LA VIOLENCIA EN LAS REGIONES  Y CIUDADES

                                                                           Por Orlando Andrade Gallardo

Oportuno y acertado el editorial del Diario LA LIBERTAD el pasado 22, relacionado con las causas y orígenes de la violencia en Barranquilla, sobre el tema se han escrito varios tratados y estudios, sin ningún resultado. Los ciudadanos que desconocen la historia de Colombia, normalmente acusan a los gobiernos de turno de ser responsables de la violencia, sin detenerse a pensar sus causas y orígenes. El tema está nuevamente en el ambiente con las recientes declaraciones del presidente Petro sobre el incumplimiento del acuerdo de paz firmado por el Estado en la administración del doctor Santos con las guerrillas de las Farc, lo que ha  generado más violencia; la renuencia de otros grupos insurgentes en no creer en el gobierno y la invitación al expresidente Uribe a hablar de paz. No cumplir los acuerdos de paz es fatal, la administración anterior ignoró esos acuerdos, y las consecuencias las estamos observando diariamente con violencia en todo el territorio nacional y culpan al gobierno actual. En el país nadie responde y el presidente anunció que acudirá a las naciones que sirvieron de garante y la ONU para que se haga justicia, pero la derecha enemiga lo acusa de chantaje. El editorialista detalla  algunas causas del origen de la violencia, pero en la medida que avanza el modernismo aparecen nuevas formas de violencia por el afán del poder económico y político, los antivalores que afloran en las relaciones interpersonales y la lucha por ganar espacios privilegiados en la sociedad,  son manifestaciones silenciosas que afectan el orden y la buena convivencia.

La violencia en las ciudades, regiones y el país, desde siempre ha sido un tema de constantes debates por sus connotaciones sociales que trasciende en todas las instituciones del Estado y en las familias se ha agudizado con los feminicidios, que no cesan en los hogares colombianos. En el libro  ‘El origen de la violencia en Colombia’, del sociólogo Orlando Fals Borda, de obligación lectura para quienes tienen  afán de conocer del tema y no caer en especulación haciendo juicios a priori, el maestro  realizó un estudio sesudo de la realidad del país, y es una gran guía para no especular. En el conflicto armado en Colombia por más de medio siglo,  se han llevado a cabo cientos de diálogos para minimizar la violencia  y evitar masacres, secuestros y otras aberraciones contra la especie humana  que ha sembrado el pánico en la población civil. El sofisma de certificar a los países que violen los derechos humanos es una distracción del país que otorga esta certificación por condenar con mayor severidad a los narcotraficantes que los asesinos de genocidios, los causantes de desplazamientos forzados, pobreza y quienes cometen crímenes de lesa humanidad. El desgaste de los valores se evidencia en las relaciones humanas con los países poderosos que no permiten la igualdad con las otras naciones y menos entre personas, su prioridad son sus connacionales. Es innegable que el narcotráfico es una de las mayores causas de la violencia en las ciudades colombianas, pero el fenómeno asociado a la corrupción, la impunidad y sus derivados han creado un ambiente de violencia y zozobra en toda la sociedad que debemos condenar.  El poder hegemónico y sus aristas que en muchas ciudades tienen secuestrada a la población que no las dejan mover con libertad por el poder que detectan  y ejercen, tanto económico como político, es otra cruel faceta de la violencia.  La falta de oportunidades de quienes se preparan en el conocimiento para servirle a la sociedad, pero quienes pretenden adueñarse del país los atajan, es una causal vergonzosa de violencia. En Barranquilla, como en otras ciudades, el problema de la violencia aumenta cada día por falta de programas bien diseñados que apunten a las soluciones para un mejor vivir.            

Es evidente que vivimos la era de las comunicaciones,  y el afán de informar  coloca instintivamente a los medios  afines a la oposición neoliberal, conservadora y enemigas de la paz abrirles los micrófonos y pantallas a los delincuentes confesos de haberse robado los dineros públicos para desprestigiar  las instituciones y obtener beneficios penales. La guerra sicológica que practican ciertas cadenas de TV y revistas amarillistas, propiedad de los privados ortodoxos, mantienen en pánico y zozobra a los colombianos por el sensacionalismo que ejercen al presentar las noticias. Los idiotas útiles, expresión acuñada por los marxistas,  son los que sirven de intermediarios para defender los intereses de los clanes mafiosos y saqueadores de los dineros públicos. Con estos comportamientos delictivos también se contribuye para que la violencia no cese.