Los procesos curriculares como interrogante

Foto: referencia.

Por: Isaac Echeverría Vargas

Una de las Tribunas Pedagógicas del profesor  Reynaldo Mora Mora parte del siguiente interrogante, “¿Cómo los procesos curriculares pueden influir de manera positiva en la mejora de la educación?”

La educación, en su esencia, es el motor que impulsa el desarrollo de las sociedades. No solo es el instrumento por el cual se adquieren conocimientos técnicos y habilidades, sino también la vía que forma ciudadanos críticos, creativos y capaces de enfrentarse a los retos de la modernidad. En este sentido, los procesos curriculares juegan un papel determinante, ya que son el esqueleto sobre el cual se organiza el acto educativo. Pero, ¿cómo pueden los procesos curriculares influir de manera positiva en la mejora de la educación? Esta pregunta nos lleva a reflexionar sobre la relación entre la calidad educativa y la planificación curricular, entendiendo que los procesos curriculares no son estáticos, sino dinámicos y en constante evolución.

El currículo es el conjunto de experiencias planificadas que un sistema educativo ofrece a los estudiantes.

No se trata solo de un listado de contenidos que deben aprenderse, sino de un conjunto de conocimientos, competencias y valores que buscan formar a la persona de manera integral. Desde esta perspectiva, los procesos curriculares bien diseñados tienen la capacidad de mejorar la educación porque establecen un marco claro y coherente de lo que se quiere lograr. Los objetivos curriculares proporcionan a los docentes y estudiantes una orientación precisa, asegurando que todos trabajen hacia metas comunes.

Un currículo bien estructurado debe ser capaz de generar en los estudiantes una capacidad crítica y reflexiva. Ya no basta con que el currículo se centre exclusivamente en la transmisión de conocimientos teóricos, sino que debe incorporar metodologías activas que fomenten el pensamiento crítico, la resolución de problemas y la creatividad. 

La introducción de competencias transversales como la digitalización, el emprendimiento y la educación emocional puede generar una mejora sustancial en la calidad educativa, porque prepara a los estudiantes para enfrentarse a los desafíos del siglo XXI.

Uno de los elementos fundamentales que influye de manera positiva en la educación es la capacidad de los procesos curriculares para adaptarse a los cambios sociales, culturales y tecnológicos. Un currículo rígido, que no tiene en cuenta las necesidades cambiantes del entorno, corre el riesgo de quedar obsoleto rápidamente. Por ello, la flexibilidad curricular se convierte en una herramienta esencial para garantizar la mejora continua de la educación. En la práctica, esto significa que los procesos curriculares deben ser revisados y actualizados periódicamente para asegurar que los contenidos y competencias que se enseñan sean relevantes. Un ejemplo de esto es la inclusión de nuevas tecnologías en el aula. En las últimas décadas, el acceso a la información ha cambiado radicalmente gracias a internet y las herramientas digitales.

Un currículo que no contemple el uso de estas tecnologías estaría limitando las posibilidades de los estudiantes para interactuar con el mundo actual. De igual manera, la educación basada en competencias es un modelo que ha ganado relevancia en las últimas décadas precisamente por su capacidad para adaptarse a las necesidades del entorno laboral y social.

Para que los procesos curriculares tengan un impacto positivo en la educación, es fundamental que los docentes participen activamente en su construcción. La formación continua del profesorado es otro aspecto clave en este sentido. Un docente que está en constante actualización podrá implementar nuevas metodologías, recursos y enfoques que mejoren los resultados de aprendizaje de los estudiantes. Por lo tanto, los procesos curriculares deben contemplar no solo el qué enseñar, sino también el cómo enseñar y con qué herramientas se llevará a cabo el proceso educativo.

Otro aspecto en el que los procesos curriculares pueden tener un impacto positivo es en la promoción de la equidad educativa. En muchas sociedades, la educación se enfrenta a una serie de desigualdades, tanto económicas como culturales, que dificultan el acceso equitativo al conocimiento. Los procesos curriculares deben diseñarse de tal forma que todos los estudiantes, independientemente de su contexto socioeconómico, tengan las mismas oportunidades de aprender y desarrollarse.

Para lograr esto, es necesario que el currículo sea inclusivo y contemple la diversidad de los estudiantes. Un currículo inclusivo debe ofrecer múltiples vías de acceso al conocimiento, considerando las diferentes formas de aprendizaje y los contextos culturales de los estudiantes. Esto incluye la incorporación de enfoques pedagógicos que valoren la interculturalidad y promuevan una educación respetuosa con las diferencias.

Además, los currículos deben estar diseñados para brindar apoyo a aquellos estudiantes que enfrentan barreras en su aprendizaje, ya sea por discapacidad, dificultades sociales o económicas.

Un elemento que está íntimamente relacionado con la mejora de la educación es la evaluación de los procesos curriculares. Evaluar el currículo no es solo medir los resultados de los estudiantes, sino analizar si los contenidos, métodos y estrategias están siendo eficaces para alcanzar los objetivos planteados. Una evaluación constante permite hacer ajustes y mejorar los aspectos que no están funcionando como se espera. Este ejercicio hace parte de los Talleres de Lectura y Escritura en Procesos Curriculares para los estudiantes de Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico (I-2024).