POR: REYNALDO MORA MORA
La construcción de un currículo es el sueño alimentado de una Institución Educativa por lo inacabado del ser, en la búsqueda sustancial por impactar el contexto. En esta Ruta Formativa como posibilidad, el contexto se halla en el currículo, que se nos aparece como el representante de lo que desea una institución, como lo ardiente misional, como el fuego que da vida a la Formación Integral, como lo llevado a las alturas como el contenido de lo humano sublime, que significa el camino para formar buenos ciudadanos, con teoría y práctica, pero, también con espíritu. Se trata, de la voluntad comprensiva e impulsiva de una institución, lo que constituye recíprocamente en totalidad dialéctica el diálogo de los saberes con la realidad social.
El currículo oficial, el centralista, necesariamente entra en conflicto con los más sagrados valores identitarios de tradiciones construidas a lo largo del tiempo; porque este currículo glocal representa el amor al lugar, un profundo sentido del pasado de sus actores, los símbolos y recuerdos locales. Este currículo conserva la visión y capacidad para renovar sus tradiciones identitarias que legitiman su educar y formar. Por el contrario el currículo promovido a través de lineamientos fuertemente centralistas reprimen y niegan los más profundos sentimientos de lo local y de su identidad, restringiéndolo por cadenas artificiales como las de las competencias y de la calidad de la educación, haciendo estallar la autonomía escolar, que significa un antídoto de liberación contra lo oficial. El contexto con sus problemáticas y tensiones al verse convertido en objeto de transformación curricular, es la disposición ética de sus constructores, que deben tener en cuenta las diferentes experiencias que viven y han vivido los actores de un determinado entorno. La repuesta del currículo, es favorecer sus vocaciones y talentos, habilidades y destrezas, que han sido ofendidas por los predicadores del gusto por el lenguaje empresarial de las competencias. Ahora, la construcción de un currículo crítico, contextualizado y pertinente sirve para elevar las reales virtudes propias de esos actores sociales.
Debemos rechazar firmemente el principio central del currículo promovido por los sacerdotes oficiales del Ministerio de Educación, cual es el de las competencias. Ahora, el curriculista crítico y contextualizado identifica las vocaciones, talentos, habilidades y destrezas individuales en los estudiantes. Este rechazo es debido a que esa malhadada palabreja no da cuenta de la naturaleza y estructura de emociones, sentimientos e intereses de cada estudiante. Por el contrario, el currículo oficialista es un arma instrumentalizada en su constante lucha contra las fuerzas de los currículos glocales y regionales. Por lo tanto, ese discurso frío y fofo de las competencias, que está atado a la otra palabreja instrumental de “la calidad de la educación” no pueden resolver los problemas consustanciales de los barrios, los corregimientos, lo local y las problemáticas regionales de nuestro país, porque el contexto cae fuera de los alcances de los fríos indicadores de esos discursos descontextualizados. Ciertamente, un currículo crítico, contextualizado y pertinente, es el logro teórico-práctico que presenta y aborda a sus estudiantes con sus necesidades espirituales y materiales, para que sean aprehendidas como objetos analizables y de transformación desde los saberes curriculares. Por el contrario, el discurso de esos sacerdotes, que se hacen llamar expertos curriculares, que son burócratas razonables, se han dedicados a socavar la autonomía escolar para convertir a la escuela en una máquina de producir competencias, despojando a la escuela de su verdadera esencia humana como agente creadora y libre para impactar a docentes y estudiantes. En este sentido, un currículo crítico, contextualizado y pertinente es la debida aplicación a la vida de los seres humanos desde la formación. Es el triunfo del esfuerzo y el intelecto de una masa crítica de académicos y una herramienta indispensable en la batalla para resistir a la naturaleza ciega de las competencias. Es la esperanza de luz contra la desesperanzada ceguera de los sacerdotes oficiales del Ministerio de Educación.
