-MOLINO DE  PAPEL-LA SEÑORA DE  LA  RECUA

Por Walter Pimienta

La  escala  del silencio hace  pausa  en  la  rueca y  en  su silencio  hila.

La  señora  de  la  rueca despierta  cada  amanecer con el  trabajo  en  las  manos. Cuando las  últimas sombras de  la  noche  empiezan  a disiparse, ya  el  sueño  de  sus  ojos  se    ha  ido  porque  también  se  había  ido  de  sus  almohadas  y  de  su  tibio  cobijo. Se  frota  las  manos, se  calza  sus  pantuflas de gamuza,  reza y  con  un  amén  final en  la  voz,   anuncia  en  su  silencio  el  nuevo  día. Es  domingo..

La  señora  de  la  rueca vive em  una esquina  de  la  plaza del pueblo, a  pocos  metros  de la iglesia doctrinera Santiago Apóstol. El  sacristán  hace  sonar  las  campanas y  ella  se  persigna cuando el primer  tenue rayo  de  sol adelgaza  el  día. Hace  frío. Los  fieles, vociferando  despacio,  se preparan  para ir  a  la misa y en  alguna  casa  vecina  alguien  cierra el  grifo que pasó  la noche  goteando.

Hoy habrá  rueca en  la  casa de  la  señora  de  la  rueca.  Ayer la  hubo, mañana la  habrá… siempre  la  habrá mientras  ella  viva. Por sesenta  años   escribe  promesas de  lana con  su  rueca…Hoy alguien estrenará una  ruana… “son  como  un escudo contra  el  frío”- dice.

La  fuente  del  parque se  precipita cantarina y los gorriones copetones allí  se  bañan como cuando el mundo fue recién creado. Las  puertas  de  la  iglesia  se  abren  para  la  Gracia  de  Dios.

El paisaje es  el mismo de  ayer y  de siempre;  pero  algo  lo  hace  distinto porque es  domingo  y  viene  el obispo.

El esposo de  la señora  de  la  rueca,  trae  el  color  de  la  noche en un  pocillo de café que da a su  mujer.

-“Lo  acabo de hacer”- le  dice- como a ti te  gusta,  frustrado de azúcar.

La señora de  la  rueca,   rosario  en mano,   va  por  el Misterio Glorioso del  Domingo, el  de  la Resurrección del  Señor.

Las  ventanas  y  puertas de  las  casas  de  la  plaza,  se  mantienen  tímidamente  entreabiertas. En los aleros se  arrullan  las  palomas. Un  perro encerrado,  en  la  terquedad  de su  bravura,  ladra. Está convencido  de  que es el  mejor  amigo  del  hombre.

Ahora  sí,  el  sol  se lavó  la  cara y  se llevó  la  tormenta  nocturna.

Las  calles  se escurren y, como  saliendo  de  la nada,   se ven  los  colores del  entorno. De verde colorido, es la  casa  de los helados  y  los  postres,  de blanco colonial la iglesia de Santiago  Apóstol, de amarillo  crema  la  fachada  del banco y  la alcaldía. De  blanco  y  marrón,  con  techo  de  paja,  las dos casas  más viejas del  pueblo. Se empiezan a instalar  las toldas de  venta típicas: hortalizas, quesos, fritos, miel, flores, verduras…Los  turistas vendrán.

La  señora  de la  rueca,  se levanta y abre su taller esquinero… Busca  algo en  una caja de  cartón… quizás dejó  allí  un recuerdo que  le  toca  reconstruir… Y rebuscando   encuentra  el  huso enrollado  en la  lana que colocará en el rocadero de su  rueca…Su  rueca,  vigilia  de  su  vida,  la misma que  fuera  de  su  madre,  de  su abuela y   su  bisabuela.

A  esta hora,  las  habitaciones de la  casa  de  la  señora de  la  rueca,  ya no  duermen. Ella, con  esmero, suave  de dedos atusa  el  hilo entre sus  manos. La  lana al  tacto contiene el  sentido metafísico de  la  fantasía que se volverá ruana y  bufanda. Después desayunará. Así  es  su  rutina.

El esposo  de la señora  de  la  rueca, le  trae un  durazno en  el  bienestar de  su  madurez.

-“Lo  cogí  del  patio. Cómetelo antes  de  que al resto  se los  coman  los pájaros”-  le  dice.

La  señora de  la rueca,  prueba la  fruta que quizás fue la  que comieran  Eva y  Adán y  pensativa  incuba ruanas y  colores que  tendrán  el  tinte  de  los crespúsculos y  con  la  prestancia  de  una virgen antigua, prende  el motor eléctrico silencioso que su  marido le  adoptó a la  rueca y  empieza  por  el  último pliegue que dejara  ayer y,  de  las entrañas del aparato,  se vislumbra la  trama de  un  hilo  saliendo apacible  sobre  otro  hilo atinando ella,  con  sus  dedos,  el  principio y el  fin  de  la  urdimbre… Por eso  dije al principio  que la  señora  de la  rueca,  tiene el  trabajo en  sus  manos… A  las  doce  del mediodía,  hará  una pausa  y  escapando del cautiverio del  tiempo, irá a  la misa que dará  el obispo y  recatada de velo y decente vestido, allí,  recordando  su  oficio, invocará a  la  Virgen  María y  a su  rueca en  tiempos de su  Niño.

En  ceremonia  aritmética,  por turnos, habrá  bautizos y  confirmaciones para  que el mundo se olvide  del  pecado  original y  ella, la  señora de  la  rueca,  llevará por   regalo  el de   unas zapatillas que hiciera a una de las bautizadas… Para una mujer que tiene por oficio la ocupación  bendita de la  Virgen, siempre hay  tiempo para  abrir  el  corazón  con  un  presente.

En  prolija simetría de  colores naturales sacados  de  hojas  y raíces de  las  plantas,  en  un armario están las ruanas  en  venta.

– “Está  bonito el día,  como  para  no  aburrirse- se dice la señora  de la  rueca- y  el  hilo se reproduce diez veces en  sus manos asomado.

Afuera la  iglesia  pregona  sus  campanas.

Del  campanario  locuaz en  tañidos, vuelan  palomas.

Los campesinos,  palpitantes  de  pueblo,  llegan y  en  cada  sitio  de  la  plaza encaja  la  vida.

Con  ribetes en  el  cuello que le  darán  a su dueño la presencia de un  caballero,  la  señora  de  la rueca termina la  ruana que por  encargo entregará hoy.  Un  olor a incienso  viene  de la  iglesia y,  doblando  la  prenda,  el mandato de haberla terminado es una  unción. Y  entonces  sonríe  ante  la  bienaventuranza de su  invento  de  lana,  adorable  abrigo  de  ancestros en  la  elocuencia  de  su  rueca.

Yo,  peregrino de mi propio  viaje, me  despido de  la  señora  de  la  rueca,  se  ahoga  mi  relato en  estas letras.

Es  tan  bella la  tarde de  domingo,  que en  ella nadie merece morirse.

Suenan  las campanas.  Suena la  banda de músicos en  el  parque.

…Y  entre  voces que dicen

-¡Llegó el  obispo” ¡Llegó  el  obispo!

En  Tabio,  al calor de  su nido  de lana,  dejo  a  la  señora  de la  rueca.