[EDITORIAL] La meta de Colombia tiene que ser la paz

Foto: referencia.

No hay que desconocer que los anteriores gobiernos también trataron de una u otra manera de reducir a los sediciosos con diversas estrategias desde cortarles los canales de suministro, cercar los lugares en donde presumiblemente se escondían, bombardear sus refugios, preparar pelotones contraguerrilla, tratar de llegarles por tierra y aire, el pago de recompensas, la eliminación de sus cabecillas y muchas otras que dieron algunos resultados positivos pero no los definitivos para lograr una paz definitiva.

Cuando se trabaja por la paz en forma abierta y sincera no hay que temer; estos esfuerzos podrán ser inútiles, podrán fracasar, pero siempre seguirán siendo una posibilidad para una sociedad que necesita cambiar el escenario de belicismo, el atropello y el latrocinio.

Es por eso que la meta de Colombia tiene que ser una paz estable y duradera en el más riguroso sentido de lo esencial; la paz que además del abandono de las armas, represente la construcción de una nación libre de factores que puedan exponerla a nuevas confrontaciones, de muerte y frustraciones; creemos que no hay causa más prioritaria para el país que la salida al conflicto armado a través de la búsqueda de la Paz Total que hoy en día promueve el Presidente Petro.

Las medidas de estas dificultades posiblemente podrían darse en los procesos que se han venido implementando con los varios grupos subversivos; por lo pronto se conoce la conformación de un grupo de negociadores por parte del Gobierno, lo cual se puede catalogar como un avance, pues ni eso podía hacerse desde hace años atrás.

Entendiendo las dificultades que implican más de 60 años –o quizás más– de violencia, Colombia reclama que las conversaciones avancen y empiecen a producir resultados, ojalá se obtengan pronto, para evitar que ese esfuerzo caiga en el descrédito que sepultó todos los intentos anteriores, la verdad es que el país no se merece el conflicto que le afecta.

El punto está en que ya en el mundo no hay espacio para los extremismos, sean de izquierda o de derecha, y la comunidad mundial, tarde o temprano, castigará a quienes insistan en los absolutismos y en el uso de la fuerza para imponer una doctrina política la cual para el caso que nos ocupa no existe.

Las naciones, cualesquiera que ellas sean, suelen tener períodos de inviabilidad, la diferencia es que tarde o temprano son superados; los conflictos irresolutos como el nuestro, por el contrario, suelen traer más conflictos.

Es cierto que el conflicto nuestro tiene sus raíces en problemas internos, pero se agravó en el momento en que otros factores se convirtieron en el generador de los recursos que alimentan las múltiples formas de violencia.

No hay dudas que el Estado hoy en día hace esfuerzos enormes por contener esas causas, pero es demasiado limitada su capacidad para atender el desgaste social que vive el país por tantos años de guerra de guerrillas.

Pese a los resultados que ha dejado el fortalecimiento del Estado para combatir las múltiples formas de violencia en el territorio, es claro que esa guerra terminará pero cuando existan vías que permitan las soluciones pacíficas que los colombianos desean y que ante todo le devuelvan la paz estable y duradera, a más de 50 millones de seres humanos.

Por todo lo anterior, la meta de Colombia tiene que ser la paz.