Un reciente análisis de nuestro Consejo Editorial, alrededor de las leyes especiales para la contratación laboral de jóvenes en Colombia, puso en evidencia uno de los mayores problemas del mundo contemporáneo, lo cual se patentiza en la vacancia de los jóvenes entre los 18 y los 25 años y su impacto en la estabilidad de las sociedades, así tengan altos grados de desarrollo.
Detrás del irónico aviso de los clasificados “Se requieren jóvenes con experiencia”, se forman largas colas tras una posibilidad de empleo que siempre resulta esquiva.
El asunto es especialmente crítico no solo en Colombia, en toda América Latina, hemisferio en el que de acuerdo con la OIT uno de cada dos desempleados es un joven entre los 21 y 25 años, problema del que no se escapa nuestro país, ni mucho menos la ciudad de Barranquilla.
Esto se constituye en una buena explicación para el deterioro social, el rompimiento de los tradicionales núcleos familiares de tanta importancia para la estabilidad comunitaria, el pandillerismo urbano y el aumento de la violencia en las zonas rurales, como también en las grandes ciudades; la situación es peor en el sector campesino, si es que logran conseguir algún tipo de contrato.
Los analistas explican que existe una estrecha correlación entre la voluntad de estudiar y las posibilidades de conseguir empleos estables y bien remunerados; claro está que al disminuir el segundo factor, la juventud no encuentra ningún incentivo para dedicar buena parte de su tiempo al estudio.
Indudablemente se trata de un círculo vicioso que sostiene la pobreza, las empresas afirman que requieren mano de obra calificada, pero la verdad es que los jóvenes egresados de la educación media no encuentran trabajos decentes, pese a que las economías latinoamericanas han venido creciendo de manera sostenida en los últimos años.
La frustración juvenil es entonces mayor y ello explica que buena parte de la mano de obra representada en los jóvenes emigra hacia países en los que encuentran posibilidades de trabajo mejor remunerado. Cuando no se dedican a la delincuencia en los barrios donde han desarrollado todas sus actividades, como es el caso de Barranquilla.
Para Colombia, esta situación es un problema mayúsculo, el ímpetu juvenil y la desesperación que causa el desempleo inclinan a grandes masas de jóvenes hacia la marginalidad social, con todos sus males y consecuencias.
Para nadie es un secreto que en nuestro país la juventud continúa siendo blanco de problemas como el desempleo y la inseguridad.
Es tiempo de que se ensayen eficientes métodos en la búsqueda de soluciones que ciertamente nos sintonicen con las actuales realidades, tales como las del sector informal, cantera de los desvalidos contemporáneos, a quienes los organismos gubernamentales no han dirigido sus esfuerzos a pesar de constituir ellos más del 60 por ciento de la población actualmente ocupada.
No hay que negar que la juventud carente de trabajo ha sido aprovechada en la conformación de grupos delincuenciales; no resulta muy difícil constatar, por ejemplo, que la mayoría de los integrantes de las agrupaciones al margen de la ley, son jóvenes entre los 18 y los 25 años.
De ahí la necesidad de ofrecer mejores oportunidades a este vasto sector de la población, carente de nuevos y claros horizontes que lo alejen de las actuales condiciones adversas.
Por eso cualquier política dirigida a la juventud debe empezar por garantizarles empleos dignos, para así evitar el seguro crecimiento de los conflictos sociales y políticos.