Walter Pimienta Jiménez
*La vida era mejor cuando los ladrones robaban y daban la cara. Ahora los ladrones llevan traje de corbata y gobiernan países y no dan la cara.
***
Es verdad, siempre lo fue y de estar viviendo lo hubiera seguido siendo. Ataúlfo, más conocido como “Ulfo”, nació con una cipote cara de “cleptómano” que no podía con ella (usted verá si me acepta el fino eufemismo; pero es el término más suave con que he sustituido ese otro que usted quisiera diga, pero no quiero ser grosero con este amigo que en vida tuve, y que me brindó algo de aprecio pues decía ser mi pariente lejano por línea de los Jiménez). De joven, “Ulfo” se fue de “Ladronera” (Así le decía él a su pueblo), como por cuarenta años con dicha cara y regresó con la misma, con la única que tenía. Algunos, en cierto tiempo, igual de “tunantes”, se habían marchado a otras poblaciones y ciudades donde se volvieron dizque honrados por los estudios y las buenas costumbres y por eso, quizás, regresaron sin ella y como si hubieran comprado otra, esta, algo más decente y honesta; en cambio “Ulfo”, no. “Ulfo” trajo la misma: la de ladrón.
“Aniano”, amigo de él, por ejemplo, montó un negocio de calzado y de eso aún vive; Melanio, es carpintero; Pacho es payaso en un circo; Eligio, albaníl; Graciano trabaja en una constructora de carreteras; Clodomiro, aserrador; Zenón, tinterillo, casi abogado, otra forma de ser ladrón; pero, “¡Ulfo”…Ay Ulfo”¡ Si mal no me recuerdo fue lo que fue porque era, era… “Ulfo”… ¡Ah! Se me había olvidado. Ya me acuerdo: “Ulfo” era “cleptómano” y para eso, tengo entendido, algunas personas no necesitan estudio sino que se nace y se tiene vocación y se ejerce…
Hubo algo, yo no sé si bueno o malo, en “Ulfo”: a nadie negaba su viveza, su sagacidad, su astucia, su intuición, su agudeza, su inteligencia, su perspicacia y su expresividad sin arremangue … Y por ahí, quien indagara por él, seguro lo hacía porque ya había sido damnificado de su típico quehacer…
-Tú te lo buscaste, no tengo cómo devolverte lo que ya vendí… ¿Acaso no sabías que te iba a robá eso? ¿Por qué no cuidas bien tus cosas? ¿Por qué las dejas por ahí? Tú tienes la culpa… Yo, no. Conmigo, papaya puesta, papaya partía.
Ante casos así, estas eran las frescas respuestas que “Ulfo” le daba a cualquiera, si acaso ese cualquiera lo encontraba, mientas tranquilo de alma y de conciencia, y con una sonrisa de un solo diente, mirando como paranoico, a satisfacción y con todo el tiempo del mundo a su favor, se bebía a placer un pocillo de café tinto que degustaba paladeándose los labios.
Uno miraba bien a “Ulfo”, de pie a cabeza, y no tenía necesidad alguna de preguntarle de dónde era porque su cara, que siempre lo decía todo, hablaba por él diciendo:
– Vea, míreme bien. Soy “Ulfo”, de “Ladronera”, el pueblo más honrado del mundo. El que respeta a quienes son como yo. El pueblo donde se mancilla la justicia porque esta se vende y donde la noción del mal flota sobre todo y no naufraga jamás.
De esta historia, remitiéndonos a un lejano ayer, y cuando “Ulfo” era joven, tomarán parte ahora dos feroces lenguas viperinas de esas que disparaban como escopeta mientras tenían fuelle y un pobre cristiano de quien hablar. Dos feroces mujeres a quienes los perros, cuando las veían, temerosos, escondían la cola y hasta los hombres más valientes salían huyendo.
-Te has fijado bien Calopie, “Ulfo” regresó de la ciudad con la misma cara conque la que se fue.
