El desorden en el gobierno del Cambio 

Por: Diógenes Rosero Durango

brumadora resultó la última semana para el gobierno nacional y los y las colombianas. Al huracán mediático por la inesperada remoción ministerial como resultado de las diferencias internas sobre la reforma a la salud se sumó la dolorosa situación en el Caquetá en donde falleció un miembro de la fuerza publica y otros fueron retenidos (las imágenes recordaron aciagas épocas del Caguán) y, como cierre fulgurante, se destapó el escándalo del hijo del presidente y sus travesuras para beneficio personal -un enredo que pica y se extiende y que salpica a otros miembros del Pacto histórico.

Después del buen inicio del gobierno con una plural y sólida conformación de su gabinete -salvo algunas excepciones- y la aprobación de una histórica y progresista reforma tributaria, se le comienza a enredar el panorama al gobierno Petro.

Algunos advierten un «déjà vu» con la alcaldía de Bogotá en donde, al igual que estos primeros meses del año, el primer mandatario se caracterizó por una fuerte fluctuación de subalternos y un constante llamado a la movilización popular como forma de presión política. ¿Volvió el Petro caviloso y radical de aquellos años?

La situación puede tornarse mucho más compleja. Las fuertes mayorías, que inicialmente mantenía el gobierno comienzan a flaquear y el escape del presidente buscando a las masas en la calle, pueden generar una mayor inestabilidad. 

La confrontación entre la institucionalidad y la gente en la calle puede salir costosa, y aunque es válida en términos democráticos, no es una salida moderna en términos pedagógicos y de construcción de país.

Gran parte de esta inestabilidad subyace en la desordenada agenda y poco método del gobierno, que en medio de la compleja situación nacional exacerba una ya caótica situación.

¿Cuál es la apuesta principal del gobierno, la paz total? Si es así, ¿cómo se permite que ocurran hechos desafortunados como el de la guardia indígena y los policías? No hubo paz y ni siquiera pudo ser parcial en un conflicto que pudo prevenirse sin dejar victimas fatales.

No hay claridad, pero además otras apuestas simultáneas tampoco tienen una hoja de ruta consistente. El camino de las reformas sociales no ha sido consensuado y arrancó con muchas prevenciones que terminaron causando la salida de ministros y una fuerte convulsión política.

No se puede seguir tirando el balón adelante y en el camino ver como se solucionan los enredos. La visión de los más experimentados en el gobierno debe complementarse con los nuevos funcionarios que vienen de otras formas de hacer política, que incluso, se oponían al sistema del cual ahora hacen parte. Es el gran reto de un gobierno tan plural.

Hay que conectar a las regiones con los procesos nacionales, pensar que en un diálogo directo se pueden solucionar problemas del país es una visión restringida de la pluralidad de la sociedad civil. Por eso las marchas no funcionaron y, en algunos territorios, en la socialización de las reformas son más los que se oponen en marchas que los asistentes a los espacios pedagógicos.

Esta conjugación de una gobernabilidad con partidos políticos y diálogo de base desde plazas o balcones no consolida una fuerte gobernanza, pero además es permeable a que agentes locales busquen intermediar de manera informal con el gobierno nacional.

Para promover un cambio es necesario, además de una fuerte gobernabilidad y aceptación popular, desarrollar un orden y articulación sistémica del funcionamiento del estado para lograr los objetivos propuestos. 

También es necesaria la confluencia de actores regionales y nacionales que permitan una apuesta nacional con derroteros y tiempos consistentes; y, desarrollar un nuevo relacionamiento de lo público con la ciudadanía.