LA OFENDÍCULA ESCAPANDO DE LA RUTINA Y DEL CALOR

Por GREGORIO TORREGROSA

En este inicio de la temporada vacacional, de mitad de año, emulando un poco a la pléyade de estudiantes calendario B, me he sumado a la legión de vacacionistas, tomando, al igual que ellos, rumbo al norte, pero con propósito diferente. En mi caso, siguiendo a nuestra selección de fútbol en la participación de la Copa América, lo que espero se reciba dejando indemne mi reputación personal, atendiendo a la costumbre, muy barranquillera por cierto, de despotricar del prójimo haga el bien o haga el mal, y en este caso, porque ocupar una columna periodística para referirse a un asunto estrictamente personal, como un periplo de viaje vacacional, al parecer, tiene un alto tufillo a tinte de presunción vanidosa, muy similar a la que, de manera abundante, transpiran los referidos jóvenes que atestan los aviones rumbo a Miami, y demás ciudades cercanas, para darle rienda suelta a sus vanidades, sin inmutarse por cuánto cuesta y menos por quién lo paga.

Entonces, teniendo presentes los antecedentes expuestos, de lo que se trata es de construir un relato, no precisamente sobre el fútbol, o respecto al buen o mal desempeño de nuestra selección, lo cual es tema para expertos, como dice, o cree serlo, el doctor Carlos Antonio Vélez.

Sí, ese, el impotable periodista deportivo que condensa el sumun de la arrogancia en su estado natural, el de una verborrea inagotable que se torna fastidiosa al adjetivar en exceso, con afanes pitagóricos, cuando pretende encuadrar su análisis del juego dentro de conceptos de las rectas, curvas, paralelas y perpendiculares, dejando la sensación de un mensaje cantinflesco, o si no, en el mejor de los casos, aunque no quisiéramos, nos devuelve a los poco agraciados en los temas de las matemáticas a los tortuosos momentos de la secundaria, cuando el profesor de la materia se afanaba en que digiriéramos el embeleco ese de que en todo rectángulo se cumple que la suma de los cuadrados de las longitudes de sus catetos es igual al cuadrado de la longitud de su hipotenusa, es decir, si los lados del triángulo son a, b y c, se cumple a2+ b2= c2. Este resultado es conocido como el teorema de Pitágoras: ahí está pintado Vélez, quien ojalá siga el ingenioso consejo que alguien le sugirió en un meme: que se coloque de supositorio sus CAV-sulas, el nuevo juguete de su arrogante intelecto.

Pero el relato en cuestión se sustrae a dos fenómenos de los que he sido testigo y de los que seguramente cada uno tiene su propia explicación. El primero de ellos, la masiva presencia de colombianos en los distintos encuentros realizados hasta ahora. Por ejemplo, en Houston Texas, en el NRG Stadium se congregaron 72.901 espectadores, de los cuales, por apreciación directa de mis ojos, el 99% de los asistentes eran colombianos; en el estadio de Santa Clara, ciudad de California, asistieron 70.971 aficionados, de los cuales, aunque fuera Brasil el contendor, el 90% eran colombianos, y en el encuentro realizado en Phoenix, Arizona, contra la selección de Costa Rica, la asistencia de ciudadanos colombianos supera en proporciones similares y exageradas al número de ciudadanos del adversario.

Los más obstinados pesimistas atribuirán a Gustavo Petro la culpa por la masiva presencia de ciudadanos Colombianos en Estados Unidos, que en actitud despavorida, en supuesta fuga por las pésimas condiciones de postración a las que el actual gobierno ha puesto a todos los ciudadanos sin distingo de raza o credo, pero de lo que el suscrito puede dar cuenta es que la gran mayoría de

aficionados hizo su viaje desde Colombia, solo para la ocasión, con su ticket de regreso en la mano, que pudiera servir de indicador el tener por ciertos los datos estadísticos que sobre la mejoría de la economía en Colombia se vienen registrando.

El segundo fenómeno, más allá de los guarismos del resultado que están por verse después de mañana sábado, cuando Colombia enfrenta a Panamá, nuevamente en Phoenix, ya sea que gane o pierda Colombia, poco probable esto último, lo constituye, como verdad irrefutable, sin necesidad de ser asustados por Petro, la salida en estampida de esta pequeña ciudad que evoca alguno de los nueve (9) infiernos referenciados por Dante Alighieri, en su Divina Comedia, pero que, en todo caso, una cosa es invocar al diablo y otra muy distinta es verlo venir, como diría el adagio popular, y en Phoenix, usted no solo ve venir al diablo, sino que lo siente adentro, convertido en fuego, ya que el calor supera, en algunos casos, los 50 grados centígrados, lo que genera es un deseo irresistible de huir. Como la sensación es colectiva, ello es probable que termine en estampida.

Lo más parecido a poner a prueba el instinto de supervivencia debe ser el intento de escaparse de un incendio, donde el calor sofocante va sometiendo a la potencial víctima, poco a poco, no quedándole a esta más recurso que correr o saltar al vacío, así se trate de un rascacielos, cosa diferente a lo que sucede con las ranas cuando las pones en una olla con agua fría, prendes el fogón y le vas subiendo lentamente la temperatura, porque ellas no logran apreciar la variación del calor y terminan muriendo sancochadas. Suerte nuestra, la de los humanos, porque sí percibimos los cambios de temperatura aunque sean paulatinos. Bueno, les cuento que en Phoenix, Arizona, la sensación que se vive es infernal, donde el calor pasa de ser sofocante a desesperante. Imagínese que acá, póngase donde se ponga, usted siempre asumirá la certeza de tener adosado a su espalda un aire acondicionado de esos de los antiguos, llamados ‘de ventana’, pero invertido, por el lado donde solo escapa calor con sed de venganza.

Me sentiré como un Ave Fénix (Phoenix) cuando resurja de las cenizas que este desértico incendio deja. Ante lo que aquí he vivido, y viviré este sábado, el calor de Barranquilla es un remanso.