Por: Walter E. Pimienta Jiménez.
La bolsa de manigueta fue alguna vez la maleta de los pobres, pertenencia fabricada de fuerte papel que, alusiva a la propaganda de ciertos graneros de la ciudad, comprada en las tiendas del pueblo de antes, tanto por hombres como por mujeres, llevada en la mano de estos, era sinónimo de viaje…Y con ella, con la bolsa de manigueta, pasajeros de toda prosapia, de alta alcurnia o pobre cuna, una mañana, de transito se fueron por el mundo sin visa ni pasaporte en busca de mejor vida y nunca más volvieron; mientras quienes cambiando la ruta regresaron, igual, como se habían ido, sin nada, sin nada más que no fuese ella, la bolsa de manigueta, regresaron.
La bolsa de manigueta identificaba al viajero más que su propia cédula de ciudadanía porque decía de él, no sólo quien era sino que humana y dura eventualidad de la dura vida le hacía partir de su casa con ese imprescindible rostro de incertidumbre oculto en el benévolo propósito de un padre y de una madre asistiéndoles apenas con un…”Y qué te vaya bien mijo, no dejes de escribirnos y que Dios de acompañe”…porque ellos, ellos, sus padres, carente de todo, menos de amor, no tenían más que darle…
Cada uno de los habitantes del pueblo, tuvimos alguna vez una bolsa de manigueta con la que viajó a la extraña ciudad para establecer con ella otras relaciones no cercanas, ni siquiera íntimas y próximas, ni secretas, sino de necesidad y de apuros…Cada uno de nosotros tuvo en su tiempo una bolsa de manigueta llena de ilusiones, llena de anhelos, de sueños, con la que buscaba echar raíces en otra parte hundido en la indiferencia y la indolencia de una urbe que no se parecía a su pueblo ni a su gente y donde, poco a poco, empezaba a parecerse a otras personas sin parentela, confundido en el dolor de quienes no saben quién eres ni les interesa saberlo porque las esquinas de la ciudad son de todos y de nadie y porque por sus calles se perpetua la suela del zapato gastado en el pavimento y, por este, jadeante se camina en busca de la piadosa existencia de Dios y de un trabajo entre iguales que, al no encontrarlo, terminan con los brazos cruzados sobre el pecho y se adivina por la bolsa de manigueta en las manos que hasta allí llega su triste trayectoria…
La bolsa de manigueta guardará por siempre memoria en quienes viviendo al alero de una casa ajena, hospedaron en esta un rincón y encontraban el domicilio donde vivían por el color de su puerta o porque Dios siempre guía los pasos perdidos del recién llegado…
La bolsa de manigueta, más que llena de ropa y de otras pertenencias, estaba llena de pasos y de tristezas cuando se llegaba tarde a la cita laboral y otro fue escogido por su distinta manera de hablar aunque tú hablaras mejor que él, pero lo hacías en silencio y guardándote tus palabras y tus pesares y tu historia
En ocasiones, una de las maniguetas de la bolsa de esta historia, por tanto uso, se desprendía y tu puño, como un grito de angustia, la apretaba para que de ella no se escaparan tus utopías; mientras tus ojos lloraban una lágrima que se secaba en el pavimento sediento de alguna forma de agua…
Muchos, hoy, no sabrán jamás cuánto de quimeras cabían en la bolsa de manigueta donde el viajero, pasada la lluvia, quería traerse de recuerdo el montón de mariposas amarillas que bebían en el charquito esquinero…
Se reconocían los pasos en la noticia triste de quienes de regreso al ´pueblo , con la bolsa de manigueta y su lenguaje de propaganda de granero impreso, sin himno de victoria, retornaban y, sin levantar la vista, siquiera, al entrar a su casa, de un clavo en la pared la colgaba y cerrando la puerta de su cuarto se quitaba los zapatos y, entonces, vulnerables del alma, sacando del bolsillo de su camisa una pequeña agenda, escribía versos en el silencio de su barrio que ya mañana, con el nuevo grito del voceador de prensa.. ¡Diario La Libertad! ¡Diario La Libertad! Le hará comprar el periódico y leerá esperanzado los clasificados…
Las historias de las bolsas de manigueta son reales y huelen a ropa recién planchada. Ellas tenían un lenguaje cifrado que iba mucho más allá del anuncio del “Granero Zalamea” o de este otro: “El Centavo Menos”…El viajero salía con esta, con la bolsa de manigueta a la calle y, mirándose en los ojos de otro, decía adiós, un adiós que toda la calle oía, que doblaba una esquina y la otra seguido del lastimero decir del vecino que en voz baja expresaba: Se fue Jorge hoy y ayer se fue Jesús y mañana Donaldo, el hijo de Dominga y Rafael”…Y en ese espacio breve que se hace entre su casa, él y el bus que en la plaza le espera, el viajero sabe que en su bolsa de manigueta lleva el alma sin poder resistirse al imán de la ciudad y sus asombros y sus incertidumbres porque, en la bolsa de manigueta le cabe hasta su pueblo que deja siendo lo único que tiene…











