Una encuesta que no cuenta

Por Gregorio Torregrosa

La manipulación de los medios de comunicación en defensa de intereses específicos, sin la más mínima de las vergüenzas, alcanzó su máximo clímax con ocasión de la encuesta de la Andi acerca de la reforma a la salud. Tal obsecuencia, como hecho recurrente y sistemático, ya dejó de causar asombro. Pero lo verdaderamente triste es que dicha cruzada la integran los medios más poderosos y, por ende, los de mayor cobertura y, en consecuencia, de mayores perjuicios con la amañada desinformación.

En qué recoveco de la frágil memoria de los ilustres directores de noticias de Caracol, RCN y Blu Radio, entre otros, para no mencionar a Fernando Londoño Hoyos y, menos, a Vicky Dávila, se extraviaron para siempre y sin intención de recordarlos, los famosos paseos de la muerte por falta de atención de las EPS; las más de cien mil tutelas por año contra dichas entidades por falta de suministro de medicamentos o tratamientos médicos urgentes; las tardías citas con especialistas, o las sucesivas quiebras de hospitales públicos y clínicas privadas por la falta de pago oportuno.

De allí que resulta doloso y cínico que se propaguen como ciertos, de parte de los medios, en tono incendiario, los resultados de semejante desfachatez, hoy llamada encuesta, la cual registra que el 73% califica el servicio de salud como excelente y aceptable. Que Bruce Mac Master, presidente de la Andi (Asociación Nacional de Industriales) y padre putativo de la abominable encuesta, sostenga que el sistema funciona bastante bien, o que el hoy ministro de educación, Alejandro Gaviria, quien tuvo todo dispuesto para construir sobre lo construido, por haber sido, por cierto, durante largo tiempo ministro de salud durante el gobierno de Santos, aparezca ahora como crítico de la reforma, cuestionándola de no construir sobre lo construido, no constituyen voces autorizadas y, más bien, son cantos de sirenas, por ser muy evidente el origen de su nido y los huevos que siempre han incubado, y corresponden con acierto a los intereses que siempre han sabido eclosionar.   

Este catastrófico cuadro de la realidad reciente, al parecer, dejó de ser cierto, y solo es producto de la fantasía de Gustavo Petro, quien, frente al escenario de los medios, siempre perderá cuando la moneda, es decir, su propuesta o decisión, una vez lanzada caiga del lado de la cara o en su defecto, por eventualidad del azar, lo haga del lado contrario, ganarán los medios o el sector cuyos intereses defienden de manera soterrada. En otras palabras, como diría el matón de esquina: con cara, gano yo, y con sello, pierdes tú.  No hay opción posible que una propuesta, cualquiera que sea, se digiera con la seriedad debida. Una vez planteada, aparece un saltimbanqui con las charreteras postizas a pontificar con adusta maestría acerca de las bondades del no.

Está claro, como evidente, que la salud se ha convertido en un negocio, pero más aún, que el actual gobierno desde el inicio de su campaña fijó como una de sus prioridades desmontarlo, entonces, mal pueden caerle en gavilla al presidente, con ayuda de los medios por supuesto, como si la reforma a la salud concitara un acto aleve y temerario.

Resulta entendible, más no justificable, que todos aquellos para quienes la reforma a la salud representa una ruptura de su zona de poder y confort, como Roy Barreras, y más de un senador, se muestren contrarios a esta, pero que los medios sean los encargados del trabajo sucio es lo que no tiene perdón, ya que estos, calificados como el cuarto poder, tienen el deber ético de actuar en concordancia con la defensa de los intereses generales de una sociedad, y la salud no solo es uno de ellos, sino el más preciado, como derecho fundamental conexo con el propio derecho a existir.

Atacar la reforma, bajo el mito de que lo público no funciona, ha sido el caballito de batalla del neoliberalismo. Por culpa de ese San Benito, nos quedamos sin el puerto, emporio y orgullo de la otrora Barranquilla, el cual pasó a manos privadas, con escasos niveles de eficiencia y nulo índice de  crecimiento por cuenta de lo que debería producir en términos de ingresos para la ciudad; nos quedamos sin los servicios públicos de agua, luz y teléfonos, que en manos de los privados hoy vivimos las peores consecuencias; nos quedamos sin la banca pública y demás instituciones financieras y, en contrario sensu, tenemos el meteórico crecimiento de Luis Carlos “Hambriento” Angulo; no quedamos sin los Ferrocarriles Nacionales, sin aeropuertos adecuados, con concesionarios corruptos;   sin las bien dotadas Clínicas del Seguro Social, feriadas al peor postor; sin los Idemas, pero con el crecimiento voraz de todas las marcas de almacenes de grandes superficies como Olímpica, Éxito, Aras, y todo ello bajo el entendido equivocado que lo privado es mejor.