A propósito de la elección de Claudia Sheinbaum  como presidente en México

Por: José Gabriel Coley, Filósofo Uniatlántico

Las mujeres han demostrado ser buenas administradoras desde los tiempos del matriarcado. La misma palabra economía, etimológicamente, significa Ley de casa, porque allí siempre han mandado.

La antropología enseña que en aquellas épocas difíciles, de la recolección de frutos y de la cacería, las madres eran el centro del clan, pués sus miembros estaban unidos gracias a los lazos de parentesco de su descendencia. 

Ella era quien distribuía los alimentos que se conseguían en las noches frías, alrededor de una hoguera (de donde calor del hogar); y todos comían para que sobreviviera el grupo. Hoy se define, la economía como la ciencia que trata de la producción, la distribución y el consumo, siendo éste el fin último de las actividades humanas. Ellas ya lo sabían.

Porque sin el rol que desempeñaron las matriarcas en la distribución, la equidad y la cohesión en los clanes, nuestra especie no hubiera sobrevivido. 

Los historiadores afirman que, incluso, fueron ellas las que descubrieron la relación causa-efecto entre semilla-árbol surgiendo así la agricultura, el sedentarismo y las primeras culturas, término que deviene precisamente de cultivo.

Sin embargo, y por ironía, con la agricultura aparece el excedente en la producción, la seguridad alimentaria y la imposición del patriarcado, siendo la función social de la mujer desplazada del centro a ser algo marginal en la familia confinándosele a la cocina, a los oficios y a servirle a cada cual su porción en la mesa como rezagos de la tradición matriarcal. 

Sabido es que el término madre (mater) significa origen; y de allí materia como categoría filosófica causal de todo. Pero nuestra causa más inmediata es la madre. Ella nos concibió y almacenó en sus entrañas, trayéndonos al mundo como par; es decir, nos parió, es fuente de vida, no de muerte. Y, aunque las mujeres hacen parte ya de las fuerzas militares, nos sigue siendo difícil asumir su rol de guerreras, salvo la honrosa distinción mitológica griega de las amazonas. 

Por algo se decía que las damas eran de Venus (diosa del amor, luego vida), mientras que los hombres éramos de Marte (dios de la guerra, luego muerte). Y, a pesar de todo, sigue siendo así.

Nuestras hembras han demostrado ser la depositarias y protectoras de la especie, por lo que no me cabe en la mente que intenten destruirla. Están al servicio de Eros, no de Thanatos. Son amor y vida porque la procrean desde el interior de su ser y cuando la paren la amamantan, defienden y crían hasta cuándo crecen y pueden valerse con autosuficiencia.

 Pero ellas seguirán siendo regazo y refugio para sus hijos mientras exista, pues llegan hasta ser capaces de dar su propia vida por ellos, como tantas veces se ha visto a través de la historia. 

Pero a las féminas, el patriarcado las fue alienando tanto que incluso las negó sexualmente, les quitó sus derechos políticos y todo se los endosó a sus maridos, porque “la mujer opina por dónde orina”, según nuestros megamachos irredentos. 

En Colombia, por ejemplo, solo pudieron votar a partir de 1958 y por quien les ordenaban sus consortes que las conducían hasta la propia urna. “El amor del hombre es yo quiero; el amor de la mujer es él quiere”. Y ni hablar de los dominios de Alá en el medio Oriente, e incluso más allá.

No obstante, y sin ser feminista, desde ésta otra orilla de mi genero considero, que se hace necesario el resurgir de la mujer, porque sus dones naturales, su experiencia ancestral y su sensatez la facultan tanto o mejor que a los hombres para asumir cada vez más posiciones en la dirección de los Estados y, de seguro, nos dirigiremos mejor hacia una sociedad con justicia social, igualdad de oportunidades y definitivamente pacífica qué es lo que anhelamos todos

Al fin y al cabo, ellas estuvieron al mando más de 2 millones de años en el matriarcado contra los exiguos y desastrosos diez mil años que llevamos de patriarcado que, tanta explotación al semejante, guerras y muertes le han costado a la humanidad, a la naturaleza y al planeta entero en nombre de Dios padre, la civilización y el progreso.

En México, país histórico de los meros machos, eligieron a Claudia Sheinbaum y votaron por ella más hombres que las mismas mujeres. Yo creo que en este país es hora de reconsiderar. Volveremos sobre el tema.