Por Walter Pimienta J.
A mi madre, más allá de los 70s, le comprábamos el periódico diariamente, todas las mañanas. Y lo leía de pe a pa con sus lentes sin graduar comprados por ella en una venta callejera instalada por los lados de “Pica Pica”, descartando con paciencia del montón los que le hacían ver borroso hasta que, probando y probando, encontró los más apropiados pasando la prueba cuando el mercader de antiparras la puso a leer la letra chiquita del evangelio en un librito de color azul que allí tenía este para estos casos. Y, aprobado el singular examen optométrico, le necesitada le dijo:
-Epa…Estos si me sirve. Estos son los míos- . Y entonces los pagó y, oronda y muy maja, mi madre, satisfecha se los llevó puestos.
Aclaro que, nosotros, sus hijos, no era que no quisiésemos regalarle a la vieja los lentes requeridos sino que el oculista, habiéndole operado una carnosidad en un ojo, aplazó la otra hasta que se le estabilizara la presión arterial, algo que nunca se le mantenía estable…Y por ello, veía bien por un ojo y algo deficiente por el otro.
-¿Y qué, ustedes me van a dejar poner ciega. Qué piensan conmigo?- era su regaño en forma de pregunta dirigida con contrariedad a todos cuando, en atención a su propio sometimiento, leía el diario; mas no le decíamos que por prescripción médica, antes de regalarle lentes, primero tendría que esperar los exámenes del caso.
Total que, un día, mi madre, con algo de dinero que tenía guardado, a nuestras espaldas, callada, como aun sabía ir al centro sola por sus propios medios, se nos escapó y, oh sorpresa, volvió con lentes. Ni modos… y con aire de auto recompensada, mostrándolos, nos contaba cómo los había adquirido.
Si madre, con su deficiencia visual, antes de este evento, se le leía todo el periódico cada mañana, ahora más con tal de estar al día en todas las noticias y como decía ella: “Pa sabé qué pasa en los mundos”.
La costumbre de sus lentes de estreno, que ni mareo le daban, y la lectura de su periódico, eran un habitual cuadro de terraza fresca en la casa de mi hermana Carmen con quien mi madre, en tal tiempo, compartía en el Barrio Olaya, labor de lectura que empezaba a las ocho de la mañana y terminaba a mediodía guardando lo no leído para la fresca…La fresca era la tarde esperando sentada en su sillón favorito la pasada de la palenquera que, ponchera de aluminio en la cabeza, le vendía las cocadas y enyucados de su apetencia pues su salud aún se lo permitía. Costumbre esta que me hace comentarles ahora este risible episodio con ella vivido.
Una vez, estando yo allí y vi que la negra le vendió sus dulces y, solo por mamarle gallo le dije a esta:
-Oiga, usted por qué le vende eso a esa señora que debe cuidar su diabetes.
Y vaya respuesta la de la morena cuando con ojos escrutadores me dijo:
-Eso no es malo…eso le cura el zurumbatismo… Y, además, esas cocás están sisbenizá.
Entre reírme o entender la justificación dada por la de los dulces, no supe qué decir. Creo que reí por dentro en tanto la tarde navegaba en la reverberación radiante de un mayo.
Y la negra, hecho su negocio, con su grito de venta, se fue con un vuelvo mañana. En tanto mi madre, haciéndose la desentendida, masticando una cocada, parando la lectura comentaba alguna noticia. Y, enterada de todo lo de la farándula, volvía y acometía con esto: “Aquí dicen que Shakira, otra vez, ique está preñá… será verdá”.
La verdad, mi madre no se daba vacaciones para leer el periódico. Este era el Twitter de su época difundido en tinta y papel porque lo digital y los algoritmos no estaban a su alcance.
Ya con sus lentes, para mi madre las letras dejaron de ser pequeñísimas y apeñuscadas como antes, como hormigas negras- decía-. Amén de que comparaba las fotografías de personajes publicados con un “ese tipo, ven a ve, es igualito a… no tienes más que ve”.
Mi mamá se sabía el mundo con su periódico mañanero sin necesidad de redes sociales. “Volvió a perder el Junior por penaltis”. “Ametrallan a la gente como moscas”. “Se va el agua mañana- decía desde su sillón. Se sabía también las dos Colombia, “la buena” y la mala; la triste y la alegre. La de siempre sin solución…
No había acontecimiento que mi madre no leyera.
…Y, claro, no se reservaba mi progenitora mordaces opiniones frenteras ajena a falsos caprichos morales y a pormenores ociosos, como la vez en que leyendo todo un despliegue de más de cinco páginas sobre la muerte de cierto compositor de letras vallenatas, elevado a las cumbres (no sé si porque como dicen, no hay muerto malo), más allá de las línea leídas, por encima de la alta temperatura nacional ocasionada por el caso, arrinconada por tanta “sobadera de chaqueta” y adulación, dejando el periódico a un lado y levantándose impetuosa del sillón, radical y enérgica, dijo:
-En este periódico sí hablan de “bellezuras” y de bondades de ese tipo. Qué bueno puede ser un hombre que tuvo 20 hijos con 20 mujeres distintas”.
Y como desconcertada, se fue a la cocina, agarró un pocillo, abrió el termo y se tomó un tinto.
…Se las dejo ahí…