Amistad y Amor del bueno

—-¡ Ahora si estoy lindo! Dijo Miguel De la Hoz– y agregó —

No importa dos meses la disfruté.

Luis y Miguel compañeros de trabajo en actividades de construcción. Encargados como ayudantes a preparar la mezcla de arena y cemento, un trabajo extremadamente rudo, sus funciones siempre de sol a sol.

Miguel, de mediana estatura, de piel morena, chaparrito, risueño y magnífico conversador.

Luis, alto blanco, delgado, con un bigote repicado el cual en el bozo parecía un caminito de hormigas.

Todo sucedió sin pensarlo. Ninguna de las partes involucradas– de haberlo planeado — no les saldría tan perfecto. Hay que reconocer, eso sí, que todas las personas que se enteraron quedarían sorprendidas por tan valiosa demostración de solidaridad y comprensión de los hechos.

Luis Cuernavaca, siempre invitaba a Miguel de la Hoz a su casa, un apartamento alquilado en el barrio de las petronitas del municipio de Galapa Atlántico.

Tras varios intentos por fin convinieron reunirse.

Era domingo, al día siguiente sería lunes festivo. Habían pagado la prima obligatoria del primer semestre y Miguel, llegó a eso de las diez de la mañana con dinero en el bolsillo dispuesto a beber con la misma fuerza y voluntad que le imprima a su trabajo. La casa de Luis estaba muy bien arreglada y limpia. La sala estaba ocupada con cuatro sillas de plástico y una mesa de madera con tablas rústicas el piso de cemento pulido de color rojo; una cava de icopor hacía las veces de nevera y un fogón «esocandela» se veía en la cocina sobre un mesón rústico de concreto.

Miguel, muy curioso divisó la alcoba principal y se percató que no había cama, sobre el suelo y si una colchoneta forrada con una sábana estampada de flores.

— Al fin aceptaste venir — dijo Luis.

— Aquí estoy, ¿qué vamos a beber? — contestó Miguel.

— Aguanta el burro deja y te presento a mi mujer — dijo Luis.

— Mucho gusto chamo, mi nombre es Yésica, Luis me habla mucho de tí —

— Mucho gusto, Miguel, por cariño me dicen «Migue»–

Yésica una mujer de piel canela, alta con una cadera bien proporcionada y un caminar tierno como el de una reina que sale del mar a la playa.

Miguel, sacó un fajo de billetes de su bolsillo derecho y le entregó a Luis dos billetes de cincuenta mil pesos.

— cómprate dos cajas de cervezas—

–¡Listo! Yo compro lo del sancocho, espera y prendo el equipo. — dijo Luis Cuernavaca.

Instalado el equipo, sintonizada la emisora la reina sonaba en ese momento un disco que decía » cada quien tiene en la vida su cuarto de hora»…

Miguel, no le quitaba la vista a Yésica, ella bailaba y sus torneadas piernas le brillaban a recibir los reflejos del sol. Sus shorts de jeans le quedaban justo y su blusa resaltaba sus senos, libres sin la mordaza de los brasieres.

La primera caja de cerveza se terminó en muy poco tiempo. Luis habías traído los elementos para el sancocho, sin embargo, debía regresar varias veces a la tienda del barrio a buscar las cervezas que habían dejado pagas así permanecían frías y otras cosas, como aderezos que se le habían olvidado. Fueron esos momentos de 10 a 15 minutos, los cuales Miguel aprovechaba para galantear a Yésica.

Ella engreída, lo convido a bailar, mientras Luis se ausentaba a la tienda.  Miguel era buen bailador y al ser de menor estatura que Yésica le quedaba su rostro justo en los pechos de la hermosa dama.

Cada vez que Luis iba por algo a la tienda más se apretaban y más disfrutaba Miguel, al arrecostarse a los senos de Yésica.

La última vez que fue a buscar las tres cervezas que quedaban pagas en la tienda, aprovechó Miguel y se besó con Yésica intensamente; casi al punto de irse para la colchoneta del cuarto. Allí llegó Luis, los encontró en la sala, no malició de nada.

 La parranda terminó y Miguel se despidió muy formalmente.

El martes volvieron a la rutina de trabajo los dos compañeros.

El día jueves de esa misma semana, Yésica pasó por el lugar donde estaban Luis y Miguel laborando.  Los encontró construyendo un sardinel en concreto.

Allí aprovechó Yésica y le participó su cumpleaños a Miguel y a Luis le dijo » Papi invita a Migue y hacemos un sancocho, él que ponga el sancocho y tú las cervezas»

El acuerdo fue de inmediato. Antes de marcharse del lugar, Yésica le picó el ojo en forma coqueta a Miguel.

Al cumpleaños de Yésica se presentó Miguel con tres kilos de costillas de cerdo y cuatro kilos de carne saladas. Verduras y todo lo necesario para un buen sancocho.

Luis pago nuevamente dos cajas de cervezas por treinta unidades y las dejó a refrigeración.

En los momentos que Luis iba a recoger las cervezas frías, Yésica y Miguel se besaban apasionadamente.

Tanto fue el éxtasis erótico que Yesica tomó un frasco de sinogan agregó diez gotas con un gotero a la cerveza de Luis y éste a los treinta minutos cayó dormido y profundo.

La colchoneta sintió el calor de dos cuerpos ardientes por el deseo de amarse. Varias veces en varias posiciones practicaron el arte de hacer el amor.

Luis permanecía tirado, parecía un muñeco de año viejo en la pequeña sala, con su cuerpo encorvado vencido y dormido a profundidad.

A los ocho días, Miguel había mudado a Yésica Cortez a un apartamento dos cuadras más arriba donde vivía con Luis.

Le compró juego de cuarto, una estufa a gas, con horno de la mejor marca, una nevera nofrosf de 12 pies y un juego de muebles de sala, además de ubicarla en una estancia más bonita con baldosas brillantes de cerámica italiana.

La nueva unión duró dos meses. Yésica dejó a Miguel y regresó con Luis. Se llevó todo, la estufa, la nevera, el juego de cuarto con su colchón nuevo, el juego de sala último modelo, con la mesita de vidrio en el centro, todo.

El capataz de la empresa, se enteró por boca de otros lo sucedido y colocó a Luis y a Miguel en otras cuadrillas de trabajo. Alejarlos era lo mejor para evitar conflictos.

Luis se veía feliz ahora no compraba hielo, lo llevaba en un termo congelado desde su casa

A veces se encontraban en la entrada de la empresa, Luis y Miguel y sin ningún rencor, Miguel le preguntaba, ¿Cómo está Yésica?

«Bien muy bien, cuidando todo lo que usted le regaló » contestaba Luis.

Un día soleado con más de cuarenta grados centígrados de temperatura, fue que Miguel expresó, cansado de tirar pala y preparar mezcla de arena y cemento:

—-¡Ahora si estoy lindo!

Durmiendo en el suelo, endeudado y Luis con mi mujer, en la cama doble, con colchón nuevo del juego de cuartos, que le compré en muebles Jamar, hasta agua helada debe estar tomando a costillas mías —

Ese mismo día se enteró Miguel, que Luis había invitado a el capataz de la obra a su casa a festejar el aniversario número uno de estar en Colombia su compañera Yésica

— A lo mejor va por el carro ahora, mi Yésica — dijo Miguel.

Por Guillermo Luis Nieto Molina