Por: Yamil José Gámez M.
Sin lugar a dudas, las pruebas de estado es un tema crucial en el ámbito educativo, pues ambas instancias están intrínsecamente ligadas al proceso de enseñanza-aprendizaje. El currículo, entendido como el conjunto de objetivos, contenidos, metodologías y criterios de evaluación que orientan la labor educativa, debería ser la base sobre la cual se desarrollan las experiencias de aprendizaje de los estudiantes. Por otro lado, las pruebas de estado, también conocidas como evaluaciones estandarizadas, buscan medir los resultados de ese proceso educativo al final de un ciclo formativo.
Esta crítica se presenta para dar cuenta de lo que plantea en su Tribuna Pedagógica el docente Reynaldo Mora Mora (Diario La Libertad, septiembre de 2024), cuando crítica las pruebas estatales. Sin embargo, cuando se examina esta relación de manera crítica, surgen varias problemáticas que ponen en entredicho la efectividad de las pruebas de estado como un reflejo fiel del currículo y del aprendizaje integral de los estudiantes.
En primer lugar, es fundamental reconocer que las pruebas de estado, al ser estandarizadas, tienden a privilegiar ciertos contenidos y habilidades que son más fáciles de cuantificar. Esto genera una tensión significativa con el currículo, especialmente cuando este se concibe como un marco amplio que debe incluir no solo conocimientos académicos específicos, sino también habilidades transversales como el pensamiento crítico, la creatividad, la resolución de problemas y las competencias socioemocionales. El enfoque predominante en las pruebas de estado suele estar en la medición de conocimientos específicos en áreas como matemáticas, ciencias y lenguaje, dejando de lado otros aspectos del currículo que son igualmente importantes para el desarrollo integral de los estudiantes.
Este sesgo hacia lo cuantificable tiene varias implicaciones negativas. Una de las más evidentes es la tendencia a la «enseñanza para el examen». Los docentes, conscientes de la importancia de las pruebas de estado para el futuro académico y profesional de sus estudiantes, y también para la evaluación de su propia labor, pueden sentirse presionados a centrar su enseñanza en los contenidos que serán evaluados en dichas pruebas. Esto no solo limita la amplitud del currículo que se implementa en el aula, sino que también reduce la enseñanza a una mera preparación para el examen. En lugar de fomentar un aprendizaje profundo y significativo, se promueve una memorización superficial de datos que, si bien puede ser útil para aprobar una prueba, no necesariamente contribuye a un desarrollo cognitivo y personal más amplio.
Además, la dependencia de las pruebas de estado como principal medida de la calidad educativa perpetúa una visión reduccionista del éxito académico. Estas pruebas, al centrarse en resultados cuantitativos, ignoran las diferentes formas en que los estudiantes pueden demostrar su comprensión y habilidades. La diversidad de formas de aprendizaje y la riqueza del conocimiento humano no pueden ser capturadas completamente en un examen estandarizado. Esta realidad es especialmente problemática en contextos de diversidad cultural y social, donde las pruebas estandarizadas pueden no reflejar las realidades y necesidades de todos los estudiantes. De esta manera, se perpetúa un sistema que marginaliza a aquellos estudiantes cuyas fortalezas no se alinean con las habilidades que estas pruebas buscan medir.
Desde una perspectiva crítica, es necesario cuestionar no solo el contenido de las pruebas de estado, sino también su propósito y la forma en que se utilizan. ¿Realmente estas pruebas están midiendo lo que es más valioso en la educación? ¿O están simplificando y distorsionando lo que significa estar bien educado? Si la educación tiene como objetivo preparar a los estudiantes para ser ciudadanos críticos, creativos y comprometidos con su entorno, entonces las pruebas de estado, tal como están diseñadas actualmente, son insuficientes y, en muchos casos, contraproducentes.
Una postura crítica también debe considerar el impacto de estas pruebas en la equidad educativa. Las pruebas de estado, al ser estandarizadas, no consideran las desigualdades estructurales que afectan el rendimiento de los estudiantes. Factores como la pobreza, el acceso a recursos educativos de calidad, y el apoyo familiar y comunitario, entre otros, juegan un papel crucial en el desempeño de los estudiantes en estas pruebas. Sin embargo, los resultados de las pruebas de estado a menudo se utilizan para hacer comparaciones entre estudiantes, escuelas y regiones, sin tener en cuenta estas desigualdades, lo que puede reforzar las brechas existentes en lugar de cerrarlas. Esta situación no solo es injusta, sino que también perpetúa un ciclo de exclusión y fracaso para aquellos estudiantes que ya están en desventaja.
En conclusión, la relación entre el currículo y las pruebas de estado es compleja y está cargada de tensiones que deben ser abordadas de manera crítica. Si bien es innegable la necesidad de contar con mecanismos que permitan evaluar y asegurar la calidad educativa, es igualmente crucial que estas evaluaciones no se conviertan en un obstáculo para el desarrollo integral de los estudiantes. Para avanzar hacia un sistema educativo más justo y equitativo, es necesario repensar el papel de las pruebas de estado, explorar formas alternativas de evaluación que valoren la diversidad de habilidades y conocimientos, y garantizar que el currículo siga siendo un instrumento para el desarrollo pleno de los estudiantes, en lugar de una simple guía para pasar exámenes. Solo así se podrá garantizar una educación que realmente prepare a los estudiantes para enfrentar los retos del mundo actual de manera crítica, creativa y comprometida. Este ejercicio hace parte de los Talleres de Lectura y Escritura en Procesos Curriculares que se adelantan con los estudiantes de licenciaturas de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Atlántico, con el objetivo de que los futuros educadores escriban y lean sobre el currículo (II-2024).