PENSAR EN UNA REFORMA EDUCATIVA INTEGRAL

POR: REYNALDO MORA MORA

El currículo en una reforma educativa integral debe permitir despertar la curiosidad acerca de la interpretación que hagamos de la misión fundacional de una Institución Educativa. En tal sentido, debe reimaginarse, reinventarse para buscar estrategias que la hagan realidad. Esto en razón, de que encontramos una sociedad descarriada, la paz no se alcanza, la corrupción avanza a un ritmo aterrador y el modelo educativo de las competencias y la estandarización no están dando resultados, por ejemplo, frente  a la formación de buenos  ciudadanos. Estamos viviendo un declive difícilmente reversible en esta materia en valores. Son causas del declive moral de la sociedad. Tenemos, que la esperanzadora Constitución Política de 1991, que creíamos daría soporte a una justicia social y una educación integral, está pasando por una fase de desaliento. Ya no creemos en ella, ya no creemos en nada, estamos cerca del nihilismo y la democracia liberal es casi un remedo o un libreto mal presentado.

Por eso, como educadores debemos analizar lo social, aportando a la discusión las problemáticas sociales. Hay una cuestión de déficit moral. No hay un diálogo constructivo entre escuela y esas tensiones. Debemos interpretar y proponer soluciones a esta crisis generalizada. Por ejemplo, para nuestra juventud hallamos una especie de predestinación: se es elegido para el ingreso a la educación superior, sí alcanzan resultados altos en las pruebas frías estatales. Es una especie de haber sido elegido para la vida eterna, porque este  resultado es lo que cada uno, individualmente, y con la preparación de todos los días de las instituciones (que  para las privadas es muy rentable, y para las públicas, el rector solo se lleva los aplausos, que solo para eso están funcionando, busca obtener ese buen presagio-resultado. Por eso, el trabajo de este esforzase para solo competir con esa instrucción en competencias para la obtención de esos fríos estándares, solo viene a demostrar, que el estudiante es “bueno”, si “sacó” puntajes altos, y quienes no lo logran, son  los “malos”.

En este proceso constitutivo de una buena reforma integral, el máximo logro de un docente es el de desarrollar y fortalecer una estructura en valores ciudadanos, para que el egresado de las instituciones educativas se sienta con responsabilidad ética y constitucional ante este reto. En esta línea de pensamiento, no hay satisfacción mayor para él que conseguir que sus educandos emulen la buena conducta de ser ciudadanos, como conducta de humanidad (no como propone esa estatutaria que se pelea entre los congresistas: “al docente se le evaluará de acuerdo con los resultados” de esas pervertidas pruebas estatales que obtengan los estudiantes, que han generado desigualdad en cuanto el acceso a la educación superior). Aquí, nos referimos a la fuerza del docente para fijar en el escenario del aula de clase acontecimientos, valores ciudadanos, responsabilidad ética, humanidad, saberes, problemáticas, habilidades y destrezas, preguntas. Entonces, una buena clase es un buen relato, donde se puedan introducir elementos en la arquitectura espiritual de los estudiantes que les suscite emociones de lo que están viendo y viviendo: es el tiempo vivido por ellos; de ahí, que debe ser una escenificación basada en hechos reales que los deslumbre.

Tenemos que con la actual política educativa, que adoctrina hacia la fría y deshumanizante instrumentalización, el sistema escolar que la sostiene se amarra cada día a la magia del contexto neoliberal del mundo de las competencias, en una forma ruin frente a los educandos, que con base en esas pruebas puedan o no ingresar a la educación superior (esto no lo discute esa ley de peleas entre los señores  del capitolio). Entonces, la universidad que debe concebirse como espacio de formación de buenos ciudadanos ha quebrado en esto, por el contrario, se ha entregado servilmente al mercado, ha perdido su norte, al igual que la institución-escuela, que es un espacio curricular-formativo; por ello, es necesario construir entre todos una real reforma educativa integral, no entre un puñados de amigos del  ministro de turno o del presidente, debemos participar todos: por eso, nuestra propuesta desde hace más de diez años de convocar a una Asamblea Constituyente Educativa, que sea la costura para esa reforma revolucionaria desde el preescolar hasta los estudios doctorales. Esta reforma debe ser capaz de sacar a la universidad, especialmente a la pública, de su letargo burocrático, de esa gerencialidad perniciosa que pone a sus egresados a competir en el mercado (este llamado es también para la escuela donde los rectores se hacen llamar gerentes; y con ello, han perdido todo asomo de humanismo), dejando su opacidad frente a las problemáticas sociales: entonces, debemos, crear conciencia y espíritu ante la desbandada de falta de moralidad en todos los estratos de la sociedad.

