POR: BAYRON BOLIVAR GIL GRAU
El currículo mismo, es el alma entera en todo lo que una Institución Educativa es, y en todo lo que en ella se hace y no se hace. Esto no se puede ignorar. El currículo como alma institucional ayuda a florecer fructuosamente la autonomía en ese jardín formativo que es la escuela y la universidad. En tal sentido, inspira el encuentro de culturas, rechazando el criterio absoluto de las competencias y de la calidad de la educación de los sacerdotes oficiales del Ministerio de Educación. Cada currículo escolar es el logro humano de su comunidad educativa, y por lo tanto, ella se impone unas reglas del debido respeto. En este devenir epistemológico, hay que intentar construir una teoría curricular contextualizada y pertinente que dé cuenta de la totalidad del contexto en sus problemáticas. Es su pasión por la esencia individual de las instituciones educativas y del sabor de las culturas presentes en ellas dialogando con los saberes escolares. Esta teoría pretende ser la más rica floración de este jardín.
El currículo como alma de las instituciones, permite que sus miembros estén conectados por lazos indisolubles y palpables en el lenguaje misional de cada una de ellas: una historia formativa común, hábitos, tradiciones, sentimientos e intereses. Por lo tanto, renunciar al lenguaje de los sacerdotes oficiales es lo que permite a las instituciones formar seres humanos, más humanos, y formarse más uno mismo. En este sentido, cada currículo tiene su propio y único centro de gravedad, que es su contexto. Desde allí podemos entender su carácter y el valor de su misionalidad. De aquí, surge la apasionada preocupación por aprehender el contexto con sus problemáticas, lo que tiene una única contribución que hacer: que lo enseñado tenga la expresión de la más evada condición humana, que es la obra del quehacer de todo docente.
En este currículo podemos desplegar arte, moralidad, costumbres, vida local y regional, tradiciones inmemoriales, saberes ancestrales. Por ello, en este currículo no hay fronteras y divisiones trazadas por los saberes entre y dentro de la expresión significante: ¿qué enseñar? Esta debe ser la respuesta colectiva imaginativa de los docentes. Entonces, un currículo propio, crítico, contextualizado y pertinente puede ser entendido verdaderamente sólo por aquellos miembros de una comunidad educativa que han entrado y entran dentro de la experiencia de la cultura y sus actores. Este currículo lo podemos definir como el conjunto de recursos materiales e inmateriales culturales, que son legados de tradiciones enteras, mediante la aplicación de una colección de signos y símbolos que reclaman pensar lo propio.
Tenemos que la distinción entre currículo oficial, descontextualizado, centralista, instrumental y estandarizante, y el currículo propio, crítico, contextualizado y pertinente abre una verdadera caja de Pandora repleta de desconcertantes problemas formativos de enseñar lo pertinente vs. enseñar la lógica del mercado, que son cuestiones de variada pero significativa relevancia curricular y potencialmente de enorme trascendencia formativa. De ahí, que una de estas cuestiones es la posibilidad de que lo que la escuela y la universidad enseñen sea lo absoluto para la vida; que los estudiantes deben recibir lo satisfactorio para su presente y su mañana, para que se sientan seres pensantes, críticos y contextualizados, que se sientan autónomos, y por lo tanto, experimenten que lo aprendido valió la pena, como enseñanza pertinente. El corolario de este razonamiento curricular es la suposición de que los estudiantes deben ser jueces competentes de su propia situación de aprendizaje para la vida y afronten el coraje y la determinación necesaria para luchar por su formación como transformación de sí mismos y el de sus contextos. Estos apuntamientos guardan una conexión entre sí, y un relato curricular continuado. Poco sentido filosófico y educativo tendría el que tratará de pensar todas las figuras representativas del campo intelectual de la educación, aun cuando desde el punto de vista del currículo, sea mucho lo que pueda decirse de él. He optado por seleccionar contenidos del campo curricular, que siguen una trayectoria lógica particular. Esto significa también que este pensar ejemplifica una tradición: pensar el contexto. Como pienso que cada pensar, es un pensar filosófico del currículo y no como un catálogo de fragmentos y pedazos curriculares: cada párrafo está sustancialmente articulado a los demás, y trata de ser imperativo como el pensamiento concreto en que se centrar nuestra tarea formativa. De todos modos, las conexiones entre ellos resultan evidentes.