Yendo hacia el corazón del sistema educativo, el currículo, y convirtiendo su accionar en transformación, la consideramos su idea matriz. El currículo es capaz de demostrar cómo el enigmático y confuso modelo de las competencias, no solo, no es inconveniente, sino profundamente alejado de la realidad social. Pues en el centro de la visión curricular está la idea-fuerza de que los saberes, ante todo, deben ser activos y creativos. Divergiendo de la tradición de los expertos curriculares del Ministerio de Educación, el currículo crítico y transformador aborda a los saberes como buscadores de respuestas a las problemáticas del contexto, en primer lugar no de competencias o de calidad de un producto, sino de un goce creador a través del aprender. El libre ejercicio, de lo que es el aprendizaje, como representación de la voluntad de aprender, frente a la imposición de un patrón concebido a espaldas de la escuela, se debe concebir como descontextualizado y ajeno a este aprender desde los saberes. Tenemos entonces, que la realización y los intereses propios de los estudiantes, tanto individuales como colectivos, a través del goce ético, estético y placentero del enseñar y el aprender son los fines de la vida de un currículo crítico, que corresponden más inmediatamente a la más íntima esencia de los estudiantes: su dignidad. Por eso, con gran sutileza y penetración, el currículo crítico y transformador aborda el contexto tanto para entender sus problemáticas y tensiones desde los saberes, como para señalar un ruta de cambios acerca de la naturaleza misional de la formación, largamente olvidada por los oficiadores del sacerdocio del Ministerio de Educación, lo que explica la ola de agitación y desasosiego del discurso radical de las competencias en el sistema educativo colombiano.
¡Cuánta falta de identidad con el contexto por parte de los expertos curriculistas del Ministerio de Educación (léanse sacerdotes oficiales)! Expertos que son incapaces de darle un minuto de su atención al contexto con sus problemáticas. Expertos, que si lo son, lo son desde un solo ángulo de vista, el de las competencias, como si solo esa fuese la única ruta para formar buenos ciudadanos. ¡Cuántas debilidades impulsivas se hallan en estos expertos bajo el paradigma de las meras competencias que exige el mercado! ¡Cuántos elementos espirituales del contexto son abandonados por ellos, por cumplir con los estándares del mercado! Son expertos instrumentalistas, coleccionadores de saberes foráneos y alejados de lo educativo-formativos, sin dinámica, sin objetivos plausibles, creando indiferencia frente a formar buenos ciudadanos. Tenemos, que los constructores críticos del currículo no se les escapa el campo de la herencia cultural de los contextos, como la especie elevada de esa construcción, que nos ofrece la expresión de la concentración que tan esencialmente hacen los saberes de la realidad social, como el reflejo primado del intelecto de la teoría-praxis del currículo que aparece como una expresión de sabiduría en estilo activo por parte de los curriculistas críticos.
El ideal de curricularizar el contexto tiene necesariamente implicaciones formativas, porque es un ideal que fundamenta un conjunto característico de obligaciones para docentes y estudiantes. Este ideal de aprehensión del contexto es la principal base de buena parte de los procesos de formación integral, lo que tiene un papel formativo en múltiples diálogos de los saberes para impactarlo: el contexto es la rueda del currículo en el centro de la misión de una Institución Educativa. En cuanto al presente y a la propia situación de nuestro sistema educativo, creo que nos enfrentamos a un nuevo momento de la educación, porque hoy debemos liberarnos de leyes educativas que ya cumplieron su cometido (leyes: 30 de 1992 y 115 de 1994), fueron relativamente funcionales y ricas en procedimientos instrumentalistas, que han enredado los procesos de formación. El problema al que nos enfrentamos es la necesidad de liberarnos de ellas para construir una Carta de Navegación Educativa, una Ley Estatutaria que atienda y de respuestas a las demandas de los contextos locales, regionales y nacionales. Y, esto implica que debemos enfrentarnos a la liberación, por ejemplo, del currículo centralista impuesto por esos sacerdotes, y por sus acólitos, las secretarías de educación.