Hay que desalojar de la escuela las bases constitutivas del neoliberalismo más radical y furibundo, como son las competencias y sus pruebas estandarizantes. Esta reforma debe ser la revolución integral educativa, de la recuperación en la formación de buenos ciudadanos desde la revolución del conocimiento: saberes y valores unidos por la salvación de Colombia. Esto en razón, porque es la crisis más relevante de la sociedad que haya atacado al sistema educativo que no responde e impacta sus problemáticas esenciales. Esta reforma urge y se debe hacer realidad (si esos señores del congreso no sacan adelante esa estatutaria), la Asamblea Constituyente Educativa, ya que su importancia debe radicar en la profundidad y extensión de lo que se pretenda reformar, para que acometa con su influencia todo el sistema de formación. En este sentido, tendrá en cuenta el complejo contexto a reformar. Serán debates de reflexión y proposiciones, suscitadas por un humanismo integral pensando, por ejemplo, cómo hacer realidad los fines del Estado, porque nos compete constitucionalmente exigirlos, tan necesarios hoy en día, a fin de configurar al nuevo y la nueva mujer para la Colombia del siglo XXI.

Es y debe ser una reforma también encaminada a responder las cuestiones familiares, jurídicas, éticas, morales y políticas del sistema educativo en su relación con la sociedad. Debe ser una reforma que haga confluir a la comunidad pensando principios, fundamentaciones, actitudes y soluciones, para repensar conceptos como el de competencias y calidad de la educación, creando nuevos que nos lleve a profundizar  forma contextualizadas y pertinentes de abordar el enseñar y el aprender de una manera distinta con el devenir de los tiempos. En esta reforma la dignidad humana debe ser la centralidad del sistema educativo, siguiendo el espíritu humanista de la Constitución Política de 1991, para que integre el quehacer escolar  con las problemáticas sociales. De acuerdo con lo anterior, diríamos que la condición humana debe emerger en esta norma con potencia, porque auguraría un grado sin precedente de autonomía, no como lo dice el proyecto de los congresistas, que habla solo de la autonomía universitaria, porque de las instituciones formadoras, las que más necesitan de esta emancipación del centralismo curricular asfixiante y del de las secretarías de educación son las de los niveles de preescolar, básica y media. Esta clase de emancipación tendría a experimentarse como la reconciliación de la escuela con el contexto y sus problemáticas.

La finalidad de esta nueva articulación con el contexto social en esta reforma debería consistir, en primer lugar, en considerar de qué modos (curriculares, pedagógicos, financieros, de infraestructura, investigativos) podría mejorar la escuela, lo que no se ha podido lograr en cincuenta años, que es la de formar buenos ciudadanos: esta condición humana hay que hacerla prevalecer y podría hacerse más propicia y más receptiva a una vida buena, o mejor, para las clases más desfavorecidas, que son las que ingresan a los colegios públicos y universidades estatales, y, en segundo lugar, en identificar y designar un abanico de posibilidades reales para hombres y mujeres para alcanzar esa dignidad. Estas dos tareas, estrechamente conectadas entre sí, deben ser el presente, futuro, la misión y vocación del sistema. La gran pregunta, por consiguiente, es si existen probabilidades de que tal misionalidad sea asumida como Política de Estado, más no de  gobiernos de turno. No hay vuelta atrás: se necesita de una revolucionaria reforma integral para la conexión con el contexto desde la autonomía, porque lo que ocurre en el entorno repercute en la escuela creando oportunidades vitales de impacto social.