Los cachacos y Macondo

Por José Gabriel Coley, Filósofo U del Atlántico

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Después de aquellos Carnavales Sangrientos, Aureliano Segundo que había quedado flechado con la reina de Madagascar decidió ir a buscarla a la ciudad distante donde vivía con su padre: 

«Era una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra traqueteaban todavía, en noches de espanto, las carrosas de los virreyes. Treinta y dos campanarios tocaban a muerto a las seis de la tarde. En la casa señorial embaldosada de losas sepulcrales, jamás se conoció el sol”

Allí Fernanda del Carpio tejía coronas de palmas fúnebres. Las alusiones a la Zipaquirá donde Gabo vivió cuatro años son 

evidentes, aunque nunca se mencione su nombre, pero se habla de los habitantes del páramo, la inconfundible dicción al hablar y su gran fervor católico.

Aureliano Segundo se casó con ella en Macondo en una fragorosa parranda de 20 días y tan pronto llegó Fernanda a la casa de los Buendía se empecino en cambiar sus costumbres corronchas por las de gente fina. 

No era el primer encuentro entre estas dos diferentes culturas en Cien Años de Soledad. La primera fue con el corregidor Apolinar Moscote que envió el gobierno a Macondo: “Aquí no hay nada que corregir”, le dijo José Arcadio Buendía, el patriarca fundador del pueblo, pero terminó imponiéndose. Y fue don Apolinar, al cometer fraude electoral, quien origina la leyenda del coronel Aureliano Buendía y las treinta y dos guerras civiles. Ahora, la cachaca Fernanda también acabaría por transformar la vida de la familia Buendía.

Es una especie de sometimiento del Caribe al poder centralista donde siempre han dominado las gentes del interior del país, narrado literariamente por el genio de García Márquez. Y después vendría mister Brown y la compañía bananera que, con la complacencia del Estado explotan nuestros recursos y originan la primera huelga obrera antiimperialista en América Latina (1928) que termina en masacre por parte del gobierno conservador.

Al largarse la compañía bananera sobreviene un diluvio que, como castigo ecológico, precipita el final de Macondo:

“Llovió cuatro años once meses y dos días”. Cuando escampa muere Úrsula un jueves santo (en fecha igual moriría muchos años después al autor), y todo se acelera hacia la nada. 

Los manuscritos de Melquiades son descifrados por Aureliano Babilonia y se sabe que los Cien Años de Soledad era la historia de la familia Buendía escrita por el gitano con un siglo de anticipación. La cual no deberá repetirse para poder tener esa segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe protagonista, como bien lo expresó García Márquez en su discurso en Estocolmo al recibir el premio nobel de literatura. Es hora, pues, de asumir nuestro propio destino y completar la obra de Simón Bolívar que quedó inconclusa.