Mágico centenario

No sé qué será de mis días en la vertiginosa vida de hoy. Solo les contaré una breve reflexión sobre hechos que han ocurrido conmigo y que, por los cuales, hoy día ya me han olvidado; al igual que lo que sucede frente a mi nariz, con reconstrucciones realizadas muchísimos años más tarde, aquellos parques tristes y desolados.

Al parecer, ya no existimos para nadie; solo vivimos. Los pájaros, asiduos compañeros, cantan en la madrugada y en las tardes, antes de que se vayan los colores del día. Juegan y se divierten entre las grandes ramas de mi verde morada, donde también cohabitan como si fuera una gran nación. Pero llega la enigmática noche, y callada, muy rara vez hombres y mujeres salen a ejercitar y tonificar su cuerpo, así como en encuentros de cínicos enamorados, por el temor a la impresión de este mismo lugar y de mí, que ya parezco un esperpento.

Sin embargo, insisto, de manera muy enfática y golpeado por los años, ya de manera esporádica, la gente se asusta al pasar por donde convivo; al igual que en los parques, con seres vivos y elementos útiles para el ser humano.

Es tanto el olvido en que nos tienen, que solo se planta sobre mis raíces la inconformidad del hombre insensible, que no descansa en salir de sus viviendas y arrojarme basura, porquerías y excrementos. Sin embargo, todavía no sé qué será de mi existencia, cuando en el tronco de mi acabado cuerpo me veo maltratado por rasguños y golpes de este hombre, avanzado en conocimiento… Y como dice su misma gente: “Solo vivo por vivir”. Ni siquiera sé cómo definir mi vida. ¿Árbol? ¿Magia en su total plenitud? JA… No lo creo. En realidad, no sé cuál es la verdad… Quizás la tecnología, en computadores, celulares o diferentes videojuegos, como también en parques de gramados artificiales, donde ya no se respira aire puro, sino un clima de tensión por alguna competición silvestre. Nuestro lugar, donde había un sinnúmero de entretenimiento y relajación, ha quedado en la evocación de los abuelos.

De algún modo, aunque no quiera que sea, es un hecho. El hombre es ya una especie autónoma, individualista y nada colectiva, sensible por mejorar y unificar la sociedad y su naturaleza, de avances y necesidades; sí, es una existencia útil que hoy prima, donde los jóvenes, chicos y adultos han relegado nuestra compañía, mis diversiones y mi eterna paciencia dentro y fuera de mis grandes ramas, que solo sirven hoy en día como perfecta herramienta al supuesto ser pensante. Ni hablar de los brotes de mi inspiración, con alguna flor o fruto que siempre me han de robar… sin yo decir nada.

Hoy y siempre sin dormir, solo me reflejan estos días un seco bostezo inmóvil de relegación por el mundo de los hombres y su trato infame, sin importarles si estamos en verano o en invierno. No es para tanto, pero mi temperamento, no menos melancólico, sino impasible, es ya una realidad invadida por el silencio y los anhelos, mejoras de un sueño atrapado entre suspiros de un “quisiera”, gritando con un seco verde deseo.

Y bien, a nadie le importamos, cual viento que pasa y solo se lleva ese mágico recuerdo, cuando era un gran brazo fértil del planeta. Y del parque, ni hablar, también era frescura e inspiración para el humilde o el rico, y quien, sin duda, se adormecía sobre mi sostén, que aún guarda mucho tesón, pero que solo se acerca a mi cuerpo para limar su faena, porque para él la vida es un presente ya pasado, instante de existencia que han muerto. Y hoy solo exhorto en este relato, en forma de soliloquio, quizás por mi duda, la más acertada en todos los tiempos. Y no por ser yo quien lo grita, sino por mis reflexiones, donde, por ironías, depende sublime segundo el funesto hombre. Quizás seas la esfinge, representación de esta superflua sociedad posmoderna. Y de algo estoy más que convencido: su vida no trascenderá más allá de lo banal. Solo la naturaleza, su belleza y misterio, sus verdes matizados entre flores y frutos encantados, volverán a ser conquistadas cuando regrese para ti, hombre cruel, ese sentimiento de sensibilidad en vivir y existir lo mágico, que no es blanco ni negro.

Autor: Jaime Gúzman