Molino de papel: metamorfosis

Por Walter Pimienta

Había una vez una niña que se volvió mujer

Sintió los malestares. Esperaba aquello. Había subido de peso. En el pecho percibió, bajo la piel, el asomo endurecido de sus pequeños senos de pezones rosados y en forma de pico de paloma. Ya se le habían asomado, más frondosos y gruesos, los vellos de su vergel y los de las axilas. Algo la entristecía profundamente en aquellos días. Desde su pupitre miraba a sus compañeras de escuela buscando adivinar en alguna de ellas lo mismo.
Se oía la voz de la maestra, la seño Edilsa, diciendo a sus estudiantes que abrieran el libro de matemática en la página 23. Esta vez aprendería, a punta de ejercicios, la manera de encontrar a un número , el máximo común divisor (MCD) de este , empezando por la primera explicación que el texto así traía: 12, 20 y 24 tienen dos factores comunes:2 y 4. El mayor 4, así que decimos que el MCD de 12, 20 y 24, es el 4.
La matemática no era su fuerte. Le costaba avanzar en ella. Así había sido en los cursos anteriores.
Estaba en quinto año.
Tenía 14.
Estaba muy pendiente de sus cambios. Se le había redondeado la cintura. Sus nalgas , al caminar por la calle, inspiraban piropos y guiños y a los hombres se les ponían los ojos bizcos.
Lloraba al ver en el muñequero rosado de su infancia a su última muñeca, a la que hacía vestiditos con pedazos de tela, hilo y aguja.
La muñeca también lloraba esa vez. Cosas de algunas muñecas…
Con los días, los pechos se le pudieron duros y más pronunciados.
Una fuerza natural la transformaba poco a poco, paso a paso. Igual, había crecido en estatura.
Debía entender la metamorfosis de aceptarse siendo otra pero sin dejar ser la misma.
Se encerraba en su cuarto y se miraba al espejo. Se miraba con una mano de asombro puesta en la boca.
Cambiaba cada vez más. Se le habían torneado las piernas y brazos.
Estaba ansiosa.
Su cuerpo ya casi era otro.
Aquella media mañana, al salir de la escuela, Ariosto, el hijo del herrero del pueblo, la siguió por la calle y le dijo cosas bonitas: “El amor será ciego, pero hay que ver lo mucho que alegras mi vista”. “Si un día olvido lo hermosa que eres, ayúdame a recordarlo con la luz de tu sonrisa y el sabor de tus labios”.
Y le dijo más.
Y ella se sonrojó.
El corazón se le quería salir.
Se preguntaba si tantos halagos serían por lo visible de sus pechos y entonces se acordó de Rubi que se rellenaba sus ajustadores con papeles de periódico porque casi no tenía.
Tímidamente, cabeza gacha, sonrió de lo que le decía Ariosto.
No sabía qué comportamiento adoptar.
-Dame una esperanza- le dijo el hijo del herrero.
El silencio fue la respuesta.
Faltando una cuadra para llegar a su casa, corrió y volteó a mirar para ver si la se guían.
Ariosto, a la distancia, le lanzó un beso.
-Por qué no soy como Rubi, desnalga y sin tetas- se dijo.
Subió en silencio la escalera de acceso a su casa.
Le quedó sonando lo de …“El amor será ciego, pero hay que ver lo mucho que alegras mi vista”.
Y volvió a decirse: -Verdad que es ciego, muchos no se han dado cuenta de las tetas de papel de Rubi.
El sábado fue peor su perturbación. Se puso una camiseta que enseñaba la protuberancia de sus pechos, Iba por un helado a la plaza y el de los piropos la quemó con su mirada.
Ella dio media vuelta y se fue.
Ariosto se entró a la tienda de la esquina, la de “la Niña Sara” y , allí, buscó alivio a su mal de amores tomándose una Coca Cola entre suspiros.
-Carmela ya es señorita…que se fije en ella- pensaba.
Sus emociones ahora eran un desorden: Ariosto, sus nalgas redondas y atractivas, el atractivo de sus pechos, los vellos de su vergel, la muñeca y el muñequero; rosado y el máximo común divisor…
-Luisa también ya se desarrolló. El debería mirarla- consideró.
Qué conflicto el que vivía.
-Me parece que no me parezco… Me parezco que no me parezco- se dijo a solas en un enredado juego de palabras frente al espejo. Y agregó: “Si vuelve a decirme algo, lo cacheteo. Iba por un helado y no sé de donde apareció con su repetido … “El amor será ciego, pero hay que ver lo mucho que alegras mi vista”. Tonto…retonto.
Y en la ausencia de su cuarto miró a su ultima muñeca y le corrió una lagrima.
La muñeca también lloró. Cosas de algunas muñecas.
Fue al baño.
Sintió el caliente de algo que, desde su vergel, lento bajaba por sus piernas.
El rojo río llegó a su zapato. Izquierdo.
En aquel momento era ella con ella misma agarrando en vano una infancia que se le iba en el canto de : “tengo una muñeca vestida de azul/Con su camisita y su canesú/La saqué a paseo, se me constipó/La tengo en la cama con mucho dolor…/”,
Entraba a otro mundo, el su adolescencia.
Rosa quiso llamar a su mamá pero no lo hizo.
En un radio cercano y encendido se escuchaba a Julio Iglesias diciendo con voz quebrada: “…Y esa niña de largos silencios volaba tan alto que/Mi mirada quería alcanzarla y no la podía ver/La paraba en el tiempo pensando/Que no debería crecer/Pero el tiempo me estaba engañando/Mi niña se hacía mujer…/”.
Y se dio lo temido.
Con papel higiénico que guardaría celosamente en algún ligar como recuerdo, limpio su zapato. Se duchó. Y luego se puso su primera tolla sanitaria guarda para el arribo de lo que, en adelante, sería una costumbre mensual.
Sintió que tocaron a la puerta de su casa.
Pasaron unos segundos y desde el primer piso, su madre, a voz, le gritó.
-¡Katia, te mandaron rosas!
Y malhumorada se dijo:
-Ariosto. Seguro son de él… tonto, tonto,
Canción al tema.
https://youtu.be/E12HzANr3pM