“ULFO”, CUESTIÓN DE CARA”

Walter Pimienta Jiménez

*La  vida  era mejor  cuando los  ladrones robaban y  daban   la  cara. Ahora  los  ladrones llevan traje de corbata y gobiernan países y  no  dan  la  cara.

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Es verdad, siempre lo fue y de estar viviendo lo hubiera  seguido  siendo.  Ataúlfo, más  conocido  como  “Ulfo”, nació con una cipote cara de “cleptómano” que no  podía  con ella (usted verá si me acepta el fino  eufemismo; pero es el término más suave con que he sustituido ese otro que usted  quisiera diga, pero no quiero ser grosero  con este  amigo que en  vida tuve, y que  me  brindó  algo de  aprecio pues decía ser  mi  pariente lejano por línea de los Jiménez). De joven, “Ulfo” se fue de “Ladronera” (Así le decía  él a su  pueblo),  como por cuarenta años con dicha cara y regresó con la misma, con la única que tenía. Algunos, en cierto tiempo, igual de “tunantes”, se habían marchado a otras poblaciones y ciudades donde se volvieron dizque honrados por los estudios y las buenas costumbres y por eso, quizás, regresaron sin ella y como si hubieran comprado otra, esta, algo más decente y honesta; en cambio  “Ulfo”, no. “Ulfo” trajo  la misma: la  de  ladrón.

“Aniano”, amigo de él, por ejemplo, montó un negocio de calzado y de eso aún  vive; Melanio, es carpintero; Pacho es payaso en un circo; Eligio, albaníl; Graciano trabaja en una constructora de carreteras; Clodomiro, aserrador; Zenón, tinterillo, casi abogado,  otra  forma de ser  ladrón; pero,  “¡Ulfo”…Ay Ulfo”¡   Si  mal  no  me recuerdo fue lo  que  fue porque era, era…   “Ulfo”… ¡Ah! Se me había olvidado. Ya me acuerdo: “Ulfo” era “cleptómano” y para eso, tengo entendido, algunas personas  no necesitan estudio  sino que se nace y se tiene vocación y se ejerce…

Hubo algo, yo no sé si bueno o malo, en “Ulfo”: a nadie  negaba su  viveza,  su  sagacidad,  su astucia, su  intuición,  su  agudeza,  su  inteligencia, su  perspicacia y  su  expresividad sin arremangue … Y por  ahí,  quien indagara  por  él,  seguro  lo  hacía porque ya había sido damnificado de su típico  quehacer…

-Tú te lo buscaste, no tengo cómo devolverte lo que ya  vendí… ¿Acaso no sabías que  te iba a robá eso? ¿Por qué no cuidas bien  tus cosas? ¿Por qué las dejas por ahí? Tú  tienes  la  culpa… Yo, no. Conmigo,  papaya puesta, papaya partía.

Ante  casos  así, estas eran las frescas respuestas que “Ulfo” le daba a cualquiera, si acaso  ese cualquiera lo  encontraba,  mientas tranquilo de alma y  de  conciencia, y con una sonrisa de un solo diente, mirando como paranoico, a satisfacción y con todo el tiempo del mundo a su favor, se bebía a placer un pocillo de café tinto que degustaba paladeándose los labios.

Uno miraba bien  a “Ulfo”, de pie a cabeza,  y no tenía necesidad alguna de preguntarle de dónde era porque su cara, que siempre lo decía  todo, hablaba por él diciendo:

 – Vea, míreme  bien. Soy “Ulfo”,  de “Ladronera”, el pueblo más honrado del mundo. El que respeta a quienes  son  como  yo. El pueblo donde se mancilla la justicia porque esta se vende y donde la noción del mal flota sobre todo y no naufraga jamás.

De esta historia, remitiéndonos  a un  lejano  ayer,  y  cuando  “Ulfo” era joven, tomarán parte ahora  dos  feroces lenguas viperinas  de esas  que disparaban como escopeta mientras tenían fuelle y un pobre cristiano de quien hablar. Dos feroces mujeres a quienes los perros, cuando las veían, temerosos,   escondían la cola y hasta los hombres más valientes salían huyendo.

-Te has fijado bien Calopie, “Ulfo” regresó de la ciudad con la misma cara conque la que se fue.

