Por Erwin Lechuga
«Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado les adulará”. – Aristóteles
Luego de observar la movilización ciudadana del pasado 21 de abril, en la que la ciudadanía se volcó a las calles con el propósito de alzar su voz de protesta en contra de un gobierno que viene haciendo las cosas mal, y de apreciar no solo la respuesta de menosprecio por la convocatoria, sino la pretensión de ridiculización de lo sucedido con el argumento que los marchantes eran riquitos de derecha, me puse a pensar cuál es ese pueblo al que dirige Gustavo Petro.
Si uno toma la Constitución Política y se remite al preámbulo de la misma, encuentra que la expresión pueblo, se cita textualmente así, ¨El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constituyente, invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo…¨.
Más adelante el artículo 3 de la misma, expone que ¨La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público¨. Nótese que en ningún momento se lee en los apartes citados, que exista un pueblo de ricos y pobres, de las y los nadies, muchos menos de blanquitos, negritos o indiecitos; por el contrario, para el Estado y su organización político-jurídica, todos somos iguales y nos ubican en un mismo rango.
En el mundo de la política, la palabra ¨pueblo¨, es la locución utilizada para referirse a segmentos poblacionales, que por años han sido excluidos del acceso a bienes y servicios que por derecho propio tienen, también es instrumentalizada como un suiche que convoca al levantamiento de la gente en contra de personas con solvencia económica, empresarios, partidos políticos y del Estado mismo, que aterrizan en sentimientos de desprecio, resentimiento e irrespeto por la ley y el orden, que si se desbordan, es el primer paso a la anarquía.
Para Petro su pueblo es ese, son los que le compran su discurso de odio, son quienes han esperado durante su trasegar por el mundo, de un mesías que en un vuelco total les cambie las condiciones de vida, por eso es que esos escenarios se convierten en la tribuna para arengar sus particulares y desatinadas propuestas, porque ahí la razón no manda, domina es el discurso pendenciero, emocional, irracional y poco riguroso que enaltece su ego, por esa sencilla razón es que ha dejado plantado a gremios, empresarios y no se ha presentado a eventos donde se discuten asuntos sectoriales, porque hay gente preparada, con dominio sobre temas gruesos, ahí no hay espacio para la lisonja y los gritos de respaldo a un individuo que definitivamente se cree el cuento de ser salvador.
Nos guste o no, Petro es el presidente de este país, fue elegido para gobernar una nación, para traer bienestar y desarrollo, no para graduar a la población colombiana entre los ricos malos y los buenos pobres, es obstinante la necesidad de colocarle rótulos a la ciudadanía para su pretensión política, hay que exigirle a este señor que de una vez gobierne, que deje sus discursos rimbombantes para cuando se mire en el espejo y consuma café, que el pueblo de Colombia demanda soluciones que traigan progreso, no atraso y división.