-Sí, Briseida, con la misma. Y pensar que su madre dijo de él, cuando nació, que tenía cara de San Isidro Labrador.
Así cuchicheaban de “Ulfo”, animadas, alguna vez, estas dos vecinas al verlo pasar empujando una carretilla vendiendo aguacates en dudoso estado de madurez y que descaradamente pregonaba así:¡Aguacates podridos! ¡Aguacates! ¡Después no digas que no te lo dije! ¡Aguacates podridos!
-A mí, Briseida, me avergüenza que “Ulfo” diga a los foráneos que él es ladrón. Es verdad que aquí hay muchos “enredadores” pero, no tan frescales como él.
-Le viene de niño ¿No te acuerdas Caliope que él, le cogió a uno de los hijos de Neferet un par de zancos y una pelota de caucho?-Volvió a comadrear Briseida despectivamente.
-Claro, me acuerdo, Briseida.
-Yo, Caliope, evito decir que soy de “Ladronera” cuando me lo preguntan; no porque este pueblo sea la mata de los “vividores” del mundo sino porque “Ulfo”, lo divulga con orgullo poniéndonos por el suelo- cotilleó Briseida, y remató: -Lleva “el tumbe” pintao en la cara.
-Es que, con “Ulfo”, los ángulos de un triángulo no equivalen a dos rectos -apuntó Juan Casallin, profesor d geometría al pasar por la eventual reunión rumbo a la escuela parando la oreja, en tanto Caliope, entendiendo cualquier cosa, en caro español, le respondió:
-Así es profe. Tiene razón. Ya estafó a los Angulo, que son unos ciudadanos servidores y rectos.
Y a partir de antes, de ahora y de siempre, “Ulfo”, personaje que no estaba hecho para las duras faenas, llevando la desgracia de su vida en la cara, no dejó nunca en su lugar lo mal puesto y, ni corto ni perezoso, fue el primero en comerse las gallinas de los vecinos sin haberlas alimentado y el primero en probar la yuca que no sembrara menospreciando el trabajo honrado de otros porque, según él, era creador de esta dura filosofía: “El que trabaja nunca tiene hasta la muerte”.
Para “Ulfo”, su cara de “ladrón” era un don de Dios. Su cara le daba de comer o de “coger”, que le era lo mismo… Con ella se identificaba; no tenía otra como otros. La llevaba sobre sus hombros sin decirse inocente de nada; pero tampoco culpándose… Es que la cara de “Ulfo” decía una infinidad de veces lo mismo y lo mismo era que él era quien era… Y con esta, como en la de usted, como en la mía y como en la de todos, se percibía inteligencia; sí, inteligencia, porque para ser ladrón se tiene que ser inteligente. Y hasta por lo que decía y hacía, se le profesaba admiración, y él sabía que le admiraban, por lo que fuera… usted dirá. Nunca odió y si se quiere fue honrado, sí, honrado, al contar sus propios cuentos sin faltar a la verdad… y porque, aunque usted no lo crea, hay ladrones honrados y él, alguna vez tuvo tal arranque de honestidad que dejara escrito en una sencilla nota que le envió a González, a quien le hizo una de las suyas, este escrito que así dice:
“ Juan, lo siento… el sábado pasado, en la noche, me metí al patio de tu casa y me “robé”, por unos días, tu burro. Bien sabes, yo no tengo. Debía hacer un robo temprano a “Ladronerita” (corregimiento de “Ladronera”). Busqué uno prestado y nadie quiso hacerme el favor, no tenía tampoco para alquilar uno así que lo tomé sin tu permiso. Pude llevar a cabo mi diligencia. Tienes un buen burro de suave caminar. De todos modos, estoy apenado contigo al no haberte dicho que me lo prestaras, así que te lo devuelvo hoy, ocho días después, con dos medios saco de maíz con que te lo remito como disculpa y pago para que tú y él, coman bien. Saludos, “Ulfo… “Ladrón de burros”.