-Sí, Briseida, con la misma. Y pensar que su madre dijo de él, cuando nació, que tenía cara de San Isidro Labrador.

Así cuchicheaban de “Ulfo”,  animadas,  alguna vez,  estas dos vecinas al verlo pasar empujando  una carretilla vendiendo aguacates en dudoso estado de madurez y que descaradamente pregonaba así:¡Aguacates podridos! ¡Aguacates! ¡Después no digas que no te lo dije! ¡Aguacates podridos!

-A mí, Briseida, me avergüenza que “Ulfo” diga a los foráneos que él es  ladrón. Es verdad que  aquí hay muchos “enredadores” pero, no tan frescales como él.

-Le viene de niño ¿No te acuerdas Caliope  que él, le cogió  a uno de los hijos de Neferet un par de zancos y una pelota de caucho?-Volvió a comadrear Briseida despectivamente.

-Claro, me  acuerdo,  Briseida.

-Yo,  Caliope,  evito decir que soy de “Ladronera”  cuando me lo preguntan;  no  porque este pueblo sea la mata de los “vividores” del mundo sino porque  “Ulfo”, lo divulga  con orgullo poniéndonos por el suelo- cotilleó Briseida, y  remató:  -Lleva “el tumbe” pintao en la cara.

-Es que,  con “Ulfo”, los ángulos de un triángulo no equivalen  a dos rectos -apuntó Juan  Casallin, profesor d geometría al pasar por la eventual reunión rumbo a la escuela parando la oreja, en tanto Caliope, entendiendo cualquier cosa, en caro español, le respondió:

-Así es profe. Tiene razón. Ya estafó a los Angulo,  que son unos ciudadanos  servidores  y rectos.

Y a partir de antes, de ahora y de siempre, “Ulfo”,  personaje   que no estaba hecho para las duras faenas, llevando la desgracia de su vida en la cara, no dejó nunca en su lugar lo mal puesto y, ni corto ni perezoso, fue el primero en comerse las  gallinas de los vecinos sin haberlas alimentado y el primero en probar la yuca que no  sembrara menospreciando el trabajo honrado de otros porque, según él, era creador  de esta dura  filosofía:  “El que trabaja nunca tiene hasta la muerte”.

Para “Ulfo”,  su cara de “ladrón” era un don de Dios. Su cara le daba de comer o de “coger”, que le era  lo mismo… Con ella se identificaba;  no tenía otra como otros. La llevaba sobre sus hombros sin decirse inocente de nada; pero  tampoco  culpándose… Es que la cara de “Ulfo” decía una infinidad de veces lo mismo y lo mismo era que él era  quien  era…  Y con esta, como en la de usted, como en la mía y como en la de todos, se percibía inteligencia; sí, inteligencia, porque para ser ladrón se tiene  que ser inteligente. Y  hasta  por  lo  que  decía  y  hacía,  se le profesaba admiración, y  él  sabía que  le  admiraban,  por lo que  fuera… usted  dirá. Nunca odió  y  si  se  quiere fue  honrado,  sí, honrado,  al contar sus  propios  cuentos   sin  faltar  a  la  verdad… y porque,  aunque  usted no  lo  crea,  hay ladrones honrados y él, alguna vez tuvo tal  arranque de honestidad que dejara escrito en una sencilla nota que le envió a  González,  a quien le hizo una de las suyas,  este  escrito que así  dice:

“ Juan, lo siento… el sábado pasado, en la noche, me metí al patio de tu casa y me “robé”,  por  unos  días, tu burro. Bien sabes, yo no tengo. Debía hacer un  robo  temprano a “Ladronerita” (corregimiento de “Ladronera”). Busqué uno prestado y nadie quiso hacerme el favor, no tenía tampoco para alquilar uno así que lo tomé sin tu permiso. Pude llevar a cabo mi diligencia. Tienes un buen burro de suave caminar. De todos modos, estoy apenado contigo al no haberte dicho que me lo  prestaras, así que te lo devuelvo hoy,  ocho días después,  con dos medios saco de maíz  con  que  te  lo  remito como disculpa y pago para que tú y él,  coman bien. Saludos, “Ulfo… “Ladrón de burros”.