POR: LUCHO PATERNINA AMAYA
Siempre me inquietó llegar al umbral de los setenta y ahora me sigue desvelando alcanzar los setenta y cinco, sin abrazar la posibilidad de seguir de largo, por aquello de que los estudiosos de las estadísticas me fijan un término hasta el cual debía alcanzar mi vida para decirle adiós a este mundo. Ignoro las bases científicas, sociológicas, nutritivas, genéticas y hasta filosóficas que la estadística tiene en cuenta para llegar a conclusiones de tanta repercusión en la psicología colectiva e individual como es eso de ponerle un límite a la vida, desencadenando una cascada de emociones que desembocan en un cúmulo de sensaciones, donde no faltan las preocupaciones, la incredulidad, el misterio, la inseguridad y muchas preguntas que no resuelven ninguna de estas inquietudes.
Preocupación, porque aquel que vislumbra la llegada del lustro quince, inevitablemente recibe la notificación de que su final se acerca, y todavía hay propósitos, sueños, ilusiones que cumplir, más cuando se tienen las fuerzas y el ánimo para tranquear el mortal término. Incredulidad, porque una persona que late vigorosa, espiritual y físicamente, aún con la suficiente voluntad para franquear el fatal hito, no le es fácil ni aceptable creer en que el final fijado por la ciencia o la especulación, sea el acertado. Misterio, porque ningún científico o creyente, agarrado de eventuales investigaciones, así como de la fe, puedan promediar la fecha en que la muerte nos visite, ni aún en fase de enfermedades terminales. Inseguridad, porque algún desinterés, congoja o desánimo se apodera de la víctima del vaticinio indeseado, aunque de inevitable existencia, con todo el misterio que carga.
Sirva esta introducción para aterrizar el tema. Recientemente se reunieron en un ambiente paradisíaco anclado en el Golfo de Morrosquillo, más de veinte mujeres con edades que pisan el promedio para que el dueño de la vida las llame, contando con algunas que ya lo superaron. Jamás había experimentado en persona o grupo alguno que bordeara una edad mayor, tanta vitalidad y amor por la vida, como lo pude apreciar en estas mujeres que, por ningún lado, mostraron preocupación, incredulidad, misterio ni inseguridad ante la cercanía del referente matemático que les recuerde o les hable del salto que las mute a la eternidad.
Solo optimismo, humor, franqueza, felicidad, espontaneidad, equilibrio, repentismo, grandeza y satisfacción por haber cumplido con las responsabilidades asumidas como hijas, madres, esposas y con sus trabajos, fueron las señales que me hicieron llegar mientras se desarrollaba la convivencia sin que dejara de sonar la música tropical que Mayo tenía guardada en una memoria donde no cabe el reguetón ni la vulgaridad de ciertas champetas que chocan con las interpretaciones de La Billos, Los Melódicos, Los Blanco, Lucho Bermúdez, Pello Torres, Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez y las mejores bandas de la región que animaron el convite de las respetadas y admiradas abuelas, para quienes está muy lejos la fecha en que emprendan el viaje celestial.
Sirva esta ocasión para enviarle un mensaje de felicitaciones a la directora de Comfasucre, Dra. Doris Benavides, por la oportunidad que le brinda a quienes en número de 180 asociados que ya aportaron lo suyo al fortalecimiento de la familia y la sociedad en valores, se sientan compensadas haciéndoles más amable su presente devolviéndoles con solidaridad y reciprocidad la sonrisa para que nunca les falte, a pesar de que todavía son protagonistas útiles en función de la vida que administran sin abandonar el espíritu alegre que las hacen jóvenes. Compartir con ellas es recibir una lección de vida que aumenta toda posibilidad de que estén llegando al fatídico umbral que hace la diferencia entre la existencia y la muerte, cuando el estar transitando por la edad de oro, pronuncian con que entusiasmo su lema » Actívate a soñar».