“Tribuna pedagógica”: Pensar los procesos curriculares

Por: Reynaldo Mora Mora

La entrada en vigencia de la Constitución Educadora de 1991(como la denomino en mi próximo libro a publicarse, “El nuevo orden jurídico educativo”) marca no solamente un cambio político sino también un cambio en la era de la educación colombiana. La aceleración de mutaciones tecnológicas, económicas y culturales, el diálogo entre  el gobierno central y las regiones, así como la pretensión de formar buenos ciudadanos, ha hecho imperioso que se piense en el educar como institución milenaria promoviendo una justicia social, más justo y más digna. Veníamos de la Constitución Política de 1886 con unos puntos de referencia intelectuales, educativos, morales y políticos tradicionales desgastados, las tradicionales solidaridades se hallaban debilitadas sin que otras nuevas encontraran principios e instituciones sobre las cuales debe basarse una nueva educación. En estas condiciones, la prioridad hoy en día es la construcción de una base ética común sobre la cual los colombianos podamos entendernos para manejar nuestra autonomía e interdependencia. Se trata de la concepción constitucional de educar en valores, que desarrollen y fortalezcan la puesta de nuevas prácticas y discursos de una educación contextualizada y pertinente, que aún no la tenemos, porque este nuevo educar es alma y sentido, equidad y futuro común para todos.

Mi metáfora: “el currículo es el corazón del sistema educativo, entre mejor oxigenado esté y con muy buenos nutrientes (contenidos enseñables pertinentes y contextualizados) mejor serán los procesos de formación integral”.: tenemos que la metáfora es un tema que ha despertado gran interés, por lo menos desde Aristóteles, y del que existe una bibliografía vastísima. Esta metáfora trata de un planteamiento central que surge de su inserción en un determinado contexto dentro de una perspectiva unitaria que se despliega en dos ejes: 1. el currículo impregna toda la vida cotidiana escolar, formando una red compleja e interrelacionada para la que tienen pertinencia las creaciones de maestros y estudiantes. 2. la existencia de esta red impacta en los imaginarios y representaciones de estos actores. Entonces, el currículo como el corazón del sistema educativo modela los sentidos en que se aprehende la realidad social desde el enseñar y el aprender. Por lo tanto, es una metáfora creativa, viva y digna de reflexión. Es una expresión para dar fuego de vida a los procesos de formación integral.

El currículo como producto histórico, social y cultural refleja en sus principios, los conflictos y contradicciones de la realidad de la cual y para la cual se construye. El currículo pensado como identidad misional de una Institución Educativa configura las prácticas y discursos de los procesos de formación, por lo tanto, involucra un esfuerzo permanente por tratar de mantener una mirada crítica frente a la formación de buenos ciudadanos en su relación con las problemáticas sociales: lo que le da pleno sentido; asimismo, demanda una historia de los procesos a través de los cuales el currículo se conformó como una construcción social y cultural y, en consecuencia, permite entender la identidad que como maestros nos desempeñamos ante las tensiones y necesidades del contexto.

El currículo interpreta la sociedad de acuerdo con pautas que ella misma traza desde los Fines de la Educación (art. 5, Ley General de Educación de 1994). El currículo crea narrativas desde los saberes enseñables que transformen nuestras vidas dignamente, y las construimos a partir de lo que nos enseñan y lo que experimentamos, generando una concepción de quiénes somos hoy, y, ¿cuál es nuestro lugar en la sociedad? En este  proceso de formación integral, hablar el lenguaje de los estudiantes implica ingresar en su mundo de significados personales, razón por la que se erige en una herramienta que le permite entender cómo cambiar los marcos conceptuales, no como una fórmula fija, sino tomando en cuenta las singularidades de cada estudiante. En este proceso, los marcos teóricos,  conceptuales y metodológicos en la investigación curricular, en su construcción nos ofrecen información nueva, generando en principio un cambio del marco respectivo donde se inscribe nuestro problema. Mediante este procedimiento se espera el desarrollo de acciones e interacciones que confirman el sentido inicial de nuestro problematizar. Pero el marco conceptual con el que se impregna una determinada situación curricular también implica el plano emocional, o sea, cogniciones, emociones, sentimientos e interacciones, de manera que el pensar, el sentir y el actuar como investigadores se modifican.

Por ello, concebimos al currículo como un poderoso Prometeo que atrae el contexto con sus problemáticas a los procesos de formación, ofreciendo la luz de los saberes a los maestros, dándoles amplitud e inteligencia creadora para transformar la realidad social. De ahí, que sea necesario discernir las posibilidades formativas: en este proceso la ética curricular no es más que el salvavidas al que ha de aferrarse el formar buenos ciudadanos, tras haber naufragado este propósito constitucional en ese mundo fofo y frío de las competencias estandarizantes. Al contemplar lo que realiza una escuela alejada de la política  homogenizante y estandarizante, para estar estrechamente ligada al contexto como obra de arte, como educadores críticos nos debe producir euforia, porque es esencial en la experiencia estética del enseñar, es goce ético, estético y placentero, es comprobar lo que el currículo es capaz de hacer con las demandas y tensiones de la sociedad, asumidas en la enseñabilidad, como esa fuerza reflexiva de praxis transformadora.

El currículo permite conocer la realidad social. Gracias a él sabemos cómo la escuela con sus saberes pueden transformar la sociedad, ajustando los procesos evaluativos al contexto, por ejemplo. El currículo cumple en los procesos de formación integral una función adaptativa: nos permite vivir y pervivir. Por eso la Escuela debe enseñar para la vida. Los expertos curriculares del MEN adaptan el currículo a sus necesidades (competencias, pruebas de estado y homogenización), cuando debe ser lo contrario. Con ello, la formación no es para la vida, lo que genera, por ejemplo, problemas de salud mental en los estudiantes, no se disfruta la escuela como territorio de paz porque el corazón en sus latidos formativos está pensando la instrumentalización de esa estandarización: lo que conlleva incesantes desequilibrios cognitivos y socioafectivos escolares, que nosotros como educadores críticos con contundencia debemos rechazar. El currículo se convierte en fecundador de lo real. Ofrece posibilidades reales en que las intentamos desde los saberes. En el currículo el presente y el pasado son los reinos de lo real. El futuro, el reino de lo posible: la formación promete, proyecta, previene, produce. La formación tiene porvenir: el currículo es luz de posibilidades formativas, de ahí que el currículo se enlaza con un sentimiento amoroso por el contexto. El currículo es esperanza y fe en la educación como posibilidades de una vida digna. Se trata de una tendencia humana, que debe estar profundamente arraigada en la práctica pedagógica de los maestros. El currículo es un banco con fondos suficientes para atesorar las oportunidades de los estudiantes. Solo un esfuerzo inteligente e imaginativo de una formación integral para la vida puede lograr empoderar en nuestro país un orden social, justo y digno.

Esta perspectiva curricular contextualizada y pertinente abre a la educación un formar para la vida, para que sea merecedora de valoración moral. Es la capacidad moral, como tendencia de formar para la justicia social, acometerla y materializarla. Por ello, veo la formación como si se tratara de la suma de incidentes relevantes e irrelevantes, en donde se aportan motivaciones para activar enérgicas iniciativas, haciendo que la vida sea un lugar humanamente vivible para todos. Esta es la formación real, no es la vacuidad y la trivialidad de sacar unos “buenos” resultados evaluativos en esas pruebas estanadarizadas. Por eso, la formación es la opción esperanzadora como oportunidades reales de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.