POR: MARIA JOSE PÉREZ SIERRA.
El currículo es una herramienta fundamental para humanizar los procesos educativos y conectar a la escuela y la universidad con las problemáticas sociales y la vida. Más allá de ser un simple conjunto de temas y contenidos académicos a impartir y evaluar, el currículo debe representar la cultura, las tradiciones, tensiones, debilidades e inquietudes de la sociedad, convirtiéndose en un referente para construir una mejor presencia del ser humano en su entorno. Para ello, es necesario sensibilizar los contenidos de enseñanza, de modo que logren dar cuenta de las asperezas de la sociedad y busquen soluciones a las diversas problemáticas que se vayan presentando. En este proceso, la labor docente adquiere un papel esencial, pues no debe limitarse a un ejercicio solamente administrativo, todo lo contrario, la docencia debe estar impregnada de emociones y esperanzas afectivas, convirtiéndose en un espacio de encuentros y desencuentros en las aulas de clase, donde no solo se aprenden contenidos, sino que también se socializan, desarrollan y fortalecen valores que son pilares para la sociedad como lo exige la Constitución.
Sin embargo, el sistema educativo colombiano ha estado marcado por una recesión, en la que el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y otros organismos como el Conaces y el CNA, quienes han priorizado una política de estandarización y evaluación a través de las pruebas Icfes, olvidando que primero los estudiantes son seres humanos y haciendo a un lado las necesidades reales de los contextos regionales y periféricos, que históricamente han sido víctimas de un rezago educativo.
Esta política curricular ha significado la fragmentación, el aislamiento de las periferias con respecto al centro, la soledad de las instituciones educativas en las regiones olvidadas del país, la pérdida de autonomía y la desconexión de los grandes problemas que aquejan a la sociedad colombiana, como la corrupción, que cada año le roba, no solo a los estudiantes sino al futuro de Colombia. Además, se ha mantenido y dispersado la creencia de que la «calidad» en la educación se logra a través de una carrera competitiva que depende del puntaje obtenido en las pruebas Icfes, lo que ha derivado en la ganancia de unos pocos y el fracaso de la gran mayoría, para la muestra de un botón, la beca “ser pilo paga” que en su momento solo le permitió a una minoría de estudiantes con promedios altos en las pruebas Icfes acceder de forma gratuita a la educación superior, cuando la mayoría de los estudiantes del país, no pueden acceder a ella, por más que deseen superarse.
Por las razones antes mencionadas, existe la necesidad de una profunda revolución del sistema educativo, que no solo pase por la convocatoria a una Asamblea Constituyente Educativa (ACE) que encarne las necesidades de las localidades, barrios, regiones y departamentos del país, sino que se adentré en los corazones de todos los colombianos para que se genere un cambio de conciencia social. Esta nueva política curricular debe estar basada en la realidad de los territorios colombianos, donde el contexto sea el principal actor, con sus demandas y soluciones, permitiendo la construcción de modelos compenetrados con la realidad, con redes de compromisos y convicciones. Esto conlleva la integración al contexto, la búsqueda de nuevas alternativas y la interdependencia entre los saberes, la investigación de las necesidades reales y la generación de publicaciones que abonen a la solución de las miles de necesidades de la población colombiana, incluso con una mirada latinoamericana, que permita compartir experiencias y soluciones a problemáticas comunes.
Siguiendo esta línea de pensamiento, es vital promover una mayor participación y representación de la sociedad en la definición de las políticas educativas a través de mecanismos como una Asamblea Constituyente Educativa. Esta instancia permitirá que las voces de diferentes sectores y regiones del país sean escuchadas y tenidas en cuenta en la construcción de un sistema educativo más justo, inclusivo y orientado al bienestar colectivo.
Solo a través de un enfoque holístico y participativo se podrá avanzar hacia una educación que forme ciudadanos comprometidos con la transformación social y el desarrollo sostenible de Colombia.
En la frase «Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto»: Aristóteles, es un recordatorio poderoso de que la formación académica de un individuo no es completa, ni integra sino se complementa con un desarrollo emocional y ético adecuado. En el contexto del sistema educativo colombiano, esta reflexión cobra especial importancia dado que muchas veces se pone más énfasis en el aspecto cognitivo y académico de la educación, relegando la formación emocional y moral a un segundo plano.
En Colombia, como en muchos otros países, el sistema educativo se enfoca principalmente en la transmisión de conocimientos y habilidades técnicas, dando prioridad a la obtención de buenos resultados en pruebas estandarizadas y exámenes académicos. Sin embargo, esta forma de educación puede resultar incompleta si no se promueve también el desarrollo de valores como la empatía, la solidaridad, la responsabilidad y el respeto hacia los demás.
Una educación que se limite únicamente a fomentar el intelecto y el rendimiento académico puede resultar en individuos brillantes en términos de conocimientos teóricos, pero carentes de habilidades sociales, emocionales y éticas necesarias para convivir de forma respetuosa y armoniosa en sociedad. En este sentido, es fundamental que el sistema educativo colombiano se preocupe por formar no solo mentes brillantes, sino también corazones compasivos y éticamente responsables, implicando fomentar la educación emocional desde edades tempranas, promover valores como la tolerancia, la diversidad y brindar espacios para la reflexión ética.
Solo cuando se logre integrar la educación del corazón con la educación de la mente se podrá hablar verdaderamente de una educación integral y completa, que forme individuos capaces de contribuir de manera positiva al desarrollo de la sociedad colombiana en todos y cada uno de sus aspectos. El sistema educativo colombiano sigue enfrentando desafíos significativos que requieren una transformación profunda y urgente. Es fundamental reconsiderar la manera en que se enfoca la educación, priorizando la integralidad y el desarrollo de habilidades emocionales y éticas en conjunto con las capacidades cognitivas. De esta forma, se promoverá la formación de individuos íntegros, capaces de enfrentar los retos de la sociedad actual y contribuir de manera positiva a su entorno que logre una educación verdaderamente inclusiva y equitativa, es necesario que se ponga énfasis en los contextos regionales y periféricos del país, atendiendo a sus particularidades y necesidades específicas. La descentralización educativa, acompañada de una política curricular que integre la diversidad cultural y social de Colombia, permitirá que todos los estudiantes tengan acceso a una educación de calidad, independientemente de su ubicación geográfica o condiciones socioeconómicas.
De forma conclusiva, el sistema educativo colombiano enfrenta desafíos significativos que requieren una transformación profunda y urgente. Es fundamental reconsiderar el enfoque en la educación, priorizando la integración y desarrollo de habilidades emocionales y éticas junto con las capacidades cognitivas. Al promover la formación de individuos integrales, capaces de enfrentar los desafíos de la sociedad actual y contribuir positivamente a su entorno, se puede lograr una educación verdaderamente inclusiva y equitativa. Este texto es la parte conclusiva del Taller de Lectura y Escritura en Procesos Curriculares en el Programa de Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico, con la intencionalidad de procurar la transformación de los futuros docentes desde la comprensión crítica (I-2024).