Cuando el Papa Bergoglio visitó Barranquilla, desde Bogotá una dama pidió que «por favor no le regalaran de suvenir una marimonda a Su Santidad«
Créditos: PepeComenta

Por José Gabriel Coley, Filósofo Uniatlántico

1- Cuando el Papa Bergoglio visitó a Colombia, le brindaron una muestra del carnaval de Barranquilla en el aeropuerto de Cartagena antes de regresar al Vaticano, y una triste cachaca, conocida y reconocida penefóbica, publicó en las redes una plegaria donde suplicaba que «por favor no le regalaran de suvenir una marimonda a Su Santidad«. 2- En un baño allende al programa de Filosofía de la Universidad del Atlántico hay un graffiti que anuncia: «La virginidad produce cáncer«, y firma: Mondágoras. Hay otros que firman Pichágoras y Trolócrates…
A propósito, algunos precarios filósofos, y no los hemos desmentidos, han regado la conseja de que cuando algo no nos gusta hacemos los gestos de la marimonda. A ellos les recuerdo que, precisamente, por creernos el símbolo de ese disfraz único en el mundo, fundamos ese programa de filosofía sin permiso del ICFES, ni del MEN, ni de nadie. Solo invocamos el poder del saber y la Autonomía Universitaria y tuvieron, tanto ICFES como MEN, que reconocemos oficialmente.
La marimonda en un super héroe barranquillerode resistencia, como lo expresó el maestro pintor Germán García ya citado al principio y en la mitad. Todos tenemos una identidad secreta tipo Clark Kent, Bruno Díaz, Kemo Sabay, etc, y cuando nos ponemos el atuendo respectivo nos transformamos. Si nos vestimos de payaso nos creemos payasos, como lo describió en su famoso cuento Cepeda Samudio, pero también descubrimos que los demás también son payasos. La palabra personalidad proviene de persona, que significa máscara, antifaz o careta. Por ello en el carnaval no nos la ponemos, sino que nos la quitamos. O como escribió Franz Kafka: “Me avergoncé de mí mismo cuando me di cuenta de que la vida era una fiesta de disfraces; y yo asistí con mi rostro real”. Definitivamente la vida es un carnaval como lo canta Celia Cruz.
Empero, el enfundamos la carátula de marimonda (o aplaudirla o aprobarla) nos ratifica y nos revela que somos una sociedad falocrática (o mondacrática) en su conjunto convirtiéndonos además en super héroes de la resistencia cultural, sin cobardía ni falsos pudores medievales, que no griegos ni romanos. Los antiguos eran auténticos, desinhibidos y recreativos. Buscaban la exaltación a través de la fiesta, no se reprimian. Después del disfrute, y sin la noción de culpa, pecado o arrepentimiento, retomaban disciplinadamente al equilibrio apolíneo.
Por consiguiente el que se disfrace de «mari-monda» hoy está salvado, siempre y cuando asuma su rol histórico de manera consciente y acepte que su indumentaria representa la potencia masculina, que es lo que, los buenos barranquilleros nos hemos sentido siempre de manera erguida, altiva y orgullosa.
Es menester aclarar, además, que de acuerdo a sus usos específicos la palabra en cuestión se torna polisémica. Expliquemos con ejemplos: No es lo mismo decir, ¡Este equipo Junior es la M, que decir ¡Este equipo Junior vale M! O peor, que no vale M. Pero los que usamos el término sabemos a qué nos referimos en cada caso; de ahí el epígrafe de Wittgesnstein, filósofo del lenguaje, con el que se inició esta perorata: “El significado de una palabra está en su uso”. Por eso la usamos, vamos a seguir usándola y se continuará usando en las generaciones venideras, pese a los puristas que hasta disfrutan su sonoridad cuando la pronuncian. Y se les llena toda la boca de M, así con Mayúsculas. Ellos, no crean, también la usan en sus encuentros de amigos, aunque con minúsculas, para que no salga al público y quede solo «entre nos”. Es decir, la clásica doble moral propia de los estultos de glúteos perfumados.
 
			 
		










