Por: José Gabriel Coley, Filósofo Uniatlántico
www.pepecomenta.com
El ambiente de la novela es “rabiosamente Caribe” como se decía al final de la entrega anterior. Se trata de una isla que es visitada todos los años el 16 de agosto por parte de Ana Magdalena Bach para llevarle un ramo de gladiolos a la tumba de su madre en el cementerio del pueblo.
En esas visitas la protagonista se desdobla buscando amantes de ocasión lejos de su esposo e hijos, regresando al día siguiente a su rutina.
Se trata de la recreación literaria que hace García Márquez de una inveterada tradición por parte de muchas damas que acuden a las islas del Caribe a ‘pescar’ mancebos para sus íntimas complacencias, pero que aquí se personifica en una sola y con una trama singular de la cual nos ocuparemos en la próxima entrega.
Esta isla, que no tiene nombre, posee todas las características, el clima ardiente y el encanto del Caribe, o de cualesquiera de sus ciudades o pueblos costaneros.
A mí particularmente me evocó de entrada el paisaje de Ciénaga (Magdalena) pero transpuesto poéticamente de manera insular, por la descripciòn de sus calles destapadas, los almendros, las garzas y el cementerio incluido.
Igualmente, la música es antillana con la presencia del bolero y su majestad Agustín Lara y de la salsa con la reina Celia Cruz. No obstante, desfilan por la obra maestros clásicos como Chopin, Debussy, Bartok, Mozart, Wagner, etc.
O sea es una novela profundamente musical, comenzando por el apellido de la protagonista, Bach, como muestra de la admiración que el autor le profesaba al virtuoso alemán. Pero esto va más allá: la segunda esposa de Juan Sebastián Bach se llamó igual que la heroína de la novela Ana Magdalena Bach que vivió de 1701 – 1760. quien fuera una gran soprano.
Ana, su primer nombre, significa bendecida por Dios y el segundo, Magdalena, ha pasado a significar pecadora, arrepentida y perdonada; al punto que los evangelios la sitúan siempre al lado de Jesús. Es decir, sus dos patronímicos en conjunción bien pudieran interpretarse como doblemente bendecida por Dios.
¡Vaya pero qué cosa!, la de Gabo y la escogencia de los nombres de sus personajes en función al papel que cumplirán en sus narraciones.
Pero sigamos con la mùsica. Su marido Doménico Amarís (prometido por Dios), era director del conservatorio provincial, como lo habìa sido su padre: “…Sobraban músicos en la familia. La misma Ana Magdalena había querido aprender a tocar trompeta, pero no pudo”.
A la vez su hija, Micaela (que se parece a Dios) como la abuela sepultada en la isla, “desapareció todo un fin de semana con un trompetista mulato”, pero tenía a su vez la rara vocación de querer ser monja de las Carmelitas Descalzas a pesar de que “un médico amigo le había implantado desde los quince años un dispositivo infranqueable”:
“-Puta-”, le gritó su madre cuando se enteró. Sin embargo, al decir del narrador, solo era una “díscola encantadora” que se aprestaba a hacer votos de castidad, pero mientras tanto se perdía por las noches con su novio intérprete del Jazz. En fin, la música se respira por todos lados, pero ligada en secreto con los carismas significantes de los actores de la novela. (Continuará)
Barranquilla marzo 17 de 2024
Próxima entrega: La trama