Por Neil Del Valle
Hace 15 días me encontraba almorzando cuando sucedió algo inesperado: se dañó el display de mi celular. Debo confesar que, ante tal imprevisto, me sentí inmediatamente intranquilo y, por ende, preocupado debido al hecho de que para mí, como hoy en día para muchas personas alrededor del mundo, el celular se ha convertido en una herramienta indispensable de trabajo. Inmediatamente, decidí dirigirme hacia un sitio de servicio técnico de equipos con la angustia propia de alguien que va a visitar un familiar a una sala de Urgencias, me sentía lleno de incertidumbre y temeroso de que me dijeran que el equipo, el cual había dejado caer accidentalmente hace exactamente 9 meses, no tuviera arreglo.
Finalmente, y luego de un intento de reparación fallido, llegó el temido diagnóstico: el teléfono no tiene arreglo, en el interludio hubo dolor de cabeza y de estómago ante el miedo de lo que finalmente sucedió y me llevó a tomar la decisión de comprar un nuevo teléfono; esta experiencia me llevó a reflexionar acerca de la desmedida importancia que la globalización tecnológica le ha otorgado a los celulares a tal punto de que se podría decir que se han convertido en una extensión de nuestro cuerpo, lo que genera que cuando se nos daña o se nos acaban los datos y la batería nos sintamos tal cual como yo me sentí el día que mi teléfono “estiró la pata”.
Por otra parte, me llevó a recordar una película que ví en cine ya hace más de 15 años: La Brújula Dorada, basada en la obra del novelista británico Phillip Pullman, el filme muestra a los “daimonions” como extensiones del alma humana encarnadas en forma de animales los cuales iban mutando a medida que los personajes iban creciendo y desarrollándose, en el universo creado por Pullman, los daimonions eran vitales para la vida humana es por eso que, si se alejaban de sus amos, su fuerza y espíritu se debilitaban.
Tal parece que eso mismo sucede con la tecnología; a medida que los avances se han ido desarrollando los celulares dejaron de ser esencialmente un medio de comunicación para convertirse en lo que son hoy en día: nuestra sucursal bancaria, nuestro restaurante e incluso nuestro médico de cabecera esto a raíz de las cada vez más innumerables aplicaciones móviles. Lo anterior justifica el hecho de que cuando estos dispositivos se nos dañan nos sentimos como aquellos protagonistas de “La Brújula Dorada”.
Finalmente, y más allá de satanizar a la tecnología y sus consecuentes avances, la invitación que quisiera dejar es a poner nuestro celular en “Modo Amigo» principalmente cuando estamos compartiendo con familiares y amigos así como también antes de acostarnos para mejorar la calidad de sueño, de lo contrario contribuiremos a un futuro que, como lo afirma Andrés Oppenheimer en su BestSeller Sálvese quién Pueda, estará inevitablemente marcado por la creciente automatización de los procesos cotidianos llegando a ser una de las tantas personas que hoy en día carecen de empatía e inteligencia emocional (Soft Skills) por depender de una herramienta que se concibió, en principio y teoría, como una ayuda para nuestra vida cotidiana mas no como parte inexorable de nuestra esencia y existencia.