El oro olímpico brillaba por su ausencia en el palmarés de Novak Djokovic, la única pieza que le faltaba al serbio para pretender a ser el mejor jugador de todos los tiempos, una medalla que se colgó en los Juegos de París para completar todos los horizontes a los que puede aspirar un tenista.
Cuando se convirtió en el jugador con más Grand Slam de todos los tiempos o el que más semanas completó en el número 1, ya tenía suficientes argumentos para ser el mejor de la historia, pero quedaba pendiente un fleco que el español Rafael Nadal, su máximo rival, sí tenía.
Desde ahora, Djokovic también puede presumir de haber conseguido el título olímpico, logrado al quinto intento, tras tres semifinales perdidas y un bronce, logrado en Pekín que quedaba casi como una humillación en medio de tantos éxitos.
A sus 37 años, cuando todos le predicen una carrera en declive, el serbio quería saldar esa deuda con su propio palmarés, conseguir el éxito que se le negaba, en un escenario tan glorioso como la pista central de Roland Garros y contra un rival de prestigio, el español Carlos Alcaraz, que muchos consideran el mejor candidato para destronarle.