Por: Walter Pimienta
Que hoy en día un carro hable, con esto de la “inteligencia artificial”, es posible: aunque, la verdad, no es nada novedosos ya que en una serie de televisión hubo uno llamado “ KITT” COLOR NEGRO, PONTIAC FIREBIRD TRANS AM , CAMARO que lo hacía…Pues este, el del “Molino de Papel” que leen, admítalo sin discusiones, “habla”. Se trata del carro viejo de Víctor, dejado abandonado en un taller de mecánica cualquiera que, le repito, en los límites de la ficción y del pensamiento personificado, “ habla” de su triste condición y de su lucha entre vivir y el morir de olvido.
“….Me siento viejo, señor. Tengo la vejez que le cae a todas las cosas. Si pudiera volver a ser nuevo…Si en un acto mágico todos los mecánicos del mundo me pusieran como nuevo…La mecánica y los mecánicos solo son palabras: se le daño el carter, la caja no le funciona, el carburador lo tiene tapado, los frenos no frenan, la dirección no lo dirige,…palabras, palabras de carro viejo.
Ahora soy un recuerdo, una evocación de carro. Tuve el poder de mis 6 cilindros en línea y 216 pulgadas cúbicas (3.5 litros) y 85 caballos de potencia a 3300 rpm…. Bacano. En ese tiempo transgredía normas de tránsito. Me volé muchas veces el semáforo en rojo. Fui a muchas partes en tiempo récord. Visité tantos lugares…Al marcador de mi velocidad le faltaban números…Ahora me carcomo en el óxido de mi alma.
Soy la historia de un auto abandonado, uno más. La palabra viejo cabe en toda mi chatarra:, en mis focos sin luz, en mis llantas sin aire, en mis vidrios rayados, en mis puertas que no abren, en mis guardafangos desprendidos, en mi timón roto, en mi placa desprendida, en mi color blanco gris negro cenizo indescifrable… Soy un acto de historia sucedida…Los carros viejos no tenemos el poder de auto rehacernos en el gesto de adaptaciones que nos vuelven híbridos en el ensayos de mecánicos de “El Boliche” que le ponen a uno el cloche de otro o la caja de uno más grande y, entonces, clonanados por todas partes, no andamos, sacudimos nuestras latas, no arrancamos y Dios no acepta aquella locura de hieros con hierros de otros hierros, creación loca de la nada haciendo que un Ford parezca un Chevrolet y un Renault tenga pito de Land Rover y mofle de Mercedes,…Palabra que mejor me quedo aquí en la autenticidad de mi vencimiento viviendo del pasado… monumento de mi propia creación, museo sin vigencia y viejo cuento de un auto que un día fue lo último en el mercado…
Subí montañas, cerros y colinas; llanuras y valles. Atravesé el Río Magdalena en ferri para ir a Santa Marta. Me aguanté aguaceros en plena vía, soles caniculares. Encontraba entradas y salidas sin mapa…
Se me ha encorvado el chasis, como los viejos cuando también se encorvan, y mis arterias que son las mangueras están taponadas. A veces alguien que pregunta por mi remate como chatarra, da golpecitos sobre mí y dice: -“Está bueno de lata”- y se va— Espero que vuelva pero no vuelve y conjura mi remate cuando lo oigo decir: -Vale más arreglarlo que comprar uno nuevo.
Tengo problemas de pintura, la que poseo revela un color que no existe. No tener llantas es como si usted anduviera con los pies descalzos sobre la tierra; las ultimas que usé eran solo remiendos. Mis rines golpeados solo me permiten andar lento. Cojeo de una llanta, me la arreglan y ocurre que cojeo de otra. Mi vista son mis focos, los aguzo con mi luz amarillenta y no puedo salir de noche…no veo nada. La tela de mis cojines se la llevaron los ratones y en sus resortes hacen nido las palomas del dueño del taller…Estoy viejo por adentro y por fuera. Debajo me cuelgan cables como columpios. A veces, los autos un poco más mantenidos nos enamoramos de las camionetas, peo así que camioneta me va a mirar…Me gustaban las de color café, bailarinas y brinconas.
Hay autos viejos parapetados que se mueven y los usan para vender limones, plátanos, yuca; yo ni para eso. Mis repuestos no vinieron nunca al país. Me apagué y nada pudo mantener vivo el fogón de mi motor…Lo último que hice fue salir en una Semana Santa, hace como quince años. Me usaron, por lo lento que andaba, para carroza del Crucificado…El desayuno, el almuerzo y la cena de los autos es la gasolina, pero se me sale toda. Los autos viejos no tenemos cura con plantas ni conjuros de yerbateros…-¿Usted no sabrá? Una vez, cuando andaba airoso por las calles, vi que un camión viejo tenía en su defensa delantera este este anuncio: “Soy el hijo del diablo”…Y ahora, reducido como estoy, creo que eso somos…hijos del diablo rodeados de autos viejos y dañados en la soledad de este parqueadero.
Los males del cuerpo en los hombres los sufrimos también los carros en el motor; pero todo es caro; para ellos la medicinas y para nosotros los repuestos y en consecuencia, a ellos y a nosotros el tiempo nos acaba. Mi dueño se llama Víctor Si lo ve me lo saluda.
Tengo cáncer… el cáncer de los carros viejos es el óxido… pero más nos mata la soledad y el abandono.
Víctor se aburrió de mí. Le era un gastadero de plata… también José, el mecánico, metiendo sus manos arrugadas por el cablerío de mis venas, probando mis luces de noche que no prenden, inventándome pegas que no pegan.- “Lo pondré a volar”- decía y aquí estos sin alas ni plumaje… tomando ninguna ruta extraña. Derramo el aceite…se me han caído tuercas y tornillos así como a la gente se le caen los dientes…Si de pronto arrancara, me deshago en una curva…¿Nostalgia?…Claro que me da nostalgia. Nostalgia de mis viajes lindos, De mis caricias a mi pintura relumbrante.
Nostalgia de mi motor sin ruidos…Nostalgia de mis pistones para darme cambio…De mis bujías de encendido…José perdió conmigo la paciencia…Fui un placer que se manejaba con una sola mano y con el conductor apoyando orgulloso el codo en mi puerta…Cuando José se metía debajo de mi chasis, con herramientas en mano, cantaba cantos de esperanza… ya no… Dejó de hacerlo y ahora anda preguntando cuánto pueden valer los huesos de mis hierros incluyendo el costo de la grúa para sacarme de aquí”…
No quise volver la vista atrás para no ver las lágrimas del carro viejo de Víctor.