POR: HANSY JULIANA NAVARRO SANCHEZ
Reynaldo Mora Mora en su columna “Tribuna pedagógica: Luchar por la autonomía curricular” (La Libertad, abril 29 de 2024, pg. 10) plantea varias cuestiones fundamentales que invitan a reflexionar sobre el estado actual de la educación, este señala que, en los últimos tiempos, ha emergido un reconocimiento palpable del problema del hombre en contexto en el ámbito educativo. Este fenómeno ha sido abordado por el currículo, aquello que él asume como “un desafío filosófico-formativo”. De hecho, son dos factores entrelazados lo que han contribuido significativamente a la madurez de este problema: la necesidad imperiosa de enfrentar las problemáticas sociales y la relación inherente de los saberes con dichas problemáticas. En la búsqueda de mejorar la calidad educativa, los expertos a menudo recurren a la estandarización y a la evaluación de competencias como herramientas fundamentales. Sin embargo, señala el autor que “detrás de esta aparente preocupación por la excelencia educativa, se esconde un velo de egoísmo que promueve la exclusión social de los más desfavorecidos”.
La urgencia de abordar las problemáticas sociales ha puesto de manifiesto la necesidad de una educación que trascienda los límites de lo puramente académico. Los problemas contemporáneos, como la desigualdad, la discriminación, el cambio climático y la injusticia, requieren una respuesta integral que involucre no solo el conocimiento técnico, sino también la reflexión ética y la acción ciudadana. El currículo educativo debe ser sensible y receptivo a estas realidades, preparando a los estudiantes para comprender, cuestionar y transformar su entorno. La columna constitucional y legal que aboga por una educación de calidad para todos, como se encuentra en los artículos 67 y 95 de la Constitución, así como en el artículo 5 de la Ley 115 de 1994, se ve eclipsada por un enfoque reduccionista que prioriza la obtención de resultados en pruebas estandarizadas, relegando la formación integral de buenos ciudadanos a un segundo plano. No hay duda alguna de que esto lleva a cuestionar el papel de las pruebas estandarizadas y la política de homogeneización impulsada por el ministerio de educación.
Mora nos insta a ser críticos ante estas prácticas que, lejos de promover el desarrollo integral de los estudiantes, tienden a reducir la educación a una mera preparación para superar exámenes. Esta visión estrecha y limitada no solo menoscaba la diversidad de talentos y habilidades de los alumnos, sino que también perpetúa desigualdades al evaluarlos bajo un mismo estándar, ignorando sus contextos y necesidades individuales. Este enfoque, promovido por organismos como el Icfes, no solo es inoperante, sino que también perpetúa las desigualdades sociales ya mencionadas. Entonces, estas pruebas estandarizadas, lejos de medir el potencial y las habilidades de los estudiantes, terminan por convertirse en una herramienta de exclusión, estaríamos hablando de un propulsor que favorece a aquellos con acceso privilegiado a recursos educativos y preparación específica. Por eso, es crucial reconocer que la verdadera calidad educativa va más allá de los resultados numéricos de unas pocas pruebas. Debería centrarse en cultivar ciudadanos críticos, creativos y comprometidos con su entorno social. Sin embargo, este ideal se ve socavado por un sistema que valora más la competitividad individual que el bienestar colectivo.
Entonces, ¿cómo se atiende a esta necesidad por la qué está pasando la educación actual? Ante esta realidad, Mora nos invita a considerar la importancia de construir currículos críticos, contextualizados y pertinentes. Estos currículos no solo reconocen la diversidad cultural y social de los estudiantes, sino que también promueven una educación que fomente el pensamiento crítico, la creatividad y la participación activa en la sociedad. Al situar el aprendizaje en un contexto relevante para los estudiantes, se les empodera y se les motiva a involucrarse de manera significativa en su proceso educativo. Es más, la relación de los saberes con las problemáticas sociales subraya la interdependencia entre el conocimiento y la realidad. Los saberes no existen en vacío, sino que están intrínsecamente ligados a los contextos en los que surgen y se aplican. Por lo tanto, el currículo debe trascender la mera transmisión de información para promover la comprensión crítica y la aplicación práctica del conocimiento en la resolución de problemas reales.
Ante estos desafíos, es imperativo que emerjan principios y valores sólidos para enfrentarlos con determinación. En un momento en el que la autonomía de las instituciones educativas se ve amenazada por fuerzas externas, es fundamental defender una visión de la educación que priorice la formación integral de los individuos y el fortalecimiento de su capacidad para contribuir al bienestar colectivo. En este sentido, el tipo de currículo y las acciones que construimos deben estar enraizados en principios de justicia, equidad, diversidad y solidaridad. El currículo debe ser inclusivo y multicultural, reconociendo y valorando la diversidad de experiencias, conocimientos y perspectivas. Debe fomentar el pensamiento crítico, la empatía y la acción ética, capacitando a los estudiantes para ser agentes de cambio en sus comunidades y en el mundo en general. Por eso, si realmente se lucha por un cambio en la educación, se debe reconocer que, para romper con este ciclo de exclusión, es necesario replantearse el enfoque educativo y poner énfasis en la equidad y la inclusión. Esto implica adoptar prácticas pedagógicas que reconozcan y valoren la diversidad de experiencias y habilidades de cada estudiante, y que proporcionen los recursos necesarios para su desarrollo integral.
En definitiva, la columna del profesor Reinaldo Mora nos recuerda la necesidad urgente de luchar por la autonomía curricular, defendiendo una educación que respete la diversidad, promueva el pensamiento crítico y prepare a los estudiantes para enfrentar los desafíos del mundo real con éxito y solidez. Nos hace entender que la verdadera medida de una educación de calidad no debería ser la capacidad de algunos para destacarse en pruebas estandarizadas, sino la capacidad de todos los estudiantes para alcanzar su máximo potencial y contribuir de manera significativa a la sociedad en la que viven. Es hora de dejar atrás el velo de la excelencia superficial y trabajar hacia una educación verdaderamente inclusiva y transformadora. Que si bien en la implementación de todas estas mejoras y pautas a seguir a fin de mejorar la calidad educativa, están implícitos muchos retos y mucho tiempo; no es algo imposible, se puede alcanzar. Estos desafíos de abordar el problema del hombre en contexto en el currículo educativo requieren un enfoque integral que reconozca la interconexión entre el conocimiento y la realidad, y que promueva valores y principios que sustenten una sociedad más justa y equitativa. Este currículo aquí mencionado debe evolucionar para reflejar las complejidades del mundo contemporáneo y preparar a los estudiantes para enfrentar los desafíos actuales y futuros con habilidades sólidas y valores arraigados. Integrar el estudio del hombre en su contexto en el currículo es fundamental para cultivar una comprensión profunda de las interconexiones entre los individuos, las comunidades y el entorno global. Este enfoque integral no solo implica transmitir conocimientos académicos, sino también fomentar habilidades como el pensamiento crítico y la resolución de problemas. Es momento de dejar atrás a la “tecnocracia que está vigente en el sistema educativo” y abrazar una visión más amplia y humana de la educación, construir un currículo que empodere a los estudiantes para enfrentar los desafíos del siglo XXI con valentía y determinación. Este ejercicio hace parte de los Talleres de Lectura y Escritura en Procesos Curriculares en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Atlántico (I-2024).