Por: Moisés Pineda Salazar. El manejo de las Fiestas del Carnaval consolida el poder económico, el prestigio social y la preeminencia “civilizadora” de quien ostente tal autoridad simbólica.
a para estos “locos años veinte”, los millonarios que vivían en Barranquilla eran tanto o más ricos que los magnates que residían en Nueva York, París o en Bruselas.
La explotación de petróleo y el comercio del banano- y poco menos, el café- alimentaban aquellas incalculables fortunas de las que emergió una Ciudad como muy pocas había en América y ninguna en Colombia: Barranquilla. Entrando a los garajes que dan sobre el Callejón Topacio, el chaufeur ha estacionado el reluciente REO de cinco puertas, color negro, ocho vidrieras e igual número de plazas, que recientemente su patrón, ha comprado. Gracias Juan- le ha dicho Don Tirso Schemel sin apenas voltear a mirarlo.
Era Schemel un hombre de tez blanca, cabello castaño, de mediana estatura, un tanto regordete. Sobre el labio, un bigotito de moda. Su sombrero, su camisa de cuello duro y su corbata sin fistol; su traje oscuro, con chaleco, eran de tal sobriedad que ni la leontina dorada de su reloj podía indiciar que aquel era uno de los tres hombres más ricos de la Ciudad. Exhibía el talante propio de los empresarios finiseculares, capaz de pasar del mayor gesto de arrogancia a la más obsequiosa muestra de sumisión, si los negocios lo hacían necesario.
Aquella capacidad de mimetizarse en un dos por tres precedía a nuestro hombre, lo mismo que el de su generosidad proverbial cuando se trataba de ayudar a instituciones de beneficencia y de sostén al menesteroso como “La Estrella de la Caridad”, “La Sociedad de Hermanos de La Caridad”, los conventos, ancianatos, huerfanatos, asilos y hospitales y, en especial, la que prodigaba a los inmigrantes que llegaban a Puerto Colombia: No es que fuera un “Judío Devoto”, pero, atendiendo los mandatos de la Torah, para el de mano tendida, estaba la suya extendida, “él siempre estaba ahí”.

Bajó del carro y subió los nueve escalones conducentes al corredor con jardineras que circuye la edificación y que lo lleva a la entrada principal donde se alzan seis columnas de orden jónico, dos de ellas falsas. La robusta columnata sostiene el ancho arquitrabe donde se apoya el friso que da a la terraza superior. Decenas de palmas, trinitarias, capachos, corales y
helechos- plantados en búcaros esmaltados y en poteras de barro cocido-, le dan
la bienvenida a la terraza con sus enormes puertas de tres metros de altura, dos
hojas en madera y seis canceles dobles; vitrales policromados en cada una y un
dintel con dieciséis a lo ancho y doce a lo alto en cada jamba, a lado y lado.
Solo el palacete que Don Roberto De Mares- por entonces, el hombre más rico de
Colombia- se hizo edificar sobre el Bulevar Central del Prado, compite en
majestuosidad con esta edificación que construyó el ingeniero jamaiquino Leslie
Arbouin.
Casa de Tirso Schemel Palacio De Mares
Don Tirso había enviudado de su esposa, María del Carmen Astier Osorio, en
1923, pero ya de antes vivían como un numeroso clan de familia extensa. Habían
llegado a Barranquilla de Venezuela y Curazao en el año de 1904.
Volviendo a su mansión, esta ostenta una estética y dimensiones muy en boga en
la Europa de la época. Quien originalmente la pensó y diseñó para residencia suya
fue el Cónsul Alemán en Barranquilla.
Para el momento de nuestra historia la habitan Don Tirso Schemel y su hija con su
madre y abuela- Doña Evelina Hernández, viuda de Don Federico Schemel; sus
hermanos: María, Federico, Carlos y José con sus parejas e hijos y sirvientes.
Ocuparon el palacete cuando, a la muerte del Cónsul Grossner, sus herederos
hubieron de venderla.

Son una verdadera tribu. Debería comprarse una góndola como las de los “Buses
Amarillos” del Señor De Castro- Se dice para su caletre, Juan el conductor.
Don Tirso piensa que cada vez está más cerca de poder cumplir con un objetivo
personal: asumir el liderazgo que- en el manejo de las Fiestas del Carnaval- ha
dejado expósito Don Ernesto Cortissoz con su muerte prematura y dolorosa
acaecida a las tres de la tarde del 28 de Julio de 1924.
En ese día y hora, el avión de la Scadta, empresa de la cual era socio mayoritario,
Don Ernesto Cortissoz, se estrelló e incendió en el patio de la residencia de Doña
Flora Salzedo de Glen, situada en el N°6 de La Calle de Las Flores entre los
Callejones de Pacho Palacio y Veinte de Julio.
Para Schemel era claro que quien ostenta la Autoridad Simbólica del Carnaval en Barranquilla, consolida su poder económico, su prestigio social y asume la preeminencia “civilizadora” de la fiesta de Carnaval. Así pues, a la muerte del Comandante de “Los Mosqueteros Grises”, ¿quién si no yo, Tirso Augusto del Corazón de Jesús Schemel Hernández- nombre impensable en un judío, pero no en uno marabino- podría reemplazarlo? Me ha llevado bastante tiempo, esfuerzo y dinero rebujar en baúles y trebejos al cuidado de familiares, para poder conseguir el bicornio emplumado con el que se ornó mi abuelo en funciones consulares en Venezuela; el medallero, el sable ceremonial y las polainas del bisabuelo militar en los ejércitos de su Serenísima Majestad de los Países Bajos y la contrata, casi que en secreto, para comprometer al Señor Isaac Pardo y a las modistas de su taller, en la confección de un disfraz que fuera digno del “Dictador del Carnaval”. Mi vestido no puede ser menos lujoso que el que en el carnaval de 1926 exhibió el General Juan Campo Serrano, cuando fue elevado a la condición de “Caesar Imperator del Carnaval” en la Ciudad de Santa Marta.
Ser el Comandante Omnímodo de los Festejos, Insomne Guardián y Ordenador de los Servicios de la Corte y del Palacio Real, por decisión de su Majestad Rebeca 1ª, es continuación de la función que años atrás se había atribuido a sí mismo mi socio, correligionario y amigo, el finado Ernesto Cortissoz. A Tirso Schemel el mundo de los negocios le ha enseñado a esperar para ganar. Por eso, el 6 de enero de este año de 1927, logró que los Frailes Capuchinos que regentan la Iglesia del Rosario organizaran un desfile con motivo de las Fiestas de la Epifanía que son una particular devoción de su madre Doña Evelina, toda vez que, a diferencia de quien fue su esposo, judío él, ella es una cristiana profesa. Mi madre desea vivamente organizar un Desfile de Reyes Magos como los que se hacen en el lar familiar de Willhenstand, en Curazao, y que también son tradición en la España de donde Ustedes vienen. Así dijo a los frailes desde los inicios del mes de noviembre del año anterior indicándoles que podrían usar los servicios de los Señores Velasco y Sierra, afamados artistas de la decoración, para lo de las carrozas del desfile. No reparen en gastos. Debe ser algo tan hermoso que sea imposible

La procesión se inició a las cuatro de la tarde y tenía como recorrido el que va de la Iglesia del Rosario, a la Iglesia del Sagrado Corazón en el Barrio Norte; de esta a la residencia de la Familia Schemel en el Barrio El Prado; de allí a la Capilla del Barrio Boston en los terrenos de El Tanque y, desde ese lugar, nuevamente a la Iglesia del Rosario. Desfilaban cinco carrozas que habían hecho decorar en sendos vehículos de los que arrienda para los Carnavales el Señor Luis Peretz en su negocio de los números 14 y 16 del Paseo Colón.
En la primera carroza el niño José Campo, alumno de la Escuela del Barrio Boston, representaba al Ángel anunciando la “Paz a los hombres de buena voluntad”. En el segundo carromato un grupo de infantes jugaban a ser “Los Pastores” que apacentaban sus ovejas- sobre un prado hecho con papel crespón- en el bíblico día de la Natividad. La tercera carroza era la del “Nacimiento en vivo”, en donde se apreciaba la preciosa cueva en la que- recostado sobre las pajas- aparecía el Divino Niño Jesús. El papel de María era representado por una de las sobrinas de Don Tirso, la niña Aura María, uno de cuyos primitos, con barba postiza y demás, hacía las veces de San José.
La cuarta escena rodante era la de la “Estrella del Oriente”, la de David, que anunciaba el Nacimiento del Mesías, mostrando a los tres Reyes Magos el camino hacia el lugar del acontecimiento en Bethlem. La hermosa María Lourdes Schemel Astier, sostenía el liviano parapeto con el que permanecía en lo alto aquel astro de ilusión. Haciendo el papel de “Los Santos Reyes Magos” venidos del Oriente, los niños Federico Augusto, Armando y Guillermo Schemel Farías, montaban tres hermosas cabalgaduras ricamente enjaezadas. La quinta carroza era la de los juguetes, vestidos y dulces que los Reyes Magos distribuyeron con munífica realeza en las escalinatas de la magnífica residencia familiar, coordinados por la matrona Doña Evelina Hernández Vicuña viuda de Schemel. El Acto Final se efectuó en la esquina de la Calle Caracas con el Callejón del Rosario, donde los tres Reyes Magos presentaron sus dones al Divino Niño y recitaron Loas en su honor.
A lo largo de todo el recorrido, que finalizó cuando ya oscurecía, por centenares, niños y adultos se agolpaban en torno a los carromatos, cantando el Villancico de moda “Corramos para Bethlem” con el acompañamiento de tres acordeones que los frailes marchantes ejecutaban con maestría, haciendo de aquella procesión una verdadera fiesta.
Corramos para Bethlem al Niño Dios a adorar. Que ha nacido pa’ nuestro bien en un humilde Portal. Que ha nacido pa’ nuestro bien Que ha nacido pa’ nuestro bien (bis) El propósito del Dictador del Carnaval no era otro que mostrar a los barranquilleros una forma de organización que sirviera de ejemplo para mejorar La Batalla de Flores del sábado del Carnaval. Desde cada 20 de Enero, en jueves, sábados y domingos, grupos de festejantes se dan cita en cualquier punto de la Ciudad y allí arman la algazara y el desorden; unos a otros se lanzan agua, polvos, confetis y serpentinas, sin ton ni son, en innumerables “batallas de flores”.
Todas se agotan en un desorden que intranquiliza y nada bueno aporta al jolgorio. Era necesario “vender la nueva idea” y había que hacerlo de consuno con la Reina del Carnaval, Rebeca 1ª, quien en los cuatro años precedentes, ha hecho parte de las Cortes y en los Palacios Reales de sus Majestades Toña Vengoechea, Isabel Elvira Sojo, Sara Roncallo y Olga Heilbron Tavera, de un carnaval tras otro.
Al fin se cumple mi sueño. Soy la Reina del Carnaval. Han sido muchos años de espera desde 1922 cuando obtuve 1304 votos emitidos por los socios del Club ABC, venciendo con ello a Sara Roncallo Villar- quien obtuvo 1230 votos-; a Toña Vengoechea- a la que respaldaron solamente 967 de sus clubistas-; a Olimpia Osorio con 267 sufragios y a otras cinco candidatas que también aspiraban a ser la Reina de los Carnavales de 1923. Tuvieron menos de 100 respaldos cada una. Don Tirso interviene ahora y manifiesta el desagrado.
Un grupo de amigos de Toña Vengoechea, miembros del Club ABC, al que representaba Rebeca en la justa que tendría final en Diciembre de ese año para elegir a la Reina del Carnaval, hicieron manifestación de su propósito de hacer coronar a Toña Vengoechea, la hija del General Carajo. Lo lograron a pesar de haber ganado Rebeca la votación.
El 20 de Enero, S.M Toña 1ª la designó: “Dama de Honor”, concluyó Schemel con ironía. La hermosa Rebeca Donado Ucrós, nacida en Soledad y sobrina del Gobernador del Departamento, abanicando las manos, con la genuina gestualidad de una Reina, espanta aquel mal recuerdo y prosigue su relato: Para el siguiente año, luego de otro tortuoso proceso detrás del cual se dice que estuvo metida la mano de “D’Artagnan de Los Cortijos”, que era como se hacía llamar Don Ernesto Cortissoz, Comandante de “Los Mosqueteros Grises”, Isabel Elvira Sojo, fue elegida Reina del Carnaval de 1924. Faltando tres días para el Carnaval de ese año, celebrado que el 2, 3 y 4 de Marzo, Isabel Elvira renunció.
Adujo que su padre- el Doctor José María Sojo Cardona- no podría acompañarla a las fiestas como es lo socialmente exigido y aceptado en estos días. Sea como fuere, Don Tirso, ese día, 25 de Febrero, a volandas fui llamada por la Junta de Festejos para que en mi condición de “Princesa de su Majestad Isabel Elvira”, mi compañera en “La Estrella de La Caridad”, “Reina del Carnaval del Club ABC” y “Presidente de los festejos del Club Barranquilla”, con motivo de su renuncia como Reina, yo asumiera la dignidad de “Encargada del Reino y de las Damas de Honor de La Corte” De nuevo, interrumpe el Dictador del Carnaval para acotar: Yo creo que la razón verdadera era la mala salud del General Benjamín Herrera, Jefe del Partido Liberal, que había entrado en un estado agónico en Bogotá. Su gravedad era tal que hacía predecible su deceso.
Porr lo mismo, mal vería la militancia del Partido verlo al Doctor Sojo – Dirigente Liberal- y a su hija, haciendo fiesta mientras el País entraba en duelo por la muerte del Caudillo. Usted tiene la razón. Concluyó Doña Rebeca- Aquel, el de 1924, fue un carnaval deslucido y opaco porque el General Benjamín Herrera, a quien se apreciaba mucho en Barranquilla, murió en la noche del viernes, vísperas del sábado de carnestolendas.
Así pues, Rebeca Donado era la persona indicada para ser la Reina del Carnaval de 1927. Solo con ella, era posible introducir los cambios que requería la fiesta del Carnaval en Barranquilla, retomando las iniciativas expósitas que se habían hecho para el Carnaval de 1923. La siguiente actividad, entonces, consistió en organizar junto con su socio de negocios, el empresario y vecino suyo en el Barrio El Prado, Federico Arocha, un paseo fluvial y carnavalero a la Finca “El Paraíso”, que tenía Don Tirso al otro lado del Río Magdalena, exactamente allí en lo que se conoció como la desembocadura de Río Viejo, a unos pocos kilómetros de Barranquilla. Para el efecto, alquilaron el pequeño paquebote que tenía por nombre “Las Delicias”.
Recientemente este se había convertido en medio de transporte para el divertimento de las capas altas de la sociedad barranquillera cuando eran invitadas a las haciendas que tenían- por ambas riberas, desde Calamar hasta las Bocas del Gran Río- los ganaderos, terratenientes, industriales, agricultores y comerciantes, los anfitriones de turno. La estancia de Don Tirso era de verdad “El Paraíso”: pletórica de palmeras que bordeaban las playas cercanas al Mar, la circundaban millares de árboles frutales por encima de los cuales, a lo lejos, se recortaba la Sierra Nevada de Santa Marta. En aquel ambiente conversaron sobre cómo organizar las fiestas del carnaval.
El desfile procesional del 6 de enero de 1927 tuvo como elementos ordenadores unos carros alegóricos artísticamente decorados y organizados siguiendo una narración convenida, y que iniciaron su discurrir por la ciudad a una hora determinada, siguiendo un conjunto de normas: de ellas, las principales, un recorrido previamente establecido y el cumplimiento de unas actividades programadas durante la promenade.
Patrón del buquecito, lo era Julito Sandoval, un cuarentón de muy baja estatura que era miembro de la “Danza El Torito”. Desde hacía muchos años, esta danza salía de la Calle De la Cruz Vieja con el Callejón del Hospital, al mando de Elías Fontalvo Jiménez- cuyo hijo Campo Elías Fontalvo, es miembro principal del Jurado de Votación N°19, junto con eminentes dirigentes conservadores como Víctor E Moré, Benjamín Sarta, Dimas Escolar y Luis H Logreira. A fe que lo visto y vivido en aquel Desfile de Reyes Magos con carrozas ordenadas, con acompañantes cantando y bailando, enseñó a la vista de todos que las cosas podían hacerse de otra manera.