POR: REYNALDO MORA MORA
Hay que salvar la Formación Integral de esta política educativa neoliberal de estandarización y homogenización, para que potencie la autonomía y la Dignidad de cada estudiante para favorecerlos con una vida buena. Hay que salvar la Escuela de esta política agresiva en su contra. Por lo tanto, haya que ser un incansable educador crítico, ofreciendo estimulantes claves para replantearse hoy la tarea de formar buenos ciudadanos, sobre las realidades actuales ligadas a la enseñanza. Por lo tanto, hay que ser optimista y tener confianza en nosotros mismos, como la síntesis de un Maestro comprometido. Por ejemplo, tenemos que pensar en la evaluación que se ha olvidado de pensar en el ser humano. De ahí, que la Escuela debe salvaguardar la humanidad de sus estudiantes, porque el Maestro es y deber celoso de su quehacer para dar lo mejor a sus estudiantes; y una de sus principales responsabilidades es formarlos para que se integren de manera responsable al mundo adulto que resulta más exigente para las instituciones educativas. En este sentido, necesitamos educadores bien formados y un currículo contextualizado y pertinente.
En mis “Pensamientos Formativos Curriculares” he puesto en tela de juicio los pilares sobre los cuales se han construido las pruebas estatales en los últimos 50 años. Debemos revelarnos contra esta cultura estandarizada. Es nuestra esencia, la razón de ser de nuestra praxis, porque esas pruebas son un autentico ariete para derribar los sueños de los jóvenes colombianos y las puertas del castillo que se ha creado con la Carta Política de 1991 en su artículos 67, 68, 69 y 95. Este sistema educativo actual se ha encargado de empequeñecer la condición humana, que es el gran pilar de la democracia. Esta guerra en contra de esas pruebas, lo hacemos porque estrecha el mundo intelectual de los bachilleres ansiosos de la educación superior y es una traición a la vocación constitucional de los Fines del Estado Social de Derecho.
El mundo académico, que es el nuestro se rebela contra el horror estandarizante del Icfes. Nuestro esfuerzo consiste en exaltar la trascendencia de pensar los contextos, nuestra sociedad, nuestra historia cultural e identidad. Es una invitación a re-crear los caminos de lo propio, como el reflejo de la variedad que es Colombia, en donde confluyen incertidumbres y certezas por igual, porque nuestra praxis pedagógica debe ejercitarse al calor de un gran amor por nuestro enseñar: es nuestra alma propia que tiene al currículo como hilo conductor que da colorido a la variedad de formas de la escritura de la vida cotidiana. En este sentido, el currículo como alma histórica, social y cultural de una Institución Educativa, nos lleva a navegar por todos los intersticios de ese gran océano, que es la formación, como esa recopilación que abarca distintas dimensiones que se ponen en escena en la escuela, entones, el currículo es una construcción colectiva que plasma una realidad, como el esfuerzo de una comunidad educativa para dar a conocer las manifestaciones y soluciones del contexto.
Entonces, el currículo explora profundamente el trayecto formativo de los estudiantes en sus relaciones con la familia y con la sociedad, posicionando la formación de buenos ciudadanos, como la importancia de compartir socialmente y expresar sus emociones y sentimientos, como la narrativa de cada estudiante que invita a una introspección personal como autonomía social. Por tal razón, el currículo es el relato formativo de las experiencias y viajes por los contenidos de enseñanza de cada estudiante, en el intento autónomo por poder demostrar y afianzar su formación axiológica, como el cultivo individual, como virtud formativa, como la inmunización del buen ciudadano, frente a, por ejemplo, la corrupción, como el refinamiento por lo constitucional en la praxis de cada estudiante, el ciudadano bienpensante, como un proyecto autónomo y confesable, por ejemplo, de hacer culto, en saber hacer buenas lecturas de la realidad social, apreciar el arte, preguntarse por las problemáticas sociales, atreverse a pensar por sí mismo, frente a la muy hostil jungla urbana de depredación neoliberal que condena a los buenos ciudadanos a diversas formas de ansiedad y depresión.
