Por: Martha Cecilia Pérez Grau
Cuando tratamos de la estandarización y del discurso oculto de las competencias, este síndrome de querer homogenizar los procesos curriculares por parte de los tecnócratas del MEN y del Icfes debe ser sometido a una crítica muy profunda. Esa vida organizada por esta burocracia gira en torno al rol que juegan las pruebas estatales: sacar altos puntajes para el ingreso a la educación superior y ser capaz de hacerlo exige que las instituciones educativas se dediquen a preparar a sus estudiantes en esta instrumentalización. Entonces, la principal preocupación de la familia es lograr ese techo. Esta organización de estos burócratas está dada por la seducción de esos resultados y por los volátiles deseos de los estudiantes que se someten a ella. Esta política de homogenizar se presta para la injusticia social, convirtiendo los deseos de nuestros estudiantes en simples expectativas, legitimando una política de exclusión para el ingreso a la educación superior. Esos burócratas establecen que las pruebas estatales son el estándar que todos los estudiantes deben cumplir. Esos burócratas blanden ante la sociedad el consumo de cada semestre de esas pruebas para estar en forma. Esas pruebas trazan y protegen entre normal y anormal en los resultados obtenidos: el malo y el bueno.
Para decirlo política y polémicamente, a quién favorece esa estandarización? Nuestro esfuerzo filosófico-curricular tiende a la autonomía con derechos y deberes por parte de las instituciones educativas, autonomía que debe ser respetada y apoyada con recursos por parte del Estado, donde todos los actores implicados sean responsables y evaluados. Esto deviene en convertirnos en acicates de nosotros mismos y de los otros, como seres conscientes, con reflexión crítica de que el problema es la injusticia social que llega a la educación a través de esa estandarización: y se ataca a la educación porque ella es la herramienta de transformación de la sociedad. Esta toma de conciencia corresponde a nuestro juicio al nacimiento de una nueva educación, lo que viene a constituir nuestra grandeza como participantes, ya que implica una concepción de educación como justicia humano-social.
Todo lo que pensamos, decimos, preguntamos y respondemos es para hacer frente al absolutismo de esa policía política del MEN, cual es, la estandarización de la calidad de la educación, que no tiene en cuenta los espacios, es decir, los territorios formativos. Esta relación existencial, es la que no atienden esos señores burócratas y tecnócratas: esto es lo que ha suscitado nuestros pensamientos, nuestras preguntas y nuestras respuestas. Es por eso, por lo que defendemos el debate que hemos venido proponiendo, porque un debate es un diálogo constructivo. Esto es lo que constituye la grandeza de los participantes en un debate, por ejemplo, acerca de las pruebas estatales homogenizadoras, o del discurso empresarial de las competencias. Nuestra posición nos ofrece la posibilidad de afirmar, de negar, de tener nuestros criterios, y de tener orientaciones en nuestras vidas como educadores, sin ser absolutistas, borregos, ni fanáticos. Tenemos que generar una cultura del debate, porque toda cultura es cultura en la medida en que admite en su seno distintos modos de interpretación. En tal sentido, esta cultura nos ofrece oportunidades de entendernos, pelearnos, proponer y discutir en todos los sentidos de la palabra.
Por ello, la autoridad académica de un docente es indispensable en este debate, porque comparte su historia de vida desde su práctica pedagógica para lograr que los estudiantes como actores-espectadores miren su ejemplo con atención de aprendizaje y se aumente el interés por nuestra puesta en escena en el día a día escolar.
Entonces tenemos, que frente a todo ello, las metas evangélicas de esos señores tecnócratas y burócratas declaran que la estandarización y la homogenización de las pruebas estatales es el método para «medir» y evaluar la mal llamada calidad de la educación. Y para ello, hay que cambiar el alma de estudiantes y profesores en un sentido asombrosamente conservador. Ellos defienden con tenacidad unas escuelas que solo enseñen aquello que está directamente relacionado con el papel competente que espera la empresa de la escuela. Por eso, nuestro análisis, como educadores críticos, debe ser muy sutil y no limitarnos a «dejar hacer, dejar pasar», frente a esta reforma de la educación que fue hundida por la posición de lucha del magisterio.
En este proceso, si presenciamos los niveles de aburrimiento y alienación a los que llegan nuestros alumnos, debemos ser firmes en decirle adiós a esa palabreja de las competencias y construir evaluaciones y enseñanzas para la vida real. Tomemos por ejemplo, la enseñanza de las matemáticas: qué relación tienen con la vida real? Se trata de la enseñanza de unas matemáticas acríticas, porque están al margen de cualquier preocupación con la vida real de los estudiantes y de la sociedad.