Según los historiadores cubanos, la situación de la isla a comienzos de la década de 1890 era de desencanto, frustración y derrotismo por el fracaso de todas las rebeliones a lo largo del siglo XIX.

Los biógrafos de Martí coinciden en que esa guerra que él calificaba como necesaria abarcó lo fundamental de su vida.
Por: José Gabriel Coley Filósofo Uniatlántico – PepeComenta
He visitado a Cuba en siete ocasiones, la primera como turista y el resto en actividades académicas. Pero en cada una de ellas todo lo que se refería a Martí me interesaba. De esa información compilada provienen estas líneas.
A José Martí le corresponde el honor de haber liquidado la última presencia colonial de España en América. La insurrección independentista cubana la concibió y materializó su genio revolucionario entre noviembre de 1891 hasta su caída en combate en Dos Ríos, un día como hoy, 18 de mayo del año, 1895. En ese corto período parece insólito que un hombre logre todo lo que él hizo.

Según los historiadores cubanos, la situación de la isla a comienzos de la década de 1890 era de desencanto, frustración y derrotismo por el fracaso de todas las rebeliones a lo largo del siglo XIX.
Por eso se imponía buscar, en primer término, una unidad más sólida de todos los sectores interesados en la liberación. Y el instrumento idóneo para re-unir fuerzas era, para Martí, un partido revolucionario que aglutinara, “en disciplina estrecha y democrática a la vez” al pueblo, alejando los miedos existentes y remplazarlos por la confianza de que la guerra se haría para lograr una paz merecida, digna y libre, cuyo lema era “Pan con libertad” en una república independiente y justa.
Los analistas de su obra dicen que los trabajos del apóstol cubano, que vivió en el monstruo y denunció sus entrañas, ofrecen otro ángulo que devela una vez más el genio de su autor: la cardinal preocupación por el mayor de los peligros que amenazaban la empresa emancipadora.
No veía ese peligro en el colonialismo, que inevitablemente seria derrotado; ni en las diferencias entre cubanos que él sabrá llevar de su mano.
La más grave amenaza –advertida con sorprendente pupila previsora– radicaba en Estados Unidos, que tenía sus ojos puestos sobre Cuba y que esperaba que la guerra empezara para intervenir en ella y, con el crédito de mediador, quedarse con la isla. Y así ocurriría después de que se expulsaran a los españoles en 1898…
Sus biógrafos coinciden en que esa guerra que él calificaba como necesaria abarcó lo fundamental de su vida. Pero aún le quedó tiempo para hacer un prólogo –fusión de política y literatura– al libro Los poetas de la Guerra; para evocar la defensa de Cuba en las Cortes; para escribir páginas admirables sobre Mariana Grajales.
Y todavía salieron de sus manos cartas hermosas a María Mantilla, su hija, con palabras de amor, consuelo y sin hipocresía: “Espérame mientras sepas que yo vivo”, le escribía, y a ella dedicó su libro de poemas Los versos sencillos.
Fueron muchas las páginas que él llenó con su pluma magnífica en la manigua cubana. Los pensamientos le saltan ligeros al júbilo silvestre de las palmeras, como solía decir.
Y, junto al poeta, al organizador y al ideológico, se descubre el soldado anhelante de entrar en acción, al combatiente modesto y desinteresado que, incluso después de haber sido nombrado Mayor del ejército revolucionario, suscribe los documentos militares solamente como “El Delegado”, por la rúbrica de Máximo Gómez el General en Jefe, hasta el momento doloroso de su holocausto que confirma a plenitud esta sentencia suya : “Trócase en polvo el cráneo pensador ; pero viven perfectamente y fructifican las ideas que en él se elaboraron”.
Y así, EL 19 DE MAYO DE 1895, cuentan los cronistas, ante la noticia de que había tropa española en las cercanías del campamento rebelde, Máximo Gómez reúne a los combatientes y se lanza al ataque.
Martí, contraviniendo las órdenes de Gómez decide participar, pues su mística revolucionaria se lo exigía. Entonces, condujo su cabalgadura en dirección al sitio del combate donde fue emboscado y cae atravesado por las balas españolas.
Murió tempranamente a los 42 años en la lucha por la independencia de Cuba la cual se lograría 3 años después… parcialmente.
No obstante, como él lo había previsto, sus ideas libertarias continuaron vivas y fructificando en los mejores hijos del pueblo durante las abnegadas luchas por un poco más de seis décadas, hasta cuando se realiza la República independiente y justa que su mente de prócer modeló y que Fidel, armado con la misma honda de David, pudo cristalizar al derrotar al salvaje Goliat norteamericano que tenía a Cuba bajo su dominio desde 1898 y se pudo gritar, por fin, ¡CUBA LIBRE!