Por: Clementina Pérez Caro
La aparente complejidad del currículo me permite alcanzar el siguiente razonamiento: el currículo es verdaderamente emocionante cuando construye una formación contextualizada y pertinente para generar espíritus críticos. Para ello, ha de darse una condición inexcusable: se trata que los actores de este proceso, como son los docentes, no solo se presten al ejercicio de enseñar con intereses particulares, sino que además, lo hagan atraídos por los recursos, por ejemplo, que ofrece el entorno y se entreguen sin ambages al viaje que su imaginación pedagógica le vaya diciendo.
Dado que, según parece, el currículo se sustenta en la realidad social que hay que describir e interpretar, para no dejarnos confundir de los jaleos de los burócratas del Ministerio de Educación Nacional, MEN y de las secretarias de educación, para dar paso a la melodía de la formación integral, como ese camino de autonomía hacia el propósito de ser lo que queremos ser, que es un camino que ha desatendido la política de la estandarización, porque, para un educador crítico, la mejor lectura es la que incita la crítica afín de habitar de la mejor manera el concepto de formación, como condición humana. Sucede que la realidad educativa a veces se comporta como quimera o un idealismo, por lo tanto, la mayor de las mentiras se esconde bajo el preponderante rótulo de esa tendencia llamada “calidad de la educación”.
Para nosotros como educadores, la única realidad del procesos formativo es su continente, o sea, su materia y su pesos, porque leer es añadir hilos personales, por ejemplo, a la historia curricular en el Caribe colombiano, leída para tratar de aproximarla al lenguaje cotidiano escolar: así vamos construyendo nuestra personal novela curricular (como lo ha sostenido en una de sus tribunas pedagógica el profesor Mora) hecha de imágenes e ideas prendidas en la memoria educativa de esta región. Este hito sería un estimario apropiado para la fortaleza del campo intelectual del currículo como institución, y su importancia en los procesos de formación integral. Por todo esto, el currículo debe ser un ícono cultural como un trabajo colectivo para trascender fronteras territoriales y de los saberes e inspire generaciones para dejar huellas imborrables en el mundo de la educación, como una amplia prospectiva cultural y sus connotaciones frente al drama de la Dignidad Humana, para inspirar y educar a las futuras generaciones. Para ello, se debe promover toda una discusión de fondo sobre lo qué es la formación integral, para ver si en las huellas conceptuales hay patrones comunes. ¿Para que sirve el currículo? Para aprender a reflexionar, para disfrutar y para realizar gozos intelectuales y emocionales.
Entonces, si el currículo es una creación humana de los actores de un proceso educativo-formativo, viene a significar el oxígeno para las culturas. Es la lectura auténtica, es la relectura y lo que se relee de verdad con pasión y con emoción. Contar con un currículo propio, por ejemplo, es la felicidad absoluta para los actores del contexto escolar y del entorno de la escuela, porque es la auténtica relectura y lo que se relee acerca de los problemáticas sociales, una y otra vez, lo que goza del privilegio de las metas sociales y educativas. Esta nueva relectura imanta la realidad estableciendo reacciones con la Escuela, promoviendo emociones para asomarnos a la realidad del presente.
El currículo debe abordar a la sociedad llena de jerarquías ocultas y de violaciones, que tiene todos los defectos de un intelecto y ninguna de sus virtudes. Se trata de convocar la aspiración siempre inacabable de participar del otro, porque el currículo se pliega, se transforma, se evidencia y queda expuesto a un reto continuo: el de formar buenos ciudadanos, como bien proponiendo el profesor Mora. Entonces como docentes debemos ser los mejores, hacer historia con nuestros estudiantes, que ellos se lean desde nuestras ejemplificaciones.
Nuestras clases deben ser poderosamente didácticas, para ser leídos y releídos como ejemplos de vida. Nuestro enseñar debe ir de la mano con esa idea de que los estudiantes conozcan más que nosotros. Debemos ser figuras para emular con impacto, para ser considerados por la Escuela y por nuestros alumnos como imprescindibles en los procesos formativos; en tal sentido, debemos ser adelantados a los tiempos, fijando posiciones frente a las problemáticas sociales para conseguir prestigio y relevancia académica desde un determinado campo, concibiendo nuestro estilo maduro para abordar la existencia humana.
Como bien lo ha comentado nuestro profesor Mora, que la aceptación del precepto de amar al prójimo viene a ser el acto alumbrador del buen docente por excelencia, si lo promueve en su enseñanza. Todas las demás rutinas de convivencia escolar, como todas las normas y las reglas previstas en el Manual de Convivencia, MC, prediseñadas o descubiertas de manera retrospectiva no son más que una lista jamás completa de notas al pie de página de este precepto curricular formativo. Podemos incluso ir un paso más allá y afirmar que, dado que este precepto es la condición preliminar de la interacción escolar civilizada, si fuese ignorado por la Institución Educativa, o por un docente, o por un estudiante ya no quedaría ninguno para recomponer la lista presente en el MC. Entonces, debemos promover el tenernos amor a nosotros mismos, porque siempre necesitamos ser amados o tener la esperanza de serlo.
Lo anterior, porque a diario acontece en la Escuela, que la negativa a ese amor, se da por un desaire, un rechazo, una negación del estatus del objeto digno de ser amado, lo que produce odio a uno mismo, porque el amor a nosotros mismo está construido a partir del amor que otros nos ofrecen. Lo anterior es la cara virtud pedagógica del buen docente. Esta es su andadura más fuerte de este prístino encargo, es su culmen, es su obra maestra. En esta práctica humana, este docente refleja la conexión entre su enseñar y la existencia de sus estudiantes, como un intenso compromiso para captar la perfección el sentimiento de amor hacia esa humanidad.
Es su estilo personal y controversial que le darán elementos estéticos y simbólicos a su arte para enseñar y formar con gran delicadeza y ternura. Se trata del autentico formador desde la expresión de la realidad de formar buenos ciudadanos: es el docente que va más allá del enseñar para resaltar la belleza del alma humana. Este docente en sus apuntes deberá describir y predecir la situación formativa de sus estudiantes narrada a través del contacto diario, en algunas ocasiones presentando casos de manifiesta ponzoña de algunos docentes con sus estudiantes. Esto apunta a una lectura-aprendizaje breve, pero muy necesaria, vital.
En este desarrollo el docente debe asombrar a sus estudiantes críticamente por su ambiciosa trama, cautivándolos, para ser un digno testimonio inigualable para conquistar a todo tipo de estudiante, innovando y enriqueciendo su narrativa con una rica herencia en el campo de su saber con una imaginación didáctica, poniendo en escena su trama, como una verdadera narración, adquiriendo una dimensión profundamente humana gracias a la magistral forma básica con que se presenta: en tal sentido, debe ser un arquitecto de esta didáctica, invitando a reflexionar sobre la sentida libertad de aprender individualmente. De esta manera se convierte en un Maestro apasionado y talentoso a ejemplificar, y lo consigue con estas virtudes curriculares, que de seguro la recompensa llegará y será inquebrantable.