LA MUJER QUE DABA LA  HORA POR  TELEFONO

Walter  Pimienta J.

Vivir sin recordar  agradables  recuerdos, debe ser  una  gran  desventura. Hoy  recuerdo  a  la  mujer que  daba  la  hora por  teléfono. ¿Vivirá? Quién  sabe…El  tiempo  encierra tantas cosas…

Ella fue una necesidad moderna de  aquel tiempo, se marcaba  el 117, y en  la  ficción  de los años sesenta, yo,  cogiendo a escondidas el  teléfonos  de  mi  tía  Julia,  cuando  me llevaban a  Barranquilla, escuchaba  aquella femenina y  dulce  voz de  tono  argentino  diciendo: “Son  las 12, 23 y  15… Y volví  a marcar  para   comprobar  si no  se  había  equivocado y  entonces,  más precisa  aún, esta decía: “Son  las  12, 24 y 16…. Y en  la  suma  de  los  recuerdos viene  a mí  el teléfono de mesa  negro de  esos días  en  la  escenografía de que este, montado  sobre  la  guía telefónica,  en  las casas  tenía cuarto y  sitio  propio. Era  que los años en  referencia, poseían el encanto  de  las sensaciones  hogareñas sin  el  régimen de los corre  corres de ahora…Y   en ese mundo,  todo en  paz, aún  se daban poetas que bordaban  poemas en esquelas. Y  había  manos de  tías hogareñas para  cultivar  jardines  y  anturios.

La  mujer que daba  la  hora por teléfono,  era inagotable,  trabajaba   las  24  horas  del  día los 365 días  del  año sin  descanso  ni  siquiera  los domingos y  sin  hacer  huelga. Y  tenía la  gracia de nunca  estar  malhumorada ni agotada en  cumplimiento infaltable  de  su labor porque nunca vio el trabajo  como desgracia.  Escuelas,  colegios, bancos, almacenes, empresas,  oficinas y  la  vida  misma,  se  movían  al ritmo  del   horario de su  voz. Y así  también la  reunión  familiar en   el  momento  cálido  del desayuno, del  almuerzo  y de  la  cena. Las  citas de  novios,  las idas  al médico, los  recreos escolares,  los 15  minutos  de  siesta y el  colectivo  urbano en  muchedumbre  puntual, llamado  por  las  sirenas de fábricas  y  talleres al  ritmo del  horario  de la     voz de  la  mujer  que daba  la  ahora por  teléfono, marcaba  tarjeta en  el  sortilegio de  un  reloj que no  tenía  tiempo  perdido; mientras  en  el puerto  local, el timonel de un  buque  cansado de mares,  en el  bolardo férreo amarraba el  navío y  vencido por  el cansancio, por allí  mismo,  por  las calles de  lo permitido, buscaba cama y brazos  amorosos…

La voz de  la  mujer que por  teléfono  daba  la hora, levantó  monjas y  novicias rebeldes  para misa sacándolas del  alma  claustral del  convento  porque les  tocaba  coro. Los  vuelos de  los aviones, a su  voz,  haciendo  del cielo  otro  paisaje, unía pueblos  y  ciudades, idas  y llegadas,   cuando el  alado  pájaro  metálico, desgranando  distancias y  segundos,  todo lo  volvía cerca… La  voz de  la mujer  que daba  la  hora por  teléfono,  marcaba  el  desfile  crepuscular de  las seis  de  la  tarde para  recoger  la  bandera y, en  cortejo,  los  soldados de  la  patria  hacían el  cambio  de  guardia. Y  hasta  la música  de la  banda  del  pueblo, en  romántica y  mística retreta de  parque, avisaba a  la adormitada gente que despertara porque era  el  sábado de hacer  sonar en  un   trombón misterioso  un  danzón de leyenda a la  hora  de nona  en medio del  aleteo de las palomas.

Se oía  irrefutable la hora dada por la  voz de  la mujer que daba  la  hora  exacta por  teléfono: “Son  las 10, 34 y 12… Y aquella  era una  necesidad dicha a tiempo y  contra  el  tiempo en  el  triunfo  de  un  acierto al  oído que se  sentía como  un  beso voluntario hasta  el punto de que una  vez tuve  un  tío que  acostumbraba a llamarla,  no  por  saber  la  hora sino  porque  la  voz de  la mujer  que daba  la  hora por  teléfono,  lo  tenía  flechado.

Oh,  época  lejana,  como agua de  arroyo que se  va  por  su vertiente,  también  te  fuiste  buscando  el  mar  y  la  furia  de  sus  olas mientras   los viejos  teléfonos de  mesa, en  el  silencio de la  exquisita  voz de la mujer que antes  daba  la  hora  por  teléfono,   son  nostálgica pieza  de  museo anonadados  en  la conversa de novios que al  no  ir  altar,  no  bailaron   “el  Danubio  Azul” porque los besos por  teléfono no  tienen  el éxtasis  de  la pasión  y  parecen  blasfemos… Y  en cambio no tenía horas falsas ni  muertas el  reloj  de la mujer que daba  la hora  por  teléfono diciendo:  Son  las  8,   43 y  23 cuando el   mundo vivía  en  todas las horas…

La  mujer  que  daba la  hora por teléfono,  fue un  símbolo de  postes  y  de  alambres,  vocera de  una época que  no  aplazaba segundos,  profeta de este  decir sin  fronteras: “Son  las 6,  59  y 59…y moría   el  Sol sin  más luz ni  tiempo…

Pero oh desencanto,  alguna  vez se  supo  que el  cerebro mecánico   del  hombre,  como  jugando con los  artilugios del  diablo, violando  toda  regla humana e ignorando a  Dios, grabó  en  una  cinta  todas las horas  de  las  horas  de  la  vida en  la  voz de  Alicia  Infante,  así se  llamaba  ella,  dejando  un  silencio  en nuestro  corazón…y  hasta  allí  llegó  el amorío de  mi  tío por la  mujer que daba  la  hora por  teléfono…Y  revelada  la verdad, a él se le  arrugó  el alma en  el  misterio doloroso de  un  olvido  y del  dolor…Y  después una penosa sonrisa en  su  rostro en  la  paradoja de escuchar: “Son  las 10,  45  y  40…

Se me  acaba  el  papel y la muerte es  la  muerte.  Ella  es  el  único  triunfo que  no  ambicionamos y  que,  sin  embargo ,  es  el  que los encierra todos y   la  voz de  la  mujer que daba  la hora por  teléfonos, también tuvo la hora de la hora  de  su  muerte amén diciendo:

-“Son  las 3, 00 y 0”.

Hora fatídica en  que mataron a Lola…decía la  tgente…

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