Por Álvaro Cotes Córdoba
De los tres periódicos de Barranquilla, El Heraldo, el Diario del Caribe y La Libertad, el primero siempre fue el más influyente, el de mayor circulación o el que se identificaba con una línea editorial pluralista, dirigida hacia todos los estratos sociales, sin que fuera calificado como popular ni amarillista ni clasista, en definitiva, era un diario en el que todo el mundo en la Costa quería aparecer, pero en las buenas noticias, no en las malas.
Por ejemplo, en las páginas sociales, donde era un lujo y de caché, pues era una de sus secciones más buscadas por los lectores vanidosos de la alta, los envidiosos de la media y los soñadores de la baja sociedad. Los de la alta para demostrar cuán bien les iba en la vida, los de la media para seguir manteniendo la esperanza de hacer lo mismo que los de la alta algún día y los de la baja, para seguir soñando lo imposible.
Como principiante en el periodismo, anhelé siempre trabajar en El Heraldo y lo logré como corresponsal desde mi departamento, durante más de un año. Era un lujo estar en la nómina, así fuera por contrato, del periódico más cotizado y donde por un tiempo estuvo trabajando también el primero y único premio Nobel colombiano de Literatura, Gabriel García Márquez y a quien se me había metido en la cabeza seguirle los gigantescos pasos que había dado hasta esos momentos, nada rápido ni fácil, pero no imposible.
Después venía el Diario del Caribe, un periódico con sueños de grandeza o de convertirse en el más importante del Caribe colombiano, pero sucumbió en su intento, aunque logró ser el segundo por un buen rato. En el Diario del Caribe pude lograr que me publicaran un artículo, aun cuando lo hicieron en la sección de lectores escriben y cuya publicación por poco hizo que me echaran de la facultad de Comunicación Social de la Uniautónoma, donde apenas hacía primer semestre. Lástima, porque fue un buen periódico, pero como siempre ocurre, fue vendido al mejor postor, a un grupo económico, el cual y como todos hacen, le quitó el alma noble del buen periodismo y le impuso una diferente y perversa que, por supuesto, lo llevó a desaparecer por la eternidad. Lo que no deseamos, sobre todo los que trabajamos con él, sucediera lo mismo con El Heraldo, ahora que también lo compró un poderoso grupo económico llamado Gilinsky.

No obstante, y ahora sí entiendo el porqué del eslogan “con la fuerza de la verdad” que el dueño don Roberto Esper le puso a su periódico, el más modesto y popular de los tres medios impresos de Barranquilla.

El Diario La Libertad continúa manteniéndose ecuánime, independiente y con el alma noble del periodismo. Tuve también el privilegio de laborar allí por complacencia del mismo don Roberto, quien un día en El Informador, periódico de Santa Marta en cuya redacción trabajaba, me tiró el anzuelo de que cuando me aburriera de ahí, me fuera para su periódico y lo hice en menos de lo que cantó un gallo.
En La Libertad aprendí y enseñé, conocí la nobleza de su dueño, quien pese a ser un comerciante exitoso, nunca pervirtió el espíritu del periodismo de su periódico ni lo puso al servicio de ningún grupo político y mucho menos se lo vendió a algún grupo económico. Sigue siendo el periódico del pueblo y para el pueblo, el más independiente y el único sobreviviente de los que creen que comprar un periódico es como comprar una fábrica de juguetes, cuyos productos inanimados carecen de almas y no poseen el poder de las palabras. Menos mal que está en las buenas manos de su hija Luz Marina, quien le copió a su padre y lo ha mantenido alejado de las malas tentaciones de los perversos grupos económicos…