Para nosotros el currículo es todo, es el alma del sistema educativo, pues vitaliza al individuo y a la sociedad. Hemos vivido en estos últimos 50 años bajo el paradigma evaluativo positivista del Icfes. Por lo mismo, sus pruebas son una especie de criterios rígidos, que no son dados para formar buenos ciudadanos, sino para la competencia utilitarista del mercado, sediento de mano de obra barata y para la exclusión social. Por ello, es tal la necesidad por parte de los educadores críticos de generar un pensamiento-debate contra esta apuesta infame, por eso, hay que construir esta narrativa desde el núcleo de la Constitución Política (arts., 2, 11 al 40, 44, 67, 68 y 95). Debemos alejarnos de ese positivismo irritante, que son las pruebas estatales, teniendo la necesidad de crear nuevas perspectivas evaluativas para el desarrollo y fortalecimiento de una sociedad capaz de ofrecer una vida digna a través de la educación superior. El problema es que, para darle fuerza y fundamento de un nuevo marco evaluativo, tenemos que estar unidos académicamente, porque por nuestra debilidad, esos instrumentos violatorios de la Dignidad de los bachilleres, han permanecido en el tiempo, los hemos convertido en unos dioses que resuelven y dicen quién ingresa, con lo cual en efecto, hemos fortalecido ese positivismo, en desmedro de nuestra juventud, les hemos dado atributos de eternidad (50 años y más) a esos esperpentos formativos, que solo propagan la exclusión social, y con ello, se les ha arrancado las posibilidades a nuestra sedienta juventud de crecer autónomamente para una vida buena.
Cada día el endurecimiento del Icfes se da para seguir con esa política de exclusión. Ese organismo burocrático ha hecho de esos instrumentos una especie de tablas “mosaicas” para el ingreso a la educación superior, grabadas en estandartes fríos que anulan los deseos y sueños de nuestros bachilleres. Esos señores creen que seguirán para siempre con esa política. Cuando como educadores críticos comprendamos el papel de guardianes de quienes hemos formado como bachilleres, y que podemos crear un nuevo marco humano, demasiado humano, que podamos darnos a la tarea de revisar y cambiar eses instrumentalismo de estado, podemos decir, que tendremos una nueva educación. Este cambio no lo proponemos por una mera conveniencia, sino de acuerdo a la pregunta que en éstos 50 años hemos debido hacernos: ¿qué tan penetrantes y contextualizadas han resultado esas pruebas estatales para las clases más desfavorecidas?
La enseñanza en el currículo es una obra de arte, donde podemos crear personajes ficticios, hechos, entre otros aspectos enseñables, podemos narrar, dramatizar, recrear la vida cotidiana, podemos dar cuenta de los desvaríos políticos, los ideales constitucionales y de una sociedad, y podemos poner en escena nuestra capacidad de imaginar, de ser como maestros unos artistas del enseñar (ver mi ensayo: “El maestro un artista”, lo que nos permite detallar situaciones y problemáticas sociales, de detalle en detalle. Nos podemos adentrar en el mundo de los personajes, para leer sus pasiones, intereses, sus seducciones, como lo enigmático y maravilloso que es acercarnos a los acontecimientos históricos, que tal vez alteraron las estructuras del poder (por ejemplo, la Independencia de la Gran Colombia).
En definitiva, una clase en estas condiciones didácticas es un espectáculo inolvidable, porque son relatos por medio de los cuales hacemos vivir en tiempo presente los hechos históricos del pasado. Por ello, una clase didáctica en el mejor estilo de Han Aebli (ver su obra: “12 Formas básica de enseñar”), es y debe ser vibrante. Todo lo anterior representa vientos de esperanza para un nuevo currículo y un nuevo enseñar y aprender. Si recordamos el “Mito de Medusa”, me atrevo a dejar el siguiente interrogante partiendo de los anteriores planteamientos: ¿te atreverías como educador a cortar la cabeza de Medusa, es decir, la cabeza de la enseñanza tradicional para proponer nuevas didácticas? Todo esto nos invita a pensar el desarrollo de una clase como una saga apasionante alrededor de problemáticas sociales pensando la formación de buenos ciudadanos. Ese hilar curricular refleja nuestro pensamiento sobre la naturaleza humana del enseñar y el aprender de los errores desde nuestra práctica como educadores críticos, lo que fundamenta nuestra propuesta de un enseñar contextualizado y pertinente, demostrando como educadores críticos nuestra capacidad única para utilizar el lenguaje del arte y de la vida cotidiana como arma de aprendizaje para nuestros estudiantes.