Carlos Rodríguez, uno de los principales decimeros del Pacífico, habla sobre esta tradición oral y hace un llamado para garantizar su relevo generacional.
El Diablo camina de día por las calles de Tumaco. Nunca da la espalda, siempre tiene presta la mano para un saludo, el pecho para un abrazo y, sobre todo, sus neuronas permanecen raudas para elegir la palabra precisa.
Así, con esa capacidad repentista, logra inventarse rimas para cada ocasión.
Yo lo voy a decir, para que esto se complete,
que estoy muy feliz de estar hoy en Canalete.
Vestido con una fresca camisa de maga corta con estampados de leopardo, el Diablo recita este verso afuera de Canalete, un tradicional bar de Tumaco en el que se suelen escuchar las músicas del Pacífico bajo colombiano y también se pueden probar sus bebidas tradicionales.
El Diablo es Carlos Rodríguez, despersonalizado hace mucho tiempo de su nombre de pila por ese apodo que según él es una referencia a la viveza, a la creatividad, al “dicharacherismo».
“Cuando dicen: ‘Uy, ese niño es el diablo’, es porque tiene chispa, porque te sale con cualquier cosa, un poco lo que llaman hiperactivo ahora. Entonces, yo en ese tiempo era muy travieso, no dañino, pero sí muy creativo, y ahí quedó ese remoquete del Diablo que me encanta», cuenta con esa mirada y esas palabras seguras.
Rodríguez es un decimero tradicional, o, como el mismo se define, un “decimarrón», guardián de esa tradición oral de esta región del país. “La décima es la estructura poética de mayor prestigio que tiene el Pacífico. Una cosa clave es que la palabra cruza todas las expresiones culturales; nosotros tenemos la obligación de ser la memoria y la historia», enfatiza.
Fue en 1982, cuando tenía 12 años, que el Diablo tuvo su primer contacto con este arte gracias a don Benildo Castillo, conocido como el ‘Poeta de las Tres Letras’. Según Rodríguez, Castillo ha sido el máximo juglar que ha tenido Tumaco, pues contó la historia de la ciudad a través de la décima durante más de 25 años, a pesar de ser “prácticamente iletrado».
“Eso me parecía fantástico, que un tipo que no tenía la letra como aliada tuviera esa gran capacidad mental para poder hilar todos estos versos. Ahí nació mi aspiración por comenzar a escribir y ya en 1994, cuando el señor muere, nos quedamos sin el cronista y yo decidí entonces tomar las banderas», cuenta el Diablo.
Para Rodríguez, la gran singularidad de los decimeros es que ellos son los responsables de componer sus propios textos, por ende, les dan su personalidad, lo que es diferente a otras personas que sólo se dedican a recitar versos que crearon otros.
La primera décima que el Diablo creó estuvo dedicada a un vecino de su barrio que se murió. Cuenta Rodríguez que, cuando estaba vivo, a su vecino nadie le había colaborado, pero, cuando falleció, todos sacaron plata para enterrarlo y bebieron cuatro días en su memoria.
Este pasaje de la historia no se queda solamente en la anécdota, pues el Diablo aprovecha para recitar esa ópera prima:
El día que uno se muere,
comienzan los homenajes,
Y recién muchos se acuerdan
de volvernos personajes.
Nos arman tantos montajes,
con múltiples ovaciones,
ya sabiendo que haya muerto
¿pa’ qué tantas atenciones?
Esa noche en Canalete, el Diablo protagoniza una corta rutina junto a dos colegas decimeros, Pachín y Telmo. Mientras los versos del primero se destacan por la jocosidad, los de Telmo están más impregnados por la cotidianidad.
“Aquí cada quien tiene una línea, yo, por ejemplo, soy más de reflexiones. Pero no perdemos el sentido ni la orientación que tiene la décima», afirma González.
Este decimero tumaqueño ahora tiene planeado viajar a países africanos como Nigeria, Camerún y Sudáfrica para interactuar con los ‘griots’, representantes de la casta de poetas que históricamente se han encargado de conservar la tradición oral de sus tribus.
Ese es justamente uno de los temas en los que más insiste Rodríguez: consolidar un relevo generacional que conserve la tradición. “En el momento en que yo conocí a don Benildo, me convertí en el relevo. Pero, ya yo tengo 53 años, he estado en diez países, ahora sigue Telmo y esperamos que, después de Telmo, sigan otros», añade.
En la reciente visita que el programa Sonidos para la Construcción de Paz realizó a Tumaco, Carlos Rodríguez, el Diablo, insistió en esa necesidad de generar estrategias para salvaguardar la oralidad. Su intervención, por supuesto, finalizó con una décima:
Yo soy océano Pacífico,
orgulloso, negro soy.
Soy descendiente de aquellos
que rompieron las cadenas
y sembraron libertad
para siempre en estas venas.