Hay una aserción fuerte a la estandarización que promueven “los sacerdotes oficiales” del Ministerio de Educación, con su creencia y fe ciega en ella, en virtud de la cual los individuos son codificados, no debe seguir imperando en el sistema educativo colombiano. Los estudiantes no pueden seguir siendo tratados como objetos de producción. Esa convicción dogmática debe dar paso a unas prácticas evaluativas liberadoras. Esta siempre ha sido la instructiva crítica, por ejemplo de curriculistas como Mora. Esto no puede seguir a nombre de la eficiencia y organización. Este es un ardiente tema central que nos pone alerta profundamente. Esta es una cuestión que yace en el corazón de nuestras inquietudes. Por eso, la tendencia es la de aumentar y ahondar en este sentido en el inevitable conflicto y pérdida de confianza de la comunidad educativa, y de la consecuente necesidad de apuntar a prácticas evaluativas contextualizadas y pertinentes.
La pretensión formativa es la de hacer estallar las visiones instrumentales de los sacerdotes oficiales, porque ellas bajan la vitalidad y el vigor de los educandos, haciendo que olviden la humanidad esencial de la formación: su autonomía. De ahí, que unas nuevas prácticas evaluativas son síntomas de salud educativa en nuestro tiempo. Este proceso, tiene una ontología, esta es, el contexto con sus problemáticas, porque es lo más innegable para el currículo, porque existe al lado de la escuela, y es el conocimiento más cercano que tienen los docentes. El contexto y sus circunstancias históricas específicas impacta al currículo: nosotros y otros, con sus emociones, intereses, sentimientos, saberes ancestrales, fondos de conocimientos, entre otros. Por eso, el intento de emboscada que permanentemente ponen los sacerdotes oficiales al currículo propio, es el intento perverso para reducir estas circunstancias a la estandarización de las competencias. Este modelo no ha sido funcional porque es mecanicista, porque busca negar lo que los estudiantes conocen de primera mano de su contexto, que es vivido por ellos, porque es la verdad de acerca de ellos mismos. Por el contrario, el modelo instrumental de las competencias busca confinar, atrofiar y mutilar esta relación de currículo y contexto.
Todo lo anterior, nos lleva a señalar que el currículo es el lenguaje de humanidad de toda Institución Educativa. Es su pintura de la sociedad y del tipo de hombre que desea formar. Es la poesía hecha saberes pensando el contexto. Es la canción del aprendizaje de los estudiantes. Es la conclusión constitucional de formar buenos ciudadanos. Es el intercambio de saberes. Es originalidad. Es imaginación. Es colorido. Es alegría y esperanzas. Es la viva carne de las problemáticas y tensiones de la sociedad, que revela cómo la institución se encamina a hacer realidad su misionalidad. Pero, los expertos del Ministerio de Educación inventan modelos descontextualizados: frente a esto los educadores debemos reaccionar, porque ese modelaje no se acomoda a nuestros contextos. Son esquemas artificiales, que cierran los ojos ante esas problemáticas y construyen castillos en el aire, “creyendo que Colombia es Dinamarca, cuando somos en realidad Cundinamarca”. Esos modelos son prisiones de la autonomía y del espíritu de docentes y estudiantes. Esos modelos han erigido monstruosas máquinas evaluativas que marginan de la educación a los más necesitados de ella. Esos modelos están construidos de acuerdo a reglas dictadas por organismos internacionales. Esos modelos ignoran la pululante variedad de los mundos de nuestras localidades, asfixiando a nuestros estudiantes con desordenadas pruebas estatales sin ninguna relación con la unión de la escuela o universidad con sus contextos, que es lo que constituye el objeto de estudio y formación de todo currículo.