Lucho Díaz

Por: Lucho Paternina Amaya

Es mi tocayo un ídolo del fútbol mundial. Pero verlo correr detrás del balón con su pique, velocidad y elegancia, con el cabello blanco medio crespo y camisita negra, está muy lejos de parecerse al guajiro original, orgullo de su tierra y de Colombia, y que sus admiradores nos acostumbramos a observar y disfrutar con su fútbol salpicado de cabriolas adornadas con arte y llegando al gol sin que después de cada triunfo, se aparte de las enseñanzas que lo han hecho grande, fiel a sus ancestros guajiros.                                            

¿Acaso fue el mismo Lucho Díaz de la Copa América, el que vimos en el partido contra Perú? Claro que no. Exhibirse con el pelo pintado ya es otro. Eso de apartarse de la influencia cultural que lo empujó a forjarse una identidad, vale decir, hacerse a una personalidad descontaminada de extranjerismos e influencias nocivas y convertido en símbolo de una raza resistente, valerosa y agresivamente dispuesta a ganarle la partida a la pobreza y a todas las necesidades de que padece, no creo que se sienta tan a gusto con su representante que cambió su fisonomía para seguir jugando al fútbol por todos los estadios del mundo, pero sin la misma jerarquía,  arte, capacidad y solvencia demostradas antes del Luis Díaz del partido Colombia-Perú. Muy distinto del guajiro carismático y sin ningún peso sobre sus hombros y su cerebro que lo esté llevando por los atajos del esnobismo a costa de apartarse de sus tradiciones, sin las cuales no hubiera forjado la identidad con la cual lo referenciamos, siempre cercano a su Guajira inmortalizada en los cantos vallenatos.

Estamos frente a una tendencia muy propia de artistas y deportistas por parecerse a otros colegas que nadan en la fama por encima de la que administran sus imitadores, pero que desdibuja la personalidad de éstos hasta perder una identidad que los espectadores estábamos acostumbrados a ver,  sin que nos imaginemos que se presenten con nuevas imágenes que parece afectar su personalidad, mientras cargan todo ese arsenal de tatuajes, piercing y tintes en sus cabelleras , convirtiendo al original deportista o artista que acostumbramos identificar sin que se pareciera a nadie, en otro personaje que da la impresión de no poder con la carga que representa dejar de ser guajiro, con su humildad y grandeza, por ejemplo, para parecerse a los monos nórdicos o a los herederos de la corona inglesa o  a Maluma con ese otro yo que cubre su cuerpo.                

Este es el Lucho Díaz que va enfrentar a la mejor selección del mundo colectiva e individualmente. Si mete gol y le ganamos a la Argentina, no le den trámite a este comentario. Ténganlo como no escrito, tal cual se predica de algunas cláusulas en los contratos. Queda perdonado y automáticamente con su pelo original, sin importarme siga de blanco, sin estar muy seguro si con su nueva identidad, pueda continuar siendo el jugador que nos hinchó el orgullo colombiano.