Por ERWIN LECHUGA
A veces se me hace difícil escribir bien sea por mis ocupaciones legales o por el agotamiento mental producto del agite diario de la vida, por eso en ocasiones simplemente decido guardar silencio, parar el diálogo interno buscando sumergirme en aguas profundas que refresquen las ideas.
Cuando escribí mi última columna en este medio, ahí mismo ya tenía los títulos de los escritos que seguían cada semana, mi intensión siempre ha sido hacerlo semanalmente, sin embargo me llegó un caso, que ha mantenido mi atención a mil, recabando información para lo que a corto plazo vendrá.
Sentado en mi computador mientras revisaba las noticias me tropecé en X con los apellidos Uribe y Petro en dos noticias diferentes, acerca del primero, leí que su partido político lo respaldaba ciegamente en un proceso judicial que lo lleva a juicio, luego tomé los comentarios a favor del que se cree emperador, el que nos lleva en una montaña rusa de incapacidades, desaciertos y corrupción, de ello no tengo más nada que acotar.
Hecho el ejercicio, recordé cuando en mi cuenta de Facebook, tiraba rayos, y centellas en contra del gobierno de Juan Manuel Santos por liderar una administración perversa que abrió el boquete a lo que hoy estamos padeciendo como país, en algún momento también llegué a criticar a las administraciones locales por su gestión, era el loquito del barrio pero en Facebook, tirándole piedras en contra de lo que se me atravesara ideológicamente.
Producto de la remembranza vino a la mente, comentarios de allegados que me preguntaban que al fin de qué lado estaba, que si me había vuelto uribista, luego me acusaron de petrista, como no les bastó con encasillarme en algún lado político entonces me señalaron de inconforme, de criticón, algunos hasta dejaron de hablarme y otros se volvieron fastidiosos que hasta me tocó bloquearlos.
Nadie entendió hacia qué orilla me dirigía, no se dieron cuenta que me debía a la razón y que ella no tiene dueño, lo que sí tengo claro en estos momentos, es que hoy como ciudadano me siento saturado entre dos vertientes políticas opuestas que no han podido entender, que el juicio crítico no te hace de aquí o de allá, que vivir encasillado en una idea es estar preso, y que pensar libremente te permite ver la vida desde las alturas de las águilas.
Soy un ser humano convencido, que nuestra sociedad merece más justicia social, que el Estado debe emplearse a fondo en la ejecución de sus recursos, que sus dirigentes deben disponer de sus mejores capacidades para solventar las necesidades básicas insatisfechas de la población más necesitada, que los gobiernos deben crear oportunidades para que las personas las desarrollen, y que los subsidios crean flojos y perpetúan la pobreza.
Soy un sacerdote de la justicia, un jurisconsulto convencido que las leyes se respetan, que la seguridad trae tranquilidad y desarrollo, que la paz es hija de la justicia, que el desorden y la anarquía ahuyentan el progreso y que quienes hacen empresa no son enemigos a los cuales hay que odiar y abatir.
Es necesario fijarnos en la cabeza, que ni pensar en atender las necesidades de la población vulnerable te hace petrista, ni exigir orden y justicia te hace uribista, lo uno puede vivir con lo otro, no son conceptos excluyentes, por el contrario, son requisitos básicos para apostarle a la construcción de una sociedad justa. Colombia no necesita grilletes ideológicos, necesitamos gente que se atreva a pensar críticamente, precisamos de una Colombia próspera, no esclava.