiva, que respete la diversidad y que valore el aprendizaje como un proceso humano en su totalidad.

Finalmente, es necesario reconocer que la educación no puede ni debe estar desconectada de las realidades sociales. 

Los estudiantes no son seres abstractos que existen en un vacío, sino individuos con historias, sueños, miedos y aspiraciones, moldeados por sus contextos familiares, sociales y económicos. La educación debe estar profundamente conectada con estas realidades, debe ser capaz de ver a cada estudiante como un ser completo y, sobre todo, debe promover la justicia social. No se trata solo de formar trabajadores eficientes para el mercado laboral, sino de formar ciudadanos capaces de transformar el mundo, de luchar por un futuro más equitativo y de vivir con dignidad.

Este es el gran reto que enfrentamos como educadores: cambiar la narrativa. Si queremos que nuestros estudiantes sean capaces de enfrentar el futuro con esperanza y valentía, debemos ser capaces de ofrecerles una educación que esté a la altura de sus necesidades, de sus sueños y de su dignidad como seres humanos. Solo así podremos construir una educación que no solo mida el conocimiento, sino que también valore el desarrollo integral de la persona y su capacidad de ser un agente de cambio en la sociedad. Este ejercicio de lectura y escritura en procesos curriculares hace parte de la formación de Licenciados en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico (II-2024).