De Valledupar a Macondo, un viaje de ida y vuelta*

Por: Andrés Molina

Para nosotros, los nativos de Valledupar, es ya un lugar común como también motivo de orgullo, la célebre frase de García Márquez que expresa que Cien años de soledad, no es más que un canto vallenato de trescientos cincuenta páginas. ¿Qué llevó al maestro a hacer tan hermosa afirmación a favor de nuestra música cuando hace menos de cuarenta años el vallenato era considerado por muchos como una música propia de incultos y primitivos? ¿Cuál fue la real influencia del vallenato en la obra garciamarquiana –si es que tuvo alguna– o se trata simplemente de una mamadera de gallo más, similar a las que nos tenía acostumbrado nuestro siempre querido Gabo?

El embrujo del vallenato

El mismo García Márquez nos proporciona claves valiosas que nos guiarán en esta búsqueda alquimista. Primero, al confirmarnos la seriedad y la gravedad de su frase, descartando con ello las dudas de los aún escépticos de la influencia del vallenato en su obra: “yo nunca me canso de decir que ‘Cien años de soledad’ no es más que un vallenato de 350 páginas. Cualquiera que escuche un vallenato original se da cuenta que no es un chiste ni una mamadera de gallo. ‘Cien años de soledad’ es un relato de acontecimientos cotidianos de la región donde nació y prosperó el vallenato.”[1]

Igualmente, cuando nos señala en sus memorias, ‘Vivir para contarla’, el atractivo embrujo que produjo en él desde su infancia esta singular música: “Hasta donde recuerdo, mi vocación por la música se reveló en esos años [se refiere a 1932 cuando tenía no más de cuatro años] por la fascinación que me causaban los acordeoneros con sus canciones de caminantes. Algunas las sabía de memoria, como las que cantaban a escondidas las mujeres de la cocina porque mi abuela las consideraba canciones de guacherna”[2]

Más adelante, en la misma obra agrega: “No pude soportar la envidia, pues desde que escuché a los primeros acordeoneros de Francisco el Hombre en las fiestas del 20 de julio en Aracataca me empeñé en que mi abuelo me comprara un acordeón, pero mi abuela se nos atravesó con la mojiganga de siempre de que el acordeón era un instrumento de guatacucos”[3].

La fuerza narrativa del vallenato

Tal vez este frustrado deseo de ser acordeonero y ese amor irrefrenable que profesó por la música en general durante toda su vida, lo llevarían, años después, a develar el misterioso encanto que le produjo la música vallenata en su temprana infancia. Es, entonces, cuando ya siendo joven “descubre” la seductora esencia del vallenato: su fuerza narrativa. En efecto, es en el fértil terreno de la capacidad narrativa del vallenato, en ese modo peculiar y único de contar con total naturalidad los hechos más insólitos y asombrosos, donde García Márquez cree acertadamente que puede empezar a fabricar su instrumental lingüístico, a edificar sobre él su “carpintería literaria”, para dar paso, posteriormente, a la construcción de su propia narrativa y al encuentro de su propio ritmo.

En varias oportunidades el maestro ha ‘confesado’ esa influencia directa del vallenato como factor extraliterario en su proceso creativo. Un primer ejemplo lo encontramos en la siguiente cita:

“Sin lugar a dudas, creo que mis influencias, sobre todo en Colombia, son extraliterarias. Creo que más que cualquier libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos de hace muchos años, por lo menos treinta y cinco años atrás, cuando el vallenato era apenas conocido en un rincón del Magdalena. Me llamaba la atención, sobre todo, la forma como ellos cantaban, como se relataba un hecho, una historia… con mucha naturalidad. […] Esos vallenatos narraban como mi abuela, todavía lo recuerdo.”[4]

Otra buena ilustración de esta influencia nos la proporciona otro maestro de la narrativa colombiana, Manuel Zapata Olivella, amigo personal de Gabo y quien fue uno de los primeros en introducir a éste al mundo del vallenato. Relata Zapata Olivella que en el proceso de afinamiento de su técnica narrativa, Gabo descubre que la mejor forma de narrar “no es la de Kafka” sino la de los novelistas norteamericanos (Faulkner y Hemingway), quienes lo conducirían a su reencuentro con los cantos vallenatos:

“Lo que encuentro en Faulkner es que él está interpretando y expresando una realidad que se parece mucho a la de Aracataca, a le da la zona bananera. Lo que ellos me dan es el instrumento. […] Es cuando dejo todos esos cuentos intelectuales que había atrás, cuando me doy cuenta que era en las manos, era en todos los días, era en los burdeles, era volviendo a los pueblos, en las canciones […] Justamente, vuelvo a encontrar los cantos vallenatos.”[5]

¿Porqué ese volver a los vallenatos? Porque como el mismo Gabo lo explicaba ya en el año de 1950, en su texto periodístico titulado Abelito Villa, Escalona & Cia.“no hay una sola letra en los vallenatos que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del autor.” Esta apelación permanente de los cantos vallenatos a la realidad, ese constante nutrirse de la fuente inagotable de lo vivencial, sería un factor determinante para la construcción de la narrativa garciamarquiana. Efectivamente, como acertadamente nos sugiere Conrado Zuluaga, García Márquez “erigirá este principio elemental en uno de los pilares de la creación literaria: «Ningún episodio de la imaginación tiene más valor que el más insignificante episodio de la vida real»”.[6]

En otras palabras, para García Márquez la imaginación hunde sus raíces en la realidad, en la facticidad. Lo imaginario se edifica a partir de lo real y en eso radica su magia. Por fuera de la realidad, resultaría una invención falseada, fingida, sobrecargada, no natural, y por ende insostenible. Es, éste, pues, uno de los aportes del vallenato a la obra del Nóbel: el recurso a la realidad como base para la creación literaria.

El vallenato en la obra garciamarquiana

Otro aporte menos fundacional, pero no por ello de pequeña importancia, son las múltiples referencias que Gabo hace del vallenato en sus obras. La más célebre de todas es la descripción realizada en Cien años de la figura mítica de Francisco el Hombre, uno de los juglares centrales del folclor vallenato. Gabo inicia así su relato:

“Meses después volvió Francisco el Hombre, un anciano trotamundos de 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, Francisco el Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la Ciénaga, de modo que si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio. […] Francisco el Hombre, así llamado porque derrotó al diablo en un duelo de improvisación de cantos y cuyo verdadero nombre no conoció nadie, desapareció de Macondo durante la peste del insomnio y una noche reapareció sin ningún anunció en la tienda de Catarino”.

Sin embargo, antes de continuar con otro relato, conviene aclarar a los no iniciados en estos temas que Francisco el Hombre sí existió en la vida real y su nombre verdadero era Francisco Moscote Guerra. Era natural de Galán, un caserío del municipio de Riohacha, Guajira y se presume que vivió de 1850 a 1920.

De manera similar, en la novela El coronel no tiene quien le escriba se nos presenta la situación en que la mujer del coronel le propone a éste que empeñe el inmenso reloj de péndulo que quedaba en la casa, como una solución a la apremiante hambre y a las necesidades que los agobiaban.  La respuesta del coronel no pudo ser más contundente: “¿Yo voy a salir a la calle con ese escaparate en la espalda para que me saquen en un vallenato de Escalona?”.

Estas y otras referencias –como aquella que cuenta la afición de Aureliano Segundo por el acordeón, pese a los regaños de Ursula– nos muestran en qué contexto y de qué manera la música y el folclor vallenatos han nutrido la narrativa garciamarquiana.

García Márquez para el vallenato

Ahora, como lo sugiere el título de este ensayo, procede explorar en la dirección contraria. Ciertamente, mucho se ha dicho del aporte del vallenato a la obra de García Márquez, pero poco se ha estudiado sobre el legado de éste para con aquel. Quizás, una de las mejores aproximaciones en este sentido es la realizada por la inmolada Cacica Consuelo Araujonoguera, comadre y amiga personal del escritor, quien escribió las líneas que siguen en el editorial de la Revista del XXXIII Festival de la Leyenda Vallenata:

“Este trigésimo tercer Festival está dedicado a Gabo. Íntegramente. Desde su nombre: XXXIII Festival de la Leyenda Vallenata, Homenaje a García Márquez; el afiche promocional, el desfile de piloneras, el Foro, la base o pie para el Concurso de la Piqueria, los temas de las Canciones Vallenatas Inéditas, esta revista… Todo ha sido diseñado y organizado para decirle desde aquí, del epicentro mismo de la música vallenata que tanto a él le debe, cuánto le queremos y cuánto le agradecemos por todo lo bueno que nos ha dado a los colombianos y, de modo especial, a los hacedores y cultores de esta música que hoy trasciende las fronteras y llega a lugares impensados gracias principalmente a lo que él ha escrito y dicho sobre ella. Nadie como Gabo ha hecho tanto por la música vallenata. Nadie como él podría haber llevado –y llevó– a los más remotos rincones del planeta las noticias de estas tierras fantásticas cuando aún «el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». O describirlas con música.

Por todo este Festival tanto como un reconocimiento al formidable escritor es también un acto de amor, una expresión de lealtad al amigo y compinche de ilusiones y sueños que se anticipó a la realidad y predijo la apoteosis del vallenato desde las páginas de sus novelas; y es además una reafirmación de fe en todo lo que él simboliza como el más grande motivo de orgullo de los provincianos y de Colombia en general.

[…] pero además nos gusta verlo como al amigo, al compadre parrandero que sabe y conoce las intríngulis del vallenato más de lo que muchos presumen y de los que otros tanto quisieran. Que lo entiende, lo canta, lo baila, lo ama y lo defiende. Y de su mano lo ha ayudado a llegar a donde hoy está”.

En el mismo texto nos recuerda la Cacica, la feliz coincidencia de fechas entre el ‘descubrimiento’ de Cien años de soledad por el mundo y el inicio del primer Festival Vallenato.

Ambos hechos tuvieron lugar en 1968, año mágico que nos evoca otros hechos inolvidables que cambiaron el mundo como el mayo francés y la primavera de Praga.

Tal vez la coincidencia no es tal sino más bien punto de encuentro, porque la literatura y la música no son sino dos formas distintas –pero emparentadas– de catarsis, ya que ambas nos ayudan –cada cual a su manera– a exorcizar demonios y nos orientan en la interminable búsqueda de libertad.

De manera mucho más sincrética y compacta como corresponde a las dimensiones de su estirpe y de su oficio, el compositor Rafael Escalona –ese otro mito del folclor vallenato al que Gabo tanto admiraba y ‘envidiaba’[7] por su capacidad de síntesis narrativa– hizo una canción vallenata ya hoy casi completamente olvidada en donde, a mi juicio, realiza una antología magistral de la obra del escritor colombiano. Recordemos, pues, las estrofas de la canción titulada ‘El Vallenato Nóbel’, compuesta con ocasión del premio que nos honró y nos sigue honrando a todos los colombianos y a toda Latinoamérica:

Gabo te manda de Estocolmo

un montón de cosas muy lindas

una mariposa amarilla

y muchos pescaditos de oro.

Gabo sabe lo que te agrada

por eso él te manda conmigo

el perfume desconocido

que tiene un olor a guayaba.

Coro

También te manda:

las mariposas amarillas

de Mauricio Babilonia

Mariposas amarillas

de Mauricio Babilonia…

En el nuevo libro de Gabo

dijo que él iba a publicar

que yo me parezco a un gitano

y mi corazón a un imán.

Sabes que Estocolmo está lejos

queda muy cerquita del Polo

allá se camina en el hielo

que un gitano trajo a Macondo.

Le mostré las cosas tan lindas

Que escribiste en un papelito

Pa’que se de cuenta Gabito

Que yo si tengo quien me escriba.

Después de todo lo expuesto, resulta claro que el viaje de Valledupar a Macondo incluye inexorablemente un tiquete de ida y regreso. Es un viaje que imperativamente debe hacerse en las dos direcciones, porque mucho le debe la obra de Gabo al vallenato y tal vez más le deba el vallenato al escritor.

Los vallenatos tenemos una gran deuda con García Márquez porque, siguiendo el axioma de Tolstoi, nos hizo universales al hablar de nuestra aldea y al situar a nuestra música en el escenario mundial. Por eso cabe afirmar, sin falsas molestias, que Gabo es el mayor de nuestros juglares.

Empero hoy me aventuro a afirmar que la mayor parte de la deuda no la tenemos con el propio Gabo sino con su abuela. Efectivamente, hay que agradecerle a ella su férrea oposición a que el nieto aprendiera a tocar acordeón. De haberlo aprendido, seguramente, dada su inteligencia sin par, habríamos ganado un buen acordeonero entre muchos otros que conforman el vasto espectro de juglares y digitadores vallenatos, pero, sin lugar a dudas, nos habríamos perdido irremediablemente –y también Latinoamérica y el mundo– de las inmortales y sabrosas páginas de sus obras, habríamos perdido, todos sin excepción, al cantor, al trovador y al cronista de nuestra soledad y de nuestro destino.

* Artículo inicialmente publicado en  la extinta Revista Contacto.


[1] Declaraciones a la Revista “Coralibe” (Bogotá, abril de 1981). Citado por: José Atuesta. “Manuel Zapata Olivella: puente entre Gabriel García Márquez y Rafael Escalona”, en Homenaje a Gabo. Revista del 33 Festival de la Leyenda Vallenata. Valledupar, abril de 2000. Pg. 80.

[2] Gabriel García Márquez, Vivir para contarla. Bogotá: Editorial Norma, 2002. Pg. 116.

[3] Ibíd., pg. 213.

[4] Gabriel García Márquez, Gabo visto por Gabo. En Homenaje a Gabo. Obra citada, Pg. 24.

[5] Gabriel García Márquez, citado por: Manuel Zapata Olivella, El substrato empiro-mágico en la novelística de García Márquez. En Homenaje a Gabo, obra citada. Pg. 114-115.

[6] Conrado Zuluaga, El borrador de Cien años de soledad. En Homenaje a Gabo, obra citada. Pg. 44.

[7] Gabo, entre serio y broma, sostuvo reiteradamente que admiraba la narrativa de los canciones de Escalona porque en un solo canto cuenta la historia que a él le toca contar en todo un libro.