No cabe duda que uno de los principales indicadores del progreso de cualquier ciudad del mundo es observar cómo está su centro histórico; en otras ciudades es impresionante el cuidado especial que la administración pública, el sector privado y los ciudadanos les prodigan a las zonas más antiguas de sus urbes.
Tienen razón al hacerlo, puesto que allí se encuentran las claves del pasado, los orígenes de lo que hoy existe; proteger con particular esmero el legado de nuestros antepasados, porque es un claro síntoma de cultura, de respeto y de civilización.
Por eso nos parece fundamental y de capital importancia la revitalización del Centro Histórico de Barranquilla, no solo para que nuestra ciudad mantenga el esplendor de un pasado glorioso, sino como una oportunidad para recuperar la importancia de esta zona para la historia de nuestra urbe y para que se constituya en un verdadero orgullo cultural para las próximas generaciones.
No podemos desconocer el apoyo de un importante grupo de emprendedores empresarios llegados a nuestra ciudad procedente de otras regiones, quienes en años anteriores se propusieron la tarea de reconstruir y volver a la vida a numerosas edificaciones antiguas ubicadas en el considerado Centro Histórico de Barranquilla.
Sin embargo, no se puede olvidar que aún persisten algunos fantasmas en el interior de muchas antiguas construcciones en esa zona que tantos recuerdos trae a los viejos barranquilleros; de esa otrora muestra de la pujanza de nuestra ciudad, protagonizada por migrantes llegados de países como Líbano, Siria, Arabia, Alemania, Francia, España, Inglaterra e Italia –entre otros– quienes arribaron a nuestro país por el muelle de Puerto Colombia, los mismos que nos llevaron a ocupar lugares de privilegio en la economía, la industria y en general al desarrollo del país, solo quedan gratos recuerdos y como testigos mudos, esas deterioradas construcciones que aún permanecen en el olvido.
En lamentable contraste, el Centro Histórico de Barranquilla, más exactamente el tradicional barrio de San Roque y El Boliche –hoy en día conocido como Zona Cachacal– se encuentra en una penosa situación.
En anteriores notas periodísticas publicadas aquí en LA LIBERTAD, hemos dado cuenta de todo lo malo que acontece en estos sectores, que podrían y deberían ser los más bellos de Barranquilla.
Es interminable la lista de los males de estas zonas, que colinda con lugares de la mayor importancia local y nacional ya recuperados por las anteriores y presente administración, como el Paseo de Bolívar, la Intendencia Fluvial, el Edificio de la Aduana, la Estación Montoya, las iglesias de San Roque y San Nicolás, la antigua Gobernación del Atlántico y otras edificaciones antiguas que cualquier ciudad europea quisiera tener.
Allí la inseguridad se incrementa diariamente; basuras que afean sus calles y las hermosas fachadas carcomidas por la acción del tiempo; hay caos vehicular, es mala la iluminación pública, obras privadas que violan las normas arquitectónicas y otros problemas que se pueden corregir.
Los males son tan numerosos como los diagnósticos y la solución total no aparecieron, porque todo se circunscribió al sector comprendido entre las carreras 38 y Olaya Herrera del Paseo Bolívar.
Los anuncios del alcalde Alejandro Char llenan de optimismo a un inmenso conglomerado de barranquilleros que tienen su modus vivendi en esa densa zona del Centro Histórico de Barranquilla, que comprende la tradicional Barranquillita, el que en La LIBERTAD denominamos el ‘Boliche Center’, el histórico Caño de la Auyama, el mercado de granos, la zona negra, la plaza del pescao y otros sitios de inconmensurable valor histórico para la Puerta de Oro de